lunes, 19 de septiembre de 2011

El Valor de la Duda

Por: Richard Webb
EL COMERCIO
19-09-11


El infante nace con fe absoluta. Empieza su vida en una burbuja mental de seguridad porque todavía no tiene referencias sobre el mundo que le permitan reflexionar, y porque su instinto le manda buscar lo cómodo.

La inseguridad es dolorosa y debilitante. La fe ciega del infante es el estado primitivo, o “default” de su mente. La duda, más bien, se aprende a contracorriente de la naturaleza.

Desde el primer instante de la vida hasta el último, lo agradable es sentirse seguro y creer que tenemos la razón. Dudar y reflexionar exige un dominio de sí mismo parecido al del atleta. Quien se queda cómodamente tirado en la cama, no gana las carreras; el atleta sufre el frío de la calle en las mañanas, y el que piensa por sí mismo sufre el frío de la inseguridad y el riesgo de la discrepancia social.

Dudar es ir más allá de la primera impresión. Para el filósofo Spinoza, el hombre está programado para aceptar como verdad cualquier afirmación, en primera reacción.

Esa hipótesis es hoy confirmada por la neurociencia. Equipos que “ven” el cerebro, detectan que lo placentero y rápido es asentir. Disentir le cuesta tiempo e incomodidad.

Aprender a dudar debería ser un objetivo principal de la educación. Lamentablemente, nuestra cultura educativa prioriza la aceptación, la repetición, las certezas, la fe infantil.

En el debate público percibimos cómo, en vez de reflexión, prima la necesidad de afirmar la verdad propia, y en vez de paciencia, una apasionada insistencia en interpretaciones parcializadas. ¿Cómo entender sino la polarización acerca del papel que debe ejercer la Iglesia Católica en la PUCP? ¿O las radicalizadas opiniones acerca del cambio climático, cuya causa humana es fervorosamente rechazada por gran parte de las población norteamericana y europea?

¿O la aun más radicalizada polarización política en las elecciones presidenciales recientes? ¿O la pasión con que algunos afirman la necesidad de más gasto fiscal para curar la recesión mundial, mientras otros, con igual pasión, afirman lo contrario?

Las afirmaciones exceden largamente la evidencia también en el debate sobre la distribución desigual de ingresos, mal social que para algunos viene mejorándose, para otros empeorando.

Nos aferramos a las certezas, y nos damos el gusto emotivo del grito partidario y de ser dueños de la verdad, lo que no contribuye a la solución del problema mismo.

Es hora de acabar con ese autoengreimiento mental y de sentarnos a resolver problemas sin gritos y sin verdades absolutas.