martes, 22 de noviembre de 2011

El revolucionario desnudo de Aliaa


EGIPTO. MUJER CAUSA ENORME POLÉMICA EN UNA SOCIEDAD CONSERVADORA
Por: Francisco Carrión
Martes 22 de Noviembre del 2011

EL CAIRO. Con 20 años recién cumplidos, Aliaa Magda Elmahdy se ha convertido en protagonista de un desnudo tan histórico como escandaloso para la conservadora sociedad egipcia. Hace unos días la joven, estudiante de Comunicación en la elitista Universidad Americana, difundió a través de su blog un transgresor autorretrato en blanco y negro en el que aparece sin más atuendo que unas medias y unos zapatos de color rojo.

En cuestión de horas, la imagen corrió como la pólvora por la red y desató una tormenta de críticas y adhesiones. Su página recibió más de 1,5 millones de visitas y en Twitter el ‘hashtag’ #NudePhotoRevolutionary acogió una media de cuatro mensajes nuevos por segundo.

“Ha sido una respuesta a la sociedad. Rechazo la idea conservadora que mira a la mujer como un simple objeto sexual”, explica a El Comercio Aliaa.

“Quiero que se acepte al ser humano tal y como es. Las egipcias están reprimidas y las chicas de mi edad se sienten despreciadas”, agrega. La joven publicó el fotograma junto a unas líneas tan incendiarias como el explícito contenido gráfico: “Quítense la ropa y mírense en el espejo; quemen sus cuerpos que desdeñan y despréndanse de sus complejos sexuales para siempre, antes de lanzarme acusaciones racistas o negarme la libertad de expresión”.

Su ataque a un statu quo que en nombre de las tradiciones y la religión condena a las mujeres no es su primera batalla. Hostigada por un progenitor intransigente, esta hija única escapó de casa hace cinco meses.

“Mi familia quiere verme casada y de ama de casa como el resto de mis compañeras”, señala mientras relata cómo cruzó el umbral del hogar familiar. “Mi padre se empeñó en acompañarme diariamente a la universidad para evitar que pasara tiempo con mi novio Karim. Discutimos, me golpeó y me prohibió salir. Hasta que una mañana lo convencí para que me permitiera asistir a clase y ya no regresé”.

La voz de Aliaa dice reunir varias sensibilidades que cuentan con escasa aceptación en las calles egipcias. Se declara feminista y atea desde los 13 años, cuando reflexionó sobre la visión de la mujer en el islam y llegó a la conclusión de que “el ser humano debe rebelarse cuando se le impone un dogma”. Y vegetariana: “Mis padres aspiraban a que fuera ‘una persona normal’. Hasta me criticaban por cambiar mi dieta”. Una modernidad difícil de comprender para los habitantes de un país donde desde hace cuatro décadas las mujeres sufren una revolución silenciosa que ha desterrado de su vestuario las minifaldas atrevidas y las cabelleras sueltas que se lucían antaño. Ahora triunfa la recatada moda de cuellos altos, vestidos holgados, mangas largas y hiyab (pañuelo islámico).

“Espero que la sociedad cambie porque nada se mantiene para siempre”, declara Aliaa, que sueña con ser periodista y tener hijos.

Fuente: EL COMERCIO

sábado, 12 de noviembre de 2011

El Apartheid Persiste

Por: Yoani Sánchez*
AMÉRICA ECONOMÍA


Reinaldo afirmaba que sí, insistía e insistía. Yo, sin embargo, soy de la generación que de antemano piensa que casi todo está prohibido, que me van a regañar a cada paso e impedir cualquier cosa que se me ocurra. Así que, por esta vez, la discusión matrimonial fue intensa.

Él aseguraba que podríamos abordar aquel barco para mirar la bahía de Cienfuegos desde el vaivén de sus olas; a mí la vocecita interior me gritaba que tanto disfrute no podía estar al alcance de los nacionales. Por un par de horas, creí que el optimista de mi marido, al estilo de un Cándido tropical, se saldría con la suya.

Fuimos hasta la oficina de la marina, cercana al hotel Jagua, y allí un funcionario nos vendió un par de tiques para el ansiado paseo. Nunca ocultamos nuestro atropellado acento habanero, ni siquiera intentamos hacernos pasar por extranjeros, pero nadie nos pidió una identificación. Sentíamos que ya un par de asientos a bordo del yate “Flipper” tenían nuestros nombres y el murmullo del escepticismo se iba apagando dentro de mi cabeza.

Llegamos al muelle con media hora de antelación. Los turistas de piel enrojecida comenzaron a subir a la embarcación. Rei y yo alcanzamos una esquina espectacular desde donde sacaríamos fotos de esa bahía tan grande como un mar. El sueño duró apenas cinco minutos. Cuando el capitán nos escuchó hablar preguntó si éramos cubanos. Un rato después, nos informaban que debíamos bajar a tierra: “el paseo en barco está prohibido para los nacionales en todas las marinas del país”.

Rabia, ira, vergüenza de portar este pasaporte azul que nos hace culpables -por anticipado- ante la ley de nuestra propia nación. Sensación de estafa al comparar el discurso oficial de supuesta apertura con esta realidad de exclusión y estigma. Tuvimos ganas de hacer un escándalo y aferrarnos a la baranda para obligarlos a sacarnos por la fuerza, pero ¿hubiera servido de algo?

Mi marido desempolvó su francés y le contó al grupo de europeos lo que estaba ocurriendo. Se miraron extrañados, cuchichearon entre ellos. Ninguno desembarcó -en solidaridad con los excluidos- de aquel tour por las costas de nuestra isla; a ninguno le resultó intolerable disfrutar de algo que a los nativos nos está vedado.

El Flipper zarpó, la estela del apartheid fue visible durante unos segundos y después se volvió a camuflar entre las oscuras aguas de la bahía. El rostro del músico Benny Moré –en una pancarta cercana- parecía haber cambiado su risa por una mueca. A un lado de su barbilla estaba escrito el famoso estribillo “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí…”. Salimos de aquel lugar. Reinaldo derrotado en su ilusión y yo triste de que mi recelo triunfara. Caminamos por la carretera de Punta Gorda mientras le dábamos forma a una idea: “si el Benny hubiera vivido en los tiempos que corren, también lo habrían bajado -como a un perro sarnoso- de ese yate”.


*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.
Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

domingo, 23 de octubre de 2011

La Verdad según Ollanta Humala

Por: Ricardo Trotti Periodista
EL COMERCIO
23-10-11


El presidente peruano Ollanta Humala filosofó sobre la verdad al inaugurar la Asamblea General 67 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), diciendo que los periodistas, así como los curas y los soldados, deben tener esa virtud como el norte de sus disciplinas.

La comparación suena bien, pero pudiera generar engaños entre los desprevenidos. Varios gobiernos progresistas de la región, como los de Venezuela, Ecuador y Bolivia, incluyeron la cláusula de “información veraz” en sus reformadas constituciones, la que pronto utilizaron como punta de lanza para justificar leyes, y censurar a medios de comunicación y periodistas. La Ley de Responsabilidad Social en Venezuela, creada a esas instancias en el 2004, es el arma que usó el presidente Hugo Chávez para cerrar RCTV, 34 emisoras, y que esta semana le sirvió para imponer una sanción millonaria contra Globovisión por informar sobre el amotinamiento en una cárcel, hecho que el Gobierno hubiera preferido ocultar.

En todos los casos, el mensaje es claro: quien no se ajusta a la “verdad oficial” puede ser castigado. Si bien Humala puso énfasis en “el irrestricto respeto a la libertad de prensa”, también argumentó que los medios deben “informar con la verdad, sin dejarse influir por los intereses económicos”. Aunque son atinadas referencias a parte de la prensa peruana que alquilaba titulares y se prestaba a extorsionar en nombre del régimen de Alberto Fujimori, también suena a los artilugios usados por el presidente ecuatoriano Rafael Correa, que promulgó, en estos días, una ley que prohíbe a los dueños de medios tener otro tipo de negocios.

Por más ético y coherente que parezca el reclamo, la excusa de la verdad siempre ha sido manipulada para restringir y limitar.

El propio Humala ya ha demostrado que la verdad es relativa, porque no solo está determinada por hechos contrastables, sino por el tiempo y el contexto. ¿O acaso su verdad no fue diferente en las campañas electorales del 2006 y 2010? ¿No fue primero partidario del presidente venezolano Hugo Chávez y luego del ex mandatario brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, habiendo sido la misma persona y teniendo las mismas convicciones?

En todo caso, el objetivo común que comparten comunicadores, militares y sacerdotes no es la verdad en sí misma, sino su búsqueda permanente. Para los curas, la verdad es absoluta por tratarse de la existencia de Dios y el camino de salvación. Para los militares, esta no está sometida a la credibilidad o falsedad de un hecho, sino al principio de obediencia. Y para los periodistas, como también para los jueces, la veracidad es relativa, dependiendo de los distintos puntos de vista que sobre un mismo hecho pueden aportar varias fuentes.

La búsqueda de la verdad tampoco es infalible. El Vaticano demoró siglos antes de reparar la memoria del astrónomo Galileo Galilei, quien, en 1633, fue declarado hereje porque había demostrado que la Tierra no era el centro del universo. También muchas fuerzas armadas del sur del continente atormentaron a varias generaciones justificándose en la obediencia debida, mientras numerosos medios, como “News of the World”, tergiversaron, omitieron y delinquieron en nombre del arte de informar.

Humala acertó cuando dijo que la tarea de la prensa es fiscalizar y “necesitamos que nos digan la verdad cuando nos equivocamos”. Pero erró cuando comparó al periodismo con el sacerdocio, “a ponerse la sotana del amor”, como si este oficio estuviera obligado a una verdad absoluta. Es una visión apoteósica de la prensa que también comparten muchos presidentes, como el uruguayo José Mujica, que ante la menor “violación” a ese llamado sacrosanto a ser veraces, amenazó con disciplinar a los medios con una ley de prensa y con quitarles la publicidad oficial, en la creencia de que son las informaciones sobre hechos violentos las que generan inseguridad, y no la inacción del gobierno.

Ojalá que el presidente Ollanta Humala se convenza de que más que la verdad, la libertad es el valor que antecede a cualquier otra virtud humana y social.

De lo contrario, en nombre de “su” verdad, pudiera comenzar a cometer los mismos errores y abusos de poder que algunos de sus colegas.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El Valor de la Duda

Por: Richard Webb
EL COMERCIO
19-09-11


El infante nace con fe absoluta. Empieza su vida en una burbuja mental de seguridad porque todavía no tiene referencias sobre el mundo que le permitan reflexionar, y porque su instinto le manda buscar lo cómodo.

La inseguridad es dolorosa y debilitante. La fe ciega del infante es el estado primitivo, o “default” de su mente. La duda, más bien, se aprende a contracorriente de la naturaleza.

Desde el primer instante de la vida hasta el último, lo agradable es sentirse seguro y creer que tenemos la razón. Dudar y reflexionar exige un dominio de sí mismo parecido al del atleta. Quien se queda cómodamente tirado en la cama, no gana las carreras; el atleta sufre el frío de la calle en las mañanas, y el que piensa por sí mismo sufre el frío de la inseguridad y el riesgo de la discrepancia social.

Dudar es ir más allá de la primera impresión. Para el filósofo Spinoza, el hombre está programado para aceptar como verdad cualquier afirmación, en primera reacción.

Esa hipótesis es hoy confirmada por la neurociencia. Equipos que “ven” el cerebro, detectan que lo placentero y rápido es asentir. Disentir le cuesta tiempo e incomodidad.

Aprender a dudar debería ser un objetivo principal de la educación. Lamentablemente, nuestra cultura educativa prioriza la aceptación, la repetición, las certezas, la fe infantil.

En el debate público percibimos cómo, en vez de reflexión, prima la necesidad de afirmar la verdad propia, y en vez de paciencia, una apasionada insistencia en interpretaciones parcializadas. ¿Cómo entender sino la polarización acerca del papel que debe ejercer la Iglesia Católica en la PUCP? ¿O las radicalizadas opiniones acerca del cambio climático, cuya causa humana es fervorosamente rechazada por gran parte de las población norteamericana y europea?

¿O la aun más radicalizada polarización política en las elecciones presidenciales recientes? ¿O la pasión con que algunos afirman la necesidad de más gasto fiscal para curar la recesión mundial, mientras otros, con igual pasión, afirman lo contrario?

Las afirmaciones exceden largamente la evidencia también en el debate sobre la distribución desigual de ingresos, mal social que para algunos viene mejorándose, para otros empeorando.

Nos aferramos a las certezas, y nos damos el gusto emotivo del grito partidario y de ser dueños de la verdad, lo que no contribuye a la solución del problema mismo.

Es hora de acabar con ese autoengreimiento mental y de sentarnos a resolver problemas sin gritos y sin verdades absolutas.

sábado, 27 de agosto de 2011

Cinco Años

Por: Yoani Sánchez*
AMÉRICA ECONOMÍA
27-08-11


¡Se acabó el chocolatín!, gritaron mis dos amigos al abrirles la puerta aquella noche del 31 de julio de 2006. Aludían, con su improvisada consigna, al último plan impulsado por Fidel Castro de distribuirle una cuota de chocolate a cada cubano en el mercado racionado.

Cuando tocaron el timbre, faltaban solo dos horas para entrar al primer día de agosto y Carlos Valenciaga ya había leído en la televisión una inesperada proclama anunciando la enfermedad del Máximo Líder.

Las luces del Consejo de Estado se veían extrañamente encendidas y un silencio anómalo se había instalado sobre la ciudad. Durante esa larga madrugada, nadie podría pegar un ojo en nuestra casa.

Cuando iban por el segundo vaso de ron, mis amigos comenzaron a contar cuántas veces habían proyectado aquel día, vaticinado aquella noticia. Él, trovador; ella, productora de televisión. Ambos nacieron y crecieron bajo el poder de un mismo presidente que había determinado hasta los más pequeños detalles de sus vidas. Yo los oía hablar y me sorprendía su desahogo, la catarata de deseos futuros que ahora afloraba. Quizás ellos se sentían más libres después de aquel anuncio. El tiempo les haría comprender que mientras nosotros chachareábamos sobre el porvenir, otros hacían que el paquete de la sucesión quedara atado y bien atado.

Cinco años después, el país ha sido transferido completamente por vía sanguínea. Raúl Castro ha recibido en herencia una nación, sus recursos, sus problemas y hasta sus habitantes. Todo lo que ha hecho en este último quinquenio brota del imperativo de no perder esa posesión familiar que le ha dejado su hermano.

La lentitud de sus reformas, la tibieza y superficialidad de estas, están marcadas en parte por sentirse beneficiario de un patrimonio que le ha sido encargado. ¿Y mis amigos?, se preguntarán ustedes. Pues se alejaron asustados cuando comprendieron que bajo el mandato del hermano menor la represión seguía y la penalización a la opinión estaba intacta. Nunca más volvieron a tocar mi puerta, ni a entrar a ese lugar donde en el 2006 llegaron gritando y creyendo que el mañana ya había comenzado.

* Yoani Sánchez es Licenciada en Filología. Reside en La Habana, Cuba, es una de las blogueras más destacadas en el mundo de habla hispana. Entre otras distinciones, por su trabajo en el blog Generación Y, ha recibido los premios Ortega y Gasset (2008), 25 Mejores Blogs Time-CNN (2009), María Moors Cabot (2009) y Príncipe Claus (2010), éste último, por haber sido seleccionada entre los 60 heroes de la libertad de expresión por el Instituto Internacional de Prensa (IPI), con sede en Viena, Austria.

Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

lunes, 23 de mayo de 2011

Premio Nobel del Rencor

Por: Jaime Bayly
PERÚ 21
23-05-11


Mario Vargas Llosa es un gran escritor y, sin duda, merece el Premio Nobel de Literatura. Pero cuando escribe y habla de política se equivoca a menudo, y a veces se equivoca bochornosamente.

Para comenzar, no siempre Vargas Llosa fue un demócrata. Vargas Llosa aplaudió con júbilo y alborozo a la dictadura del general Juan Velasco. Vargas Llosa se declaró “revolucionario”, es decir partidario de aquella dictadura. No lo digo yo. Lo escribió el propio Vargas Llosa en marzo de 1975, en una carta dirigida al general Juan Velasco, a quien no llamaba dictador (como llama rabiosamente “dictador, ladrón y asesino” al presidiario Alberto Fujimori), sino a quien llamaba, respetuosa y adulonamente, “Señor Presidente”. Juan Velasco dio un golpe militar y fue un dictador más cruel y más torpe aún que Fujimori y sin embargo, en 1975, Vargas Llosa se hincaba de rodillas ante el dictador Velasco y le decía: “Con la misma firmeza con que he aplaudido todas las reformas de la revolución, como la entrega de la tierra a los campesinos, la participación de los trabajadores en la gestión y propiedad de las empresas, el rescate de las riquezas naturales y la política nacional independiente…”. Leyó usted bien: al séptimo año de la dictadura militar de Juan Velasco, Mario Vargas Llosa se jactaba de aplaudir “con firmeza” las reformas (o sea, los atropellos) de la revolución (o sea, de la dictadura), y no algunas, sino “todas las reformas de la revolución”. Claro, al señor Vargas Llosa, revolucionario adulón del dictador Velasco, que aplaudía “con firmeza” las barbaridades que perpetraba esa dictadura, no le habían quitado una hacienda, como a mi abuelo Roberto, que en paz descanse, ni le habían robado un banco, ni le habían expropiado unas minas o unos campos de petróleo en los que él había invertido millones de dólares. No, claro que no: a Vargas Llosa poco y nada le importaban el abuso y el despojo que sufrieron los agricultores, los banqueros, los empresarios y los inversionistas extranjeros, porque a él no le quitaron nada, y por eso aplaudía “con firmeza” no una sino “todas las reformas de la revolución”, y no en 1968, cuando recién se instalaba esa dictadura, sino en 1975, cuando el dictador Velasco estaba a punto de ser desalojado del poder.

Pero eso no es todo. En marzo de 1975, dirigiéndose en tono untuoso al “Señor Presidente Juan Velasco Alvarado”, Mario Vargas Llosa escribía lo siguiente: “Hay el peligro de que la Revolución Peruana, como muchas otras, deje de serlo. Nada me entristecería más que eso ocurriera”. Es decir, Vargas Llosa en 1975 estaba triste y acongojado no porque se había instalado una dictadura comunista en el Perú. No, no: estaba triste, acongojado y alarmado porque esa dictadura (que él llamaba servilmente “revolución”) corría el peligro de desaparecer.

Pues esto demuestra que Mario Vargas Llosa no es políticamente infalible y que su penosa defensa del golpista Ollanta Humala no resulta la primera vez en que el talentoso escritor defiende a un golpista, pues ya antes, como se ha demostrado, aplaudió y defendió al golpista Juan Velasco, y aplaudió y defendió los atropellos contra la legalidad y la propiedad privada que esa dictadura perpetró.

Sobre Ollanta Humala, a quien ahora apoya, Mario Vargas Llosa ha escrito algunas líneas que conviene recordar.

No hace mucho, en entrevista concedida a la televisión peruana, Vargas Llosa dijo: “Estoy seguro de que si Ollanta Humala hubiese ganado las elecciones, la democracia peruana habría sido destruida y el Perú estaría al nivel de Bolivia, Ecuador o Venezuela”.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió que los hermanos Ollanta y Antauro Humala “han tomado del nazismo el ideal de la pureza racial”, es decir llamó neonazis o racistas a Ollanta y Antauro Humala.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió: “El movimiento etnocacerista quiere armar al Perú para declararle la guerra a Chile y así recuperar Arica”. Que se sepa, cuando Antauro Humala, cumpliendo órdenes expresas de su hermano Ollanta Humala, dio el golpe militar de Andahuaylas hace seis años, Ollanta Humala dijo que los golpistas asesinos “no son subversivos, son unos patriotas”, y dijo además que el golpe de su hermano era “una acción viril” y declaró que él, Ollanta Humala, se consideraba “una pieza del engranaje del movimiento etnocacerista”.

Hace pocos años, Mario Vargas Llosa escribió que el movimiento de los hermanos Ollanta y Antauro Humala “puede parecer payaso, cavernario y estúpido, y sin duda también lo es, pero sería una grave equivocación suponer que, debido a lo primario y visceral de su propuesta, el movimiento está condenado a desaparecer”. En efecto, Ollanta y Antauro Humala siguen siendo “payasos, cavernarios y estúpidos”, como bien los describió Mario Vargas Llosa, y su movimiento no parece condenado a desaparecer, pues Ollanta Humala, con el voto de Vargas Llosa (pero en ningún caso con mi voto), podría ser elegido Presidente del Perú en dos semanas.

No deja de ser curioso que Mario Vargas Llosa esté impaciente por elegir Presidente del Perú a un sujeto al que calificaba de “nazi, racista, payaso, cavernario y estúpido”.

Pero además, hace pocos años Mario Vargas Llosa estaba seguro de que Ollanta Humala era “protegido y fiel discípulo” del dictador venezolano Hugo Chávez, como en efecto era y sigue siéndolo, por mucho que ahora intente disimularlo con embustes. Vargas Llosa escribió hace poco que si Ollanta Humala ganase las elecciones “continuará en el Perú” las políticas de los dictadores Hugo Chávez y Juan Velasco Alvarado. Más aún, Vargas Llosa escribió: “El país todavía no se recupera del todo de aquella catástrofe que el general Velasco y su mafia castrense causaron al Perú. Ese es el modelo que el comandante Chávez y su discípulo, el comandante Ollanta Humala, quisieran –con la complicidad de los electores obnubilados– ver reinstaurado en el Perú y en toda América Latina”.

Es decir que hace poco Mario Vargas Llosa estaba seguro de que había que estar “obnubilado”, es decir aturdido, es decir atontado, es decir idiotizado, para votar por Ollanta Humala, pues en caso de llegar Ollanta Humala al gobierno peruano, aplicaría las políticas fracasadas de Hugo Chávez y Juan Velasco Alvarado.

¿En qué momento se obnubiló Mario Vargas Llosa para terminar votando por Ollanta Humala, a quien describió como “nazi, racista, payaso, cavernario, estúpido, discípulo y protegido de Hugo Chávez y caudillo bárbaro”?

¿Cómo y por qué Mario Vargas Llosa, que antes decía que había que estar “obnubilado” para votar por Ollanta Humala, de pronto se obnubiló él mismo y ahora nos pide, masivamente obnubilado, que votemos por Ollanta Humala?

Es bien simple: Primero, Mario Vargas Llosa no es políticamente infalible, y así como en 1975 aplaudía con firmeza “todas las reformas” (entiéndase, los atropellos y abusos) del dictador Velasco, ahora, en 2011, pide que los peruanos votemos por el golpista probado y admirador de dictadores, Ollanta Humala. Segundo, Mario Vargas Llosa se obnubiló, es decir se aturdió, es decir se atontó políticamente, cuando tuvo que elegir entre el golpista probado, “el racista, el payaso, el estúpido, el cavernario de Ollanta Humala” (y no lo digo yo: lo escribió él) y la señora Keiko Fujimori. De pronto, Vargas Llosa, turbado por el rencor, cegado por el odio, vio obnubilada su lucidez y atribuyó perversamente los crímenes y atrocidades de Alberto Fujimori a su hija mayor, Keiko Fujimori, y se paseó por el mundo esparciendo mentiras grotescas, por ejemplo que si la señora Keiko Fujimori es elegida presidenta “liberará a Montesinos y la mafia de Montesinos volverá al poder”, por ejemplo que, como la señora Keiko Fujimori “es hija de un ladrón y un asesino”, entonces de todos modos ella también es una ladrona y una asesina, viles oficios en los que, si no se ha inaugurado aún, se estrenará apenas jure como presidenta, puesto que, según la lógica viciosa y perversa de Vargas Llosa (hijo de un hombre que le pegaba a su esposa, lo que no creo que se transmita genéticamente, pues me resisto a creer que Mario Vargas Llosa le pegaba a su tía y luego a su prima hermana) la hija de “un ladrón y un asesino” está condenada, por el mandato de sus genes, a ser inexorablemente una ladrona y una asesina.
Bien ganado se tiene Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura. Pero, si hemos de ser justos, la Academia Sueca debería concederle también el Premio Nobel al Rencor, o cuando menos el Premio Nobel al Elector Obnubilado.

lunes, 16 de mayo de 2011

Stephen Hawking: "El paraíso después de la muerte es un cuento de hadas"

El científico considera que no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar

Lunes 16 de mayo de 2011 - 03:24 pm
(Reuters)

Londres (EFE). El reconocido científico británico Stephen Hawking, autor de “Una breve historia del tiempo”, cree que la idea del paraíso y de la vida después de la muerte es un “cuento de hadas” de gente que tiene miedo a fallecer.

Así lo afirmó el científico más destacado del Reino Unido en una entrevista publicada hoy en el periódico británico “The Guardian”, en la que vuelve a poner énfasis en su rechazo a las creencias religiosas y considera que no hay nada después del momento en que el cerebro deja de funcionar.

Hawking resalta que su enfermedad -la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA)- le ha llevado a disfrutar más de la vida a pesar de las dificultades que ello implica, ya que el mal que padece es neuro-degenerativo progresivo y le impide moverse y hablar.

“He vivido con la perspectiva de una muerte prematura durante los últimos 49 años. No tengo miedo de morir, pero no tengo prisa por morirme. Es mucho lo que quiero hacer antes”, dijo el científico.

“Yo considero al cerebro como una computadora que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes. No hay paraíso o vida después de la muerte para las computadoras que dejan de funcionar, ese es un cuento de hadas de gente que le tiene miedo a la oscuridad”, señaló el ex catedrático de Matemáticas Aplicadas y Física Teórica de la Universidad de Cambridge.

En su entrevista, Hawking, de 69 años, resalta la importancia de disfrutar de la vida y hacer cosas buenas y se refiere también a las pequeñas fluctuaciones cuánticas, que en el comienzo del universo fueron las “semillas” que dieron paso a la formación de las galaxias, las estrellas y la vida humana.

El científico, que habla con la ayuda de un sintetizador de voz, sugiere que sería posible descifrar nuestros orígenes con instrumentos modernos, que podrían ayudar a detectar antiguas huellas en la luz espacial dejada en los primeros momentos de la formación del universo.

Fuente: EL COMERCIO

domingo, 15 de mayo de 2011

Nuestro propio muro

Por: Yoani Sánchez*
EL COMERCIO
Domingo 15 de Mayo del 2011


El sol quema fuerte y en la oficina de Inmigración y Extranjería la gente suda, pero nadie se queja. Una palabra crítica, una actitud de exigencia frente a los funcionarios puede terminar en castigo. Todos hacen cola en silencio y miran hacia la pared sin conversar. En esta tarde de mayo un centenar de personas aguardan por un permiso para viajar fuera de la isla. Conocido también como tarjeta blanca, esta autorización forma parte del absurdo migratorio que impide a los cubanos salir y entrar de su propio país. Es nuestro muro de Berlín, nuestra frontera minada pero sin explosivos. Una tapia formada por cuños, papeles y vigilada por la mirada torva de militares interponiéndose entre nuestros cuerpos y el resto del mundo.

Para reforzar tal desatino está también el alto precio del permiso de salida: unos US$170. Ese monto equivale al salario anual de un profesional medio. Sin embargo, para obtener el salvoconducto no basta con poseer el dinero o mostrar un pasaporte válido, hay que cumplir otros requisitos no escritos: contar con condiciones ideológicas y políticas que nos hagan elegibles.

Ante tantas dificultades, recibir el “sí” es como escuchar descorrerse los cerrojos en una celda tapiada por años. Pero para muchos –como yo– la respuesta siempre viene en forma de ¡no! Miles de cubanos hemos sido condenados a la inmovilidad insular, aunque ningún tribunal haya fallado tal veredicto. El “delito” que hemos cometido consiste en opinar críticamente del gobierno, en formar parte de un grupo opositor o pertenecer a una plataforma defensora de los derechos humanos. En mi caso ostento el triste récord de haber recibido 15 negaciones de salida desde el 2008. He dejado una silla vacía en cada conferencia, en cada ceremonia de premiación o presentación de libros a la que me han invitado. En ningún caso he recibido explicación, solo la lacónica frase: “Por el momento usted no está autorizada a salir del país”.

Pero no solo los inconformes o los críticos tienen restricciones. Quienes se graduaron en medicina saben muy bien que su título no solo les sirve para salvar vidas sino que funciona como impedimento para conocer otras latitudes. Centenares de doctores, enfermeras y personal de la salud han visto separarse a sus familias, a sus hijos partir al exilio, mientras ellos aguardan el beneplácito de las autoridades. Algunos esperan tres, cinco años o una década. La mayoría nunca lo logrará.

La lista negra de los que no pueden cruzar al otro lado del mar es larga. Eso se sabe aunque jamás haya sido publicada en ningún lugar. Quienes la integran son –somos– conscientes de que salirse de ella es sumamente difícil. Buena parte de las máscaras de conformismo que los cubanos se cuelgan frente al ojo escrutador del Estado tiene como objetivo alcanzar el sueño de traspasar las fronteras. El permiso de salida se convierte así en un método de control ideológico que obliga al aplauso y a la simulación.

Hace unos días la prensa extranjera anunció con gran fanfarria que los cubanos ya podían salir libremente. Justo en el momento en que comenzó a propagarse la noticia, estaba yo en una de esas vetustas oficinas donde se concede o se niega el permiso para viajar. Cuando le pregunté a la funcionaria vestida de militar si era verdad, me respondió con sorna: “Vaya al aeropuerto a ver si se puede ir sin la tarjeta blanca”. Al leer después con calma el punto 265 de los lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista, que hace referencia a ese tema, me quedé desanimada. En él se expone que el gobierno va a “estudiar una política que facilite a los cubanos residentes en el país viajar como turistas”, pero no da un plazo ni detalles sobre cómo va a implementarse. En realidad, las autoridades no parecen dispuestas a renunciar a esa suculenta industria sin chimeneas que genera millones de dólares anuales por concepto de trámites para ingresar o salir de Cuba.

Minutos después de caer en cuenta de que las agencias informativas habían exagerado, sonó mi teléfono móvil. Una voz entrecortada me contó detalles de lo últimos momentos de Juan Wilfredo Soto, disidente muerto a raíz de un maltrato policial. Recuerdo que respondí en monosílabos a la narración triste de aquel acto de intolerancia. Me senté para no caerme. Me zumbaban los oídos y sentía enrojecida la piel de la cara. Miré sobre la mesa, allí estaba mi pasaporte lleno de visas para entrar a una docena de países y sin una sola autorización para salir de mi propia nación. Al lado de su portada azulada, alguien había puesto los reportes impresos del fallecimiento de Wilfredo. Observé su rostro en la fotografía, el escudo nacional en la primera página de mi documento de identificación y solo pude concluir que en la isla “nada ha cambiado”. Seguimos atenazados por los mismos límites, por los altos muros del sectarismo ideológico y por el grillete ajustado de las restricciones migratorias.

(*) Bloguera y periodista cubana

domingo, 13 de marzo de 2011

Piqueteros Intelectuales

Por: Mario Vargas Llosa*
EL COMERCIO
13-03-11


Un puñado de intelectuales argentinos kirchneristas, vinculados al grupo Carta Abierta, encabezados por el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, pidió a los organizadores de la Feria del Libro de Buenos Aires, que se abrirá el 20 de abril, que me retirara la invitación para hablar el día de su inauguración. La razón del veto: mi posición política “liberal”, “reaccionaria”, enemiga de las “corrientes progresistas del pueblo argentino” y mis críticas a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Bastante más lúcida y democrática que sus intelectuales, la presidenta Cristina Fernández se apresuró a recordarles que semejante demostración de intolerancia y a favor de la censura no parecía una buena carta de presentación de su gobierno ni oportuna cuando parece iniciarse una movilización a favor de la reelección. Obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás.

Me alegra coincidir en algo con la presidenta Cristina Fernández, cuyas políticas y declaraciones populistas, en efecto, he criticado, aunque sin llegar nunca al agravio, como alegó uno de los partidarios de mi defenestración. Nunca he ocultado mi convencimiento de que el peronismo, aunque haya impulsado algunos progresos de orden social y sindical, hechas las sumas y las restas, ha contribuido de manera decisiva a la decadencia económica y cultural del único país de América Latina que llegó a ser un país del Primer Mundo y a tener en algún momento un sistema educativo que fue un ejemplo para el resto del planeta. Esto no significa, claro está, que aliente la menor simpatía por sus horrendas dictaduras militares cuyos crímenes, censuras y violaciones de los derechos humanos he criticado siempre con la mayor energía en nombre de la cultura de la libertad que defiendo y que es constitutivamente alérgica a toda forma de autoritarismo.

Precisamente la única vez que he padecido un veto o censura en Argentina parecido al que pedían para mí los intelectuales kirchneristas fue durante la dictadura del general Videla, cuyo ministro del Interior, el general Harguindey, expidió un decreto de abultados considerandos prohibiendo mi novela “La tía Julia y el escribidor” y demostrando que esta era ofensiva al “ser argentino”. Advierto con sorpresa que los intelectuales kirchneristas comparten con aquel general cierta noción de la cultura, de la política y del debate de ideas que se sustenta en un nacionalismo esencialista un tanto primitivo y de vuelo rasero.

Porque lo que parece ofender principalmente a Horacio González, José Pablo Feinmann, Aurelio Narvaja, Vicente Battista y demás partidarios del veto, por encima de mi liberalismo, es que, siendo un extranjero, me inmiscuya en los asuntos argentinos. Por eso les parecía más justo que abriera la Feria del Libro de Buenos Aires un escritor argentino en consonancia con las “corrientes populares”.

Si tal mentalidad hubiera prevalecido siempre en Argentina, el general José de San Martín y sus soldados del Ejército Libertador no se hubieran ido a inmiscuir en los asuntos de Chile y Perú y, en vez de cruzar la Cordillera de los Andes impulsados por un ideal anticolonialista y libertario, se hubieran quedado cebando mate en su tierra, con lo que la emancipación hubiera tardado un poco más en llegar a las costas del Pacífico sudamericano. Y si un rosarino llamado Ernesto Che Guevara hubiera profesado el estrecho nacionalismo de los intelectuales kirchneristas, se hubiera eternizado en Rosario ejerciendo la medicina en vez de ir a jugarse la vida por sus ideas revolucionarias y socialistas en Guatemala, Cuba, el Congo y Bolivia.

El nacionalismo es una ideología que ha servido siempre a los sectores más cerriles de la derecha y la izquierda para justificar su vocación autoritaria, sus prejuicios racistas, sus matonerías, y para disimular su orfandad de ideas tras un fuego de artificio de eslóganes patrioteros. Está visceralmente reñido con la cultura, que es diálogo, coexistencia en la diversidad, respeto del otro, la admisión de que las fronteras son en última instancia artificios administrativos que no pueden abolir la solidaridad entre los individuos y los pueblos de cualquier geografía, lengua, religión y costumbres pues la nación –al igual que la raza o la religión– no constituye un valor ni establece jerarquías cívicas, políticas o morales entre la colectividad humana. Por eso, a diferencia de otras doctrinas e ideologías, como el socialismo, la democracia y el liberalismo, el nacionalismo no ha producido un solo tratado filosófico o político digno de memoria, solo panfletos a menudo de una retórica tan insulsa como beligerante. Si alguien lo vio bien, y lo escribió mejor, y lo encarnó en su conducta cívica fue uno de los políticos e intelectuales latinoamericanos que yo admiro más, el argentino Juan Bautista Alberdi, que llevó su amor a la justicia y a la libertad a oponerse a la guerra que libraba su propio país contra Paraguay, sin importarle que los fanáticos de la intolerancia lo acusaran de traidor.

Los vetos y las censuras tienden a imposibilitar todo debate y a convertir la vida intelectual en un monólogo tautológico en el que las ideas se desintegran y se convierten en consignas, lugares comunes y clichés. Los intelectuales kirchneristas que solo quisieran oír y leer a quienes piensan como ellos y que se arrogan la exclusiva representación de las “corrientes populares” de su país están muy lejos no solo de un Alberdi o un Sarmiento sino también de una izquierda genuinamente democrática que, por fortuna, está surgiendo en América Latina, y que en países donde ha estado o está en el poder, como en Chile, Brasil, Uruguay, ha sido capaz de renovarse, renunciando no solo a sus tradicionales convicciones revolucionarias reñidas con la democracia “formal” sino al populismo, al sectarismo ideológico y al dirigismo, aceptando el juego democrático, la alternancia en el poder, el mercado, la empresa y la inversión privadas, y las instituciones formales que antes llamaba burguesas. Esa izquierda renovada está impulsando de una manera notable el progreso económico de sus países y reforzando la cultura de la libertad en América Latina.

¿Qué clase de Argentina quieren los intelectuales kirchneristas? ¿Una nueva Cuba, donde, en efecto, los liberales y demócratas no podríamos jamás dar una conferencia ni participar en un debate y donde solo tienen uso de la palabra los escribidores al servicio del régimen? La convulsionada Venezuela de Hugo Chávez es tal vez su modelo. Pero allí, a diferencia de los miembros del grupo Carta Abierta, la inmensa mayoría de intelectuales, tanto de izquierda como de derecha, no es partidaria de los vetos y censuras. Por el contrario, combate con gran coraje contra los atropellos a la libertad de expresión y la represión creciente del gobierno chavista a toda forma de disidencia u oposición.

De quienes parecen estar mucho más cerca de lo que tal vez imaginan Horacio González y sus colegas es de los piqueteros kirchneristas que, hace un par de años, estuvieron a punto de lincharnos, en Rosario, a una treintena de personas que asistíamos a una conferencia de liberales, cuando el ómnibus en que nos movilizábamos fue emboscado por una pandilla de manifestantes armados de palos, piedras y botes de pintura. Durante un buen rato debimos soportar una pedrea que destrozó todas las lunas del vehículo, y lo dejó abollado y pintarrajeado de arriba abajo con insultos. Una experiencia interesante e instructiva que parecía concebida para ilustrar la triste vigencia en nuestros días de aquella confrontación entre civilización y barbarie que describieron con tanta inteligencia y buena prosa Sarmiento en su “Facundo” y Esteban Echeverría en ese cuento sobrecogedor que es “El matadero”.

Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas “liberales”, “burguesas” y “reaccionarias” se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con “las corrientes progresistas del pueblo argentino”.

México, 7 de marzo del 2011

(*) Escritor y Premio Nobel 2010

domingo, 13 de febrero de 2011

La Libertad y los Árabes

Por: Mario Vargas Llosa*
EL COMERCIO
13-02-11


El movimiento popular que ha sacudido a países como Túnez, Egipto, Yemen y cuyas réplicas han llegado hasta Argelia, Marruecos y Jordania es el más rotundo desmentido a quienes, como Thomas Carlyle, creen que “La historia del mundo es la biografía de los grandes hombres”. Ningún caudillo, grupo o partido político puede atribuirse ese sísmico levantamiento social que ha decapitado ya las satrapías tunecina de Ben Ali y la egipcia de Hosni Mubarak, tiene al borde del desplome a la yemení de Ali Abdalá Saleh y provoca escalofríos en los gobiernos de los países donde la onda convulsiva ha llegado más débilmente como Siria, Jordania, Argelia, Marruecos y Arabia Saudí.

Es obvio que nadie podía prever lo que ha ocurrido en las sociedades autoritarias árabes y que el mundo entero y, en especial, los analistas, la prensa, las cancillerías y ‘think tanks’ políticos occidentales se han visto tan sorprendidos por la explosión sociopolítica árabe como lo estuvieron con la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética y sus satélites. No es arbitrario acercar ambos acontecimientos: los dos tienen una trascendencia semejante para las respectivas regiones y lanzan precipitaciones y secuelas políticas para el resto del mundo. ¿Qué mejor prueba que la historia no está escrita y que ella puede tomar de pronto direcciones imprevistas que escapan a todas las teorías que pretenden sujetarla dentro de cauces lógicos?

Dicho esto, no es imposible discernir alguna racionalidad en ese contagioso movimiento de protesta que se inicia, como en una historia fantástica, con la autoinmolación por el fuego de un pobre y desesperado tunecino de provincia llamado Mohamed Bonazizi y, con la rapidez del fuego, se extiende por todo el Medio Oriente. Los países donde ello ha ocurrido padecían dictaduras de decenas de años, corruptas hasta el tuétano, cuyos gobernantes, parientes cercanos y clientelas oligárquicas habían acumulado inmensas fortunas, bien seguras en el extranjero, mientras la pobreza y el desempleo, así como la falta de educación y salud mantenían a enormes sectores de la población en niveles de mera subsistencia y a veces en la hambruna. La corrupción generalizada y un sistema de favoritismo y privilegio cerraban a la mayoría de la población todos los canales de ascenso económico y social.

Ahora bien, este estado de cosas, que ha sido el de innumerables países a lo largo de la historia, jamás hubiera provocado el alzamiento sin un hecho determinante de los tiempos modernos: la globalización. La revolución de la información ha ido agujereando por doquier los rígidos sistemas de censura que las satrapías árabes habían instalado a fin de tener a los pueblos que explotaban y saqueaban en la ignorancia y el oscurantismo tradicionales. Pero ahora es muy difícil, casi imposible, para un gobierno someter a la sociedad entera a las tinieblas mediáticas a fin de manipularla y engañarla como antaño. La telefonía móvil, la Internet, los blogs, el Facebook, el Twitter, las cadenas internacionales de televisión y demás resortes de la tecnología audiovisual han llevado a todos los rincones del mundo la realidad de nuestro tiempo y forzado unas comparaciones que, por supuesto, han mostrado a las masas árabes el anacronismo y barbarie de los regímenes que padecían y la distancia que los separa de los países modernos. Y esos mismos instrumentos de la nueva tecnología han permitido que los manifestantes coordinaran acciones y pudieran introducir cierto orden en lo que en un primer momento pudo parecer una caótica explosión de descontento anárquico. No ha sido así. Uno de los rasgos más sorprendentes de la rebeldía árabe han sido los esfuerzos de los manifestantes por atajar el vandalismo y salir al frente, como en Egipto, de los matones enviados por el régimen a cometer tropelías para desprestigiar el alzamiento e intimidar a la prensa.

La lentitud (para no decir la cobardía) con que los países occidentales –sobre todo los de Europa- han reaccionado, vacilando primero ante lo que ocurría y luego con vacuas declaraciones de buenas intenciones a favor de una solución negociada del conflicto, en vez de apoyar a los rebeldes, tiene que haber causado terrible decepción a los millones de manifestantes que se lanzaron a las calles en los países árabes pidiendo “libertad” y “democracia” y descubrieron que los países libres los miraban con recelo y, a veces, pánico. Y comprobar, entre otras cosas, que los partidos políticos de Mubarak y Ben Ali ¡eran miembros activos de la Internacional Socialista! Vaya manera de promocionar la social democracia y los derechos humanos en el Medio Oriente.

La equivocación garrafal de Occidente ha sido ver en el movimiento emancipador de los árabes un caballo de Troya gracias al cual el integrismo islámico podía apoderarse de toda la región y el modelo iraní –una satrapía de fanáticos religiosos– se extendería por todo el Medio Oriente. La verdad es que el estallido popular no estuvo dirigido por los integristas y que, hasta ahora, al menos, estos no lideran el movimiento emancipador ni pretenden hacerlo.

Ellos parecen mucho más conscientes que las cancillerías occidentales de que lo que moviliza a los jóvenes de ambos sexos tunecinos, egipcios, yemeníes y los demás no son la sharia y el deseo de que unos clérigos fanáticos vengan a reemplazar a los dictadorzuelos cleptómanos de los que quieren sacudirse. Habría que ser ciegos o muy prejuiciados para no advertir que el motor secreto de este movimiento es un instinto de libertad y de modernización.

Desde luego que no sabemos aún la deriva que tomará esta rebelión y, por supuesto, no se puede descartar que, en la confusión que todavía prevalece, el integrismo o el Ejército traten de sacar partido. Pero, lo que sí sabemos es que, en su origen y primer desarrollo, este movimiento ha sido civil, no religioso, y claramente inspirado en ideales democráticos de libertad política, libertad de prensa, elecciones libres, lucha contra la corrupción, justicia social, oportunidades para trabajar y mejorar. El Occidente liberal y democrático debería celebrar este hecho como una extraordinaria confirmación de la vigencia universal de los valores que representa la cultura de la libertad y volcar todo su apoyo hacia los pueblos árabes en este momento de su lucha contra los tiranos. No solo sería un acto de justicia sino también una manera de asegurar la amistad y la colaboración con un futuro Medio Oriente libre y democrático.

Porque esta es ahora una posibilidad real. Hasta antes de esta rebelión popular, a muchos nos parecía difícil. Lo ocurrido en Irán, y, en cierta forma, en Iraq, justificaba cierto pesimismo respecto de la opción democrática en el mundo árabe. Pero lo ocurrido estas últimas semanas debería haber barrido esas reticencias y temores, inspirados en prejuicios culturales y racistas. La libertad no es un valor que solo los países cultos y evolucionados aprecian en todo lo que significa. Masas desinformadas, discriminadas y explotadas pueden también, por caminos tortuosos a menudo, descubrir que la libertad no es un ente retórico desprovisto de sustancia, sino una llave maestra muy concreta para salir del horror, un instrumento para construir una sociedad donde hombres y mujeres puedan vivir sin miedo, dentro de la legalidad y con oportunidades de progreso. Ha ocurrido en el Asia, en América Latina, en los países que vivieron sometidos a la férula de la Unión Soviética. Y ahora –por fin– está empezando a ocurrir también en los países árabes con una fuerza y heroísmo extraordinarios. Nuestra obligación es mostrarles nuestra solidaridad activa, porque la transformación del Medio Oriente en una tierra de libertad no solo beneficiará a millones de árabes sino al mundo entero en general (incluido, por supuesto, Israel, aunque el gobierno extremista de Netanyahu sea incapaz de entenderlo).

(*) Escritor Premio Nobel 2010

domingo, 2 de enero de 2011

La Revolución Sepultada

Todas las medianoches del 31 de diciembre los cubanos lanzan litros de agua por sus balcones para que junto a cada gota se vaya todo lo malo y triste de los meses anteriores. Sus deseos: que la calidad de vida mejore en la isla

Por: Yoani Sánchez Desde Cuba
Domingo 2 de Enero del 2011


Una catarata cayó desde cada balcón de mi edificio modelo yugoslavo, justo a la medianoche del 31 de diciembre. Los cubanos conservan la tradición de lanzar un cubo de agua cada fin de año, para limpiar todo lo malo que trajeron los meses anteriores y esperar “limpios” espiritualmente el enero que recién comienza.

Había infinidad de razones para vaciar los tanques de las casas y tirar desde las ventanas, las terrazas y las azoteas el preciado líquido que nos dejaría listos para enfrentar todo lo que se nos viene encima. Así que tomé el recipiente más grande que pude encontrar en mi apartamento y con mi esposo dejamos caer su contenido hacia el vacío –desde nuestro piso 14– mientras pensábamos en aquello que queríamos dejar atrás.

El primer sol del 2011 hizo brillar los charcos que en las calles no habían sido formados por la lluvia, sino por nuestros deseos.

DESEOS DE CAMBIO
Pocos confiesan en voz alta la lista completa de esperanzas que albergan para los próximos 12 meses; sin embargo, es fácil predecir que un punto importante en ella es la necesidad de cambios políticos en la isla. Cada quien lo define a su manera, “que esto termine ya”, “que las reformas raulistas logren mejorar nuestras vidas” o “que el 2011 sea el año que tanto hemos estado esperando”, dicen quienes ya hace tiempo perdieron la paciencia y la fe.

Curiosamente la palabra ‘revolución’ está ausente de esas predicciones populares, pues la gran mayoría de los ciudadanos ha dejado de considerarla un ente dinámico, vivo, en transformación. Cuando se refieren al modelo que rige en el país, lo hacen como si se tratara de una estructura inamovible, como si fuera una camisa de fuerza muy rígida y con pocas posibilidades de adaptarse a las nuevas demandas del siglo XXI.

VIVIR EN EL PASADO
Todas aquellas ideas de renovación que llegaron –a finales de los años cincuenta del siglo pasado– con los jóvenes barbudos bajados de la montaña se transformaron en un gobierno donde la figuras que concentran el poder tienen más de 70 años y desconfían profundamente de los innovadores. El discurso oficial sigue mencionando el 1 de enero de cada año como el cumpleaños de una criatura viva, cuando se trata ya del aniversario de algo muerto hace tiempo. La revolución ha sido sepultada por el inmovilismo, el proyecto social yace bajo tierra y la pregunta que nos hacemos es alrededor de cuál fecha debemos poner en su lápida.

EL ABRAZO MORTAL
Para miles de compatriotas la revolución murió en 1968 cuando Fidel Castro aplaudió la entrada de los tanques soviéticos en Praga. El abrazo de oso después de aquello, la omnipresencia del Kremlin con los millones de barriles de petróleo que nos enviaban cada año, con sus abultados subsidios y sus demandas geopolíticas, terminaron por ahogar cualquier viso de espontaneidad.

El llamado Quinquenio Gris (1971-1975) apagó la luz en la cultura, donde el realismo socialista intentó cortarnos las alas de la creación y reducirnos a las historias triunfalistas que tenían como protagonistas a un nunca logrado hombre nuevo.

Mis padres, por su parte, vieron fenecer el proceso en los primeros meses de 1989 a raíz del juicio por narcotráfico contra el general Arnaldo Ochoa (1943-1989), los fusilamientos posteriores y las purgas en el Ministerio del Interior. Quedó claro para muchos que la zozobra por mantener el poder primaba sobre cualquier ideal, sobre los manuales de marxismo o comunismo.

BALSAS DE ESPERANZA
Para mi generación, el réquiem de la revolución se confirmó algunos años después, con los golpes y pedradas que recibieron quienes se lanzaron a las calles en agosto de 1994. Con aquellas rústicas balsas partiendo de cada punto del litoral cubano, se fueron buena parte de las ilusiones de quienes creían que este era un proyecto social “de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Eran justo las clases más pobres las que en aquellas jornadas de desesperación optaron por el estrecho de La Florida, bajo el riesgo las aletas de los tiburones y del hacinamiento en la Base Naval de Guantánamo. Con ellos zarpó de territorio nacional la última posibilidad de que nuestras autoridades anunciaran su intención de gobernar para todos.

Y SIGUE MURIENDO
Por estos días queda el recordatorio, las frases tipo “lo que pudo ser y no fue”, la crónica del pasado. Mientras tanto, la realidad niega cada palabra dicha desde la tribuna, el mercado negro se extiende como opción de sobrevivencia, la apatía corroe los intentos de movilizarnos ideológicamente. Es como un largo funeral donde los más apegados al difunto no se deciden a echar tierra sobre el ataúd. Algunos –los menos– creen que la occisa revolución podrá levantarse, reinventarse, sacudirse la mortaja y los males crónicos.

Asistimos a este entierro, con la punzante duda: ¿Qué fue lo que salió mal? ¿En qué momento la revolución se volvió cadáver? Descifrarlo puede ser de vital importancia para el futuro nacional de Cuba. En parte ya sabemos que la defunción se debió a enfermedades crónicas: personalismo, burocracia, entreguismo a una potencia extranjera (otrora Unión Soviética) y la copia de un modelo muy bonito en los libros. Sin embargo, nos falta saber si el empujón se lo dimos nosotros mismos, si fueron nuestras manos, nuestras mentes, las que asfixiaron definitivamente a la criatura que intentamos crear, o si en la genética del proceso estuvieron desde siempre los cromosomas del fracaso.


Fuente: EL COMERCIO