domingo, 2 de enero de 2011

La Revolución Sepultada

Todas las medianoches del 31 de diciembre los cubanos lanzan litros de agua por sus balcones para que junto a cada gota se vaya todo lo malo y triste de los meses anteriores. Sus deseos: que la calidad de vida mejore en la isla

Por: Yoani Sánchez Desde Cuba
Domingo 2 de Enero del 2011


Una catarata cayó desde cada balcón de mi edificio modelo yugoslavo, justo a la medianoche del 31 de diciembre. Los cubanos conservan la tradición de lanzar un cubo de agua cada fin de año, para limpiar todo lo malo que trajeron los meses anteriores y esperar “limpios” espiritualmente el enero que recién comienza.

Había infinidad de razones para vaciar los tanques de las casas y tirar desde las ventanas, las terrazas y las azoteas el preciado líquido que nos dejaría listos para enfrentar todo lo que se nos viene encima. Así que tomé el recipiente más grande que pude encontrar en mi apartamento y con mi esposo dejamos caer su contenido hacia el vacío –desde nuestro piso 14– mientras pensábamos en aquello que queríamos dejar atrás.

El primer sol del 2011 hizo brillar los charcos que en las calles no habían sido formados por la lluvia, sino por nuestros deseos.

DESEOS DE CAMBIO
Pocos confiesan en voz alta la lista completa de esperanzas que albergan para los próximos 12 meses; sin embargo, es fácil predecir que un punto importante en ella es la necesidad de cambios políticos en la isla. Cada quien lo define a su manera, “que esto termine ya”, “que las reformas raulistas logren mejorar nuestras vidas” o “que el 2011 sea el año que tanto hemos estado esperando”, dicen quienes ya hace tiempo perdieron la paciencia y la fe.

Curiosamente la palabra ‘revolución’ está ausente de esas predicciones populares, pues la gran mayoría de los ciudadanos ha dejado de considerarla un ente dinámico, vivo, en transformación. Cuando se refieren al modelo que rige en el país, lo hacen como si se tratara de una estructura inamovible, como si fuera una camisa de fuerza muy rígida y con pocas posibilidades de adaptarse a las nuevas demandas del siglo XXI.

VIVIR EN EL PASADO
Todas aquellas ideas de renovación que llegaron –a finales de los años cincuenta del siglo pasado– con los jóvenes barbudos bajados de la montaña se transformaron en un gobierno donde la figuras que concentran el poder tienen más de 70 años y desconfían profundamente de los innovadores. El discurso oficial sigue mencionando el 1 de enero de cada año como el cumpleaños de una criatura viva, cuando se trata ya del aniversario de algo muerto hace tiempo. La revolución ha sido sepultada por el inmovilismo, el proyecto social yace bajo tierra y la pregunta que nos hacemos es alrededor de cuál fecha debemos poner en su lápida.

EL ABRAZO MORTAL
Para miles de compatriotas la revolución murió en 1968 cuando Fidel Castro aplaudió la entrada de los tanques soviéticos en Praga. El abrazo de oso después de aquello, la omnipresencia del Kremlin con los millones de barriles de petróleo que nos enviaban cada año, con sus abultados subsidios y sus demandas geopolíticas, terminaron por ahogar cualquier viso de espontaneidad.

El llamado Quinquenio Gris (1971-1975) apagó la luz en la cultura, donde el realismo socialista intentó cortarnos las alas de la creación y reducirnos a las historias triunfalistas que tenían como protagonistas a un nunca logrado hombre nuevo.

Mis padres, por su parte, vieron fenecer el proceso en los primeros meses de 1989 a raíz del juicio por narcotráfico contra el general Arnaldo Ochoa (1943-1989), los fusilamientos posteriores y las purgas en el Ministerio del Interior. Quedó claro para muchos que la zozobra por mantener el poder primaba sobre cualquier ideal, sobre los manuales de marxismo o comunismo.

BALSAS DE ESPERANZA
Para mi generación, el réquiem de la revolución se confirmó algunos años después, con los golpes y pedradas que recibieron quienes se lanzaron a las calles en agosto de 1994. Con aquellas rústicas balsas partiendo de cada punto del litoral cubano, se fueron buena parte de las ilusiones de quienes creían que este era un proyecto social “de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Eran justo las clases más pobres las que en aquellas jornadas de desesperación optaron por el estrecho de La Florida, bajo el riesgo las aletas de los tiburones y del hacinamiento en la Base Naval de Guantánamo. Con ellos zarpó de territorio nacional la última posibilidad de que nuestras autoridades anunciaran su intención de gobernar para todos.

Y SIGUE MURIENDO
Por estos días queda el recordatorio, las frases tipo “lo que pudo ser y no fue”, la crónica del pasado. Mientras tanto, la realidad niega cada palabra dicha desde la tribuna, el mercado negro se extiende como opción de sobrevivencia, la apatía corroe los intentos de movilizarnos ideológicamente. Es como un largo funeral donde los más apegados al difunto no se deciden a echar tierra sobre el ataúd. Algunos –los menos– creen que la occisa revolución podrá levantarse, reinventarse, sacudirse la mortaja y los males crónicos.

Asistimos a este entierro, con la punzante duda: ¿Qué fue lo que salió mal? ¿En qué momento la revolución se volvió cadáver? Descifrarlo puede ser de vital importancia para el futuro nacional de Cuba. En parte ya sabemos que la defunción se debió a enfermedades crónicas: personalismo, burocracia, entreguismo a una potencia extranjera (otrora Unión Soviética) y la copia de un modelo muy bonito en los libros. Sin embargo, nos falta saber si el empujón se lo dimos nosotros mismos, si fueron nuestras manos, nuestras mentes, las que asfixiaron definitivamente a la criatura que intentamos crear, o si en la genética del proceso estuvieron desde siempre los cromosomas del fracaso.


Fuente: EL COMERCIO