domingo, 19 de diciembre de 2010

Navidad a la Cubana

En la isla que censuró las prácticas religiosas por decreto muchos cubanos fortalecieron su fe. La presión que la dictadura castrista ejerció en escuelas y trabajos no logró que la tradición y las costumbres desaparecieran

Por: Yoani Sánchez Desde Cuba
Domingo 19 de Diciembre del 2010

Diciembre me trae siempre olor a incienso, sonidos de llanto de bebe y el lejano sabor de unos turrones. Curioso, pues en realidad nací en la época del más rancio ateísmo y entré por primera vez a una iglesia cuando tenía 17 años. Sin embargo, a espaldas de mis padres –totalmente imbuidos del materialismo imperante– mis abuelos me contaban historias de Navidad, de pesebres, de luceros brillando en la noche de Belén.

EL CRISTO ESCONDIDO
No entendía qué podía tener de malo todo aquello, para que la maestra virara los ojos y nos mandara a callar cuando nos atrapaba hablando de la Nochebuena. Mi confusión llegó a su punto máximo cuando descubrí que la misma intransigente profesora llevaba un Jesús crucificado, prendido con un alfiler en el interior de la cartera, bien escondido de las miradas ajenas.

Este falso ateísmo era resultado de una de las modificaciones más importantes que quiso lograr el socialismo cubano: la desaparición de las prácticas religiosas. En los formularios para postular a un puesto de trabajo, a la universidad e incluso para solicitar una nueva vivienda aparecía siempre la pregunta: “¿Tiene creencias religiosas?”. Todos sabían cómo responder, porque la interrogante no tenía un interés para las estadísticas, sino una intención intimidatoria.

GRADUADOS EN ATEÍSMO
Los que pretendían ser miembros del Partido Comunista pasaban un curso de “ateísmo científico” y se les prohibía bautizar a sus hijos. Así que soy de la camada de los que no sintieron correr sobre sus cabezas el agua bendita. Las prohibiciones no hicieron que los sentimientos religiosos desaparecieran, simplemente se enmascararon. Toda una generación de cubanos creció sin fe. Frases de uso cotidiano como “si Dios quiere”, “gracias a Dios” o “que Dios te acompañe”, llegaron a tener –entre los más radicales– resonancia contrarrevolucionaria. Decir “¡adiós!” resultaba sospechoso de tendencias pequeñoburguesas y desviaciones ideológicas. Mis abuelos guardaron el Sagrado Corazón que tenían colgado en la sala y comenzaron a encender las velas y a leer las plegarias en la madrugada, cuando no podían verlos ni escucharlos.

COMUNISMO MESIÁNICO
La propuesta de los ideólogos comunistas fue la creación de “el hombre nuevo”, con una cosmovisión científico-materialista, despojado de supersticiones, altruista y solidario, dispuesto a dar la vida por la causa y entregado a la construcción de la nueva sociedad sin ambiciones materiales y motivado por sus convicciones políticas. En la escuela nos repetían que “la religión es el opio de los pueblos”, pero los discursos políticos también tenían su liturgia, su prueba de fe, su entrega desinteresada a un “mesías” que también llevaba barba y que nos exigía el sacrificio y la entrega total.

ISLA DE FE
A finales de 1991 ocurrió “el milagro”: las autoridades despenalizaron el ejercicio religioso. Tras casi veinte años da la impresión de que en esta isla quedan muy pocos ateos. Incluso quienes no practicamos ningún credo específico compartimos el entusiasmo con el que católicos y protestantes engalanan sus casas y sus iglesias, resistiéndose a que les vuelvan a arrebatar la celebración de la Navidad. Los niños más pequeños, nacidos ya con el retorno de la religiosidad, ven como algo normal que se instalen adornos de colores y que los villancicos resuenen.

Es un alivio el retorno de la festividad familiar de estas fechas, así lo sentimos quienes crecimos en la forzada austeridad de los fines de año y la celebración del 1 de enero como la llegada de los rebeldes al poder, en 1959.

Hoy mis abuelos podrían poner su cuadro de Jesús en la sala, si no fuera porque ambos murieron cuando todavía estaba penado creer –públicamente– en algo que no fuera la revolución.

RETOMAR LA ESPERANZA
Una preocupación es qué hacer con aquella malograda arcilla con la que se pretendió moldear al hombre nuevo. El problema de “la pérdida de valores” es un tema frecuentemente discutido entre pedagogos, artistas, cuadros políticos y líderes religiosos. Nadie se atreve a señalar al evidente responsable por la proliferación de un sujeto despersonalizado e indolente, sin vocación ni propósito, disoluto y amoral, que no se interesa en el trabajo ni aspira a la prosperidad, que no respeta ley alguna y que carece de sueños e ideales. Este es el producto del prolongado ateísmo forzado, de la simulación, del contraste entre lo que se admitía profesar y lo que en realidad se veneraba en el interior de las casas. Es un ser sin convicción ninguna, ni siquiera en sí mismo.

De entre sus cenizas resurge hoy la religión y hasta los que perdimos la fe en el camino, quisiéramos retomar la esperanza, para que esta Navidad podamos pedir –sin miedo- que ocurra un milagro.

Fuente:
EL COMERCIO