domingo, 19 de diciembre de 2010

Navidad a la Cubana

En la isla que censuró las prácticas religiosas por decreto muchos cubanos fortalecieron su fe. La presión que la dictadura castrista ejerció en escuelas y trabajos no logró que la tradición y las costumbres desaparecieran

Por: Yoani Sánchez Desde Cuba
Domingo 19 de Diciembre del 2010

Diciembre me trae siempre olor a incienso, sonidos de llanto de bebe y el lejano sabor de unos turrones. Curioso, pues en realidad nací en la época del más rancio ateísmo y entré por primera vez a una iglesia cuando tenía 17 años. Sin embargo, a espaldas de mis padres –totalmente imbuidos del materialismo imperante– mis abuelos me contaban historias de Navidad, de pesebres, de luceros brillando en la noche de Belén.

EL CRISTO ESCONDIDO
No entendía qué podía tener de malo todo aquello, para que la maestra virara los ojos y nos mandara a callar cuando nos atrapaba hablando de la Nochebuena. Mi confusión llegó a su punto máximo cuando descubrí que la misma intransigente profesora llevaba un Jesús crucificado, prendido con un alfiler en el interior de la cartera, bien escondido de las miradas ajenas.

Este falso ateísmo era resultado de una de las modificaciones más importantes que quiso lograr el socialismo cubano: la desaparición de las prácticas religiosas. En los formularios para postular a un puesto de trabajo, a la universidad e incluso para solicitar una nueva vivienda aparecía siempre la pregunta: “¿Tiene creencias religiosas?”. Todos sabían cómo responder, porque la interrogante no tenía un interés para las estadísticas, sino una intención intimidatoria.

GRADUADOS EN ATEÍSMO
Los que pretendían ser miembros del Partido Comunista pasaban un curso de “ateísmo científico” y se les prohibía bautizar a sus hijos. Así que soy de la camada de los que no sintieron correr sobre sus cabezas el agua bendita. Las prohibiciones no hicieron que los sentimientos religiosos desaparecieran, simplemente se enmascararon. Toda una generación de cubanos creció sin fe. Frases de uso cotidiano como “si Dios quiere”, “gracias a Dios” o “que Dios te acompañe”, llegaron a tener –entre los más radicales– resonancia contrarrevolucionaria. Decir “¡adiós!” resultaba sospechoso de tendencias pequeñoburguesas y desviaciones ideológicas. Mis abuelos guardaron el Sagrado Corazón que tenían colgado en la sala y comenzaron a encender las velas y a leer las plegarias en la madrugada, cuando no podían verlos ni escucharlos.

COMUNISMO MESIÁNICO
La propuesta de los ideólogos comunistas fue la creación de “el hombre nuevo”, con una cosmovisión científico-materialista, despojado de supersticiones, altruista y solidario, dispuesto a dar la vida por la causa y entregado a la construcción de la nueva sociedad sin ambiciones materiales y motivado por sus convicciones políticas. En la escuela nos repetían que “la religión es el opio de los pueblos”, pero los discursos políticos también tenían su liturgia, su prueba de fe, su entrega desinteresada a un “mesías” que también llevaba barba y que nos exigía el sacrificio y la entrega total.

ISLA DE FE
A finales de 1991 ocurrió “el milagro”: las autoridades despenalizaron el ejercicio religioso. Tras casi veinte años da la impresión de que en esta isla quedan muy pocos ateos. Incluso quienes no practicamos ningún credo específico compartimos el entusiasmo con el que católicos y protestantes engalanan sus casas y sus iglesias, resistiéndose a que les vuelvan a arrebatar la celebración de la Navidad. Los niños más pequeños, nacidos ya con el retorno de la religiosidad, ven como algo normal que se instalen adornos de colores y que los villancicos resuenen.

Es un alivio el retorno de la festividad familiar de estas fechas, así lo sentimos quienes crecimos en la forzada austeridad de los fines de año y la celebración del 1 de enero como la llegada de los rebeldes al poder, en 1959.

Hoy mis abuelos podrían poner su cuadro de Jesús en la sala, si no fuera porque ambos murieron cuando todavía estaba penado creer –públicamente– en algo que no fuera la revolución.

RETOMAR LA ESPERANZA
Una preocupación es qué hacer con aquella malograda arcilla con la que se pretendió moldear al hombre nuevo. El problema de “la pérdida de valores” es un tema frecuentemente discutido entre pedagogos, artistas, cuadros políticos y líderes religiosos. Nadie se atreve a señalar al evidente responsable por la proliferación de un sujeto despersonalizado e indolente, sin vocación ni propósito, disoluto y amoral, que no se interesa en el trabajo ni aspira a la prosperidad, que no respeta ley alguna y que carece de sueños e ideales. Este es el producto del prolongado ateísmo forzado, de la simulación, del contraste entre lo que se admitía profesar y lo que en realidad se veneraba en el interior de las casas. Es un ser sin convicción ninguna, ni siquiera en sí mismo.

De entre sus cenizas resurge hoy la religión y hasta los que perdimos la fe en el camino, quisiéramos retomar la esperanza, para que esta Navidad podamos pedir –sin miedo- que ocurra un milagro.

Fuente:
EL COMERCIO

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Discurso de Steve Jobs, CEO de Apple y Pixar

Discurso que Steve Jobs, CEO de Apple Computer y de Pixar Animation Studios, dictó el 12 de Junio de 2005 en la ceremonia de graduación de la Universidad de Stanford.

“Tienen que encontrar eso que aman”
Me siento honrado de estar con ustedes hoy en su ceremonia de graduación en una de
las mejores universidades del mundo. Yo nunca me gradué de una universidad. La verdad
sea dicha, esto es lo más cerca que he estado de una graduación. Hoy deseo contarles tres historias de mi vida. Eso es. No es gran cosa. Sólo tres historias.

La primera historia se trata de conectar los puntos
Me retiré del Reed College después de los primeros 6 meses y seguí yendo de modo
intermitente otros 18 meses o más antes de renunciar de verdad. Entonces ¿por qué me
retiré?.
Comenzó antes de que yo naciera. Mi madre biológica era joven, estudiante de
universidad graduada, soltera, y decidió darme en adopción. Ella creía firmemente que debía ser adoptado por estudiantes graduados. Por lo tanto, todo estaba arreglado para que apenas naciera fuera adoptado por un abogado y su esposa; salvo que cuando nací, decidieron en el último minuto que en realidad deseaban una niña. De ese modo, mis padres que estaban en lista de espera, recibieron una llamada en medio de la noche preguntándoles: “Tenemos un niño no deseado; ¿lo quieren?”. Ellos dijeron “Por supuesto”.
Posteriormente, mi madre biológica se enteró que mi madre nunca se había graduado de
una universidad y que mi padre nunca se había graduado de la enseñanza media. Se negó a firmar los papeles de adopción definitivos. Sólo cambió de parecer unos meses más tarde cuando mis padres prometieron que algún día yo iría a la universidad.
Luego a los 17 años fui a la universidad. Sin embargo, ingenuamente elegí una
universidad casi tan cara como Stanford y todos los ahorros de mis padres de clase obrera fueron gastados en mí matrícula. Después de 6 meses yo no era capaz de apreciar el valor de lo anterior. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y no tenía idea de la manera en que la universidad me iba a ayudar a deducirlo. Y aquí estaba yo, gastando todo el dinero que mis padres habían ahorrado durante toda su vida. Así que decidí retirarme y confiar en que todo iba a resultar bien. Fue bastante aterrador en ese momento, pero mirando hacia atrás fue una de las mejores decisiones que tomé. Apenas me retiré, pude dejar de asistir a las clases obligatorias que no me interesaban y comencé a asistir irregularmente a las que
se veían interesantes.
No todo fue romántico. No tenía dormitorio, dormía en el piso de los dormitorios de
amigos, llevaba botellas de Coca Cola a los depósitos de 5 centavos para comprar comida y caminaba 11 kilómetros, cruzando la ciudad todos los domingos en la noche para conseguir una buena comida a la semana en el templo Hare Krishna. Me encantaba. La mayor parte de las cosas con que tropecé siguiendo mi curiosidad e intuición resultaron ser inestimables posteriormente. Les doy un ejemplo: en ese tiempo Reed College ofrecía quizás la mejor instrucción en caligrafía del país. Todos los afiches, todas las etiquetas de todos los cajones estaban bellamente escritos en caligrafía a mano en todo el campus. Debido a que me había retirado y no tenía que asistir a las clases normales, decidí tomar una clase de caligrafía para aprender. Aprendí de los tipos serif y san serif, de la variación de la cantidad de espacio
entre las distintas combinaciones de letras, de lo que hace que la gran tipografía sea lo que es. Fue hermoso, histórico, artísticamente sutil de una manera en que la ciencia no logra capturar, y lo encontré fascinante.
Nada de esto tenía incluso una esperanza de aplicación práctica en mi vida. No obstante, diez años después, cuando estaba diseñando la primera computadora Macintosh, todo tuvo sentido para mí. Y todo lo diseñamos en la Mac. Fue la primera computadora con una bella tipografía. Si nunca hubiera asistido a ese único curso en la universidad, la Mac nunca habría tenido tipos múltiples o fuentes proporcionalmente espaciadas. Además, puesto que Windows sólo copió la Mac, es probable que ninguna computadora personal la tendría. Si nunca me hubiera retirado, nunca habría asistido a esa clase de caligrafía, y las computadoras personales no tendrían la maravillosa tipografía que tienen. Por supuesto era imposible conectar los puntos mirando hacia el futuro cuando estaba en la universidad. Sin embargo, fue muy, muy claro mirando hacia el pasado diez años después.
Reitero, no pueden conectar los puntos mirando hacia el futuro; solamente pueden
conectarlos mirando hacia el pasado. Por lo tanto, tienen que confiar en que los puntos de alguna manera se conectarán en su futuro. Tienen que confiar en algo – su instinto, su destino, su vida, su karma, lo que sea. Esta perspectiva nunca me ha decepcionado, y ha hecho la diferencia en mi vida.

La segunda historia es sobre amor y pérdida
Yo fui afortunado – descubrí lo que amaba hacer temprano en la vida. Woz y yo
comenzamos Apple en el garage de mis padres cuando tenía 20 años. Trabajamos duro y en 10 años Apple había crecido a partir de nosotros dos en un garage, transformándose en una compañía de US$2 mil millones con más de 4.000 empleados. Recién habíamos presentado nuestra más grandiosa creación – la Macintosh – un año antes y yo recién había cumplido los 30. Y luego me despidieron. ¿Cómo te pueden despedir de una compañía que comenzaste? Bien, debido al crecimiento de Apple contratamos a alguien que pensé que era muy talentoso para dirigir la compañía conmigo, los primeros años las cosas marcharon bien. Sin embargo, nuestras visiones del futuro empezaron a desviarse y finalmente tuvimos un tropiezo. Cuando ocurrió, la Junta del Directorio lo respaldó a él. De ese modo a los 30 años estaba afuera. Y muy publicitadamente fuera. Había desaparecido aquello que había sido el centro de toda mi vida adulta, fue devastador.
Por unos cuantos meses, realmente no supe qué hacer. Sentía que había decepcionado a
la generación anterior de empresarios – que había dejado caer el testimonio cuando me lo estaban pasando. Me encontré con David Packard y Bob Noyce e intenté disculparme por haberlo echado a perder tan estrepitosamente. Fue un absoluto fracaso público e incluso pensaba en alejarme del valle. No obstante, lentamente comencé a entender algo – Yo todavía amaba lo que hacía. El revés ocurrido con Apple no había cambiado eso ni un milímetro. Había sido rechazado, pero seguía enamorado. Y así decidí comenzar de nuevo.
En ese entonces no lo entendí, pero sucedió que ser despedido de Apple fue lo mejor
que podía haberme pasado. La pesadez de ser exitoso fue reemplazada por la liviandad de ser un principiante otra vez, menos seguro de todo. Me liberó para entrar en uno de las etapas más creativas de mi vida. Durante los siguientes cinco años, comencé una compañía llamada NeXT, otra compañía llamada Pixar, y me enamoré de una asombrosa mujer que se convirtió en mi esposa. Pixar continuó y creó la primera película en el mundo animada por computadora, Toy Story, y ahora es el estudio de animación más exitoso a nivel mundial. En un notable giro de los hechos, Apple compró NeXT, regresé a Apple y la tecnología que desarrollamos en NeXT constituye el corazón del actual renacimiento de Apple. Además, con Laurene tenemos una maravillosa familia. Estoy muy seguro de que nada de esto habría sucedido si no me hubiesen despedido de Apple. Fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. En ocasiones la vida te golpea con un ladrillo en la cabeza. No pierdan la fe. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo
que hacía. Tienen que encontrar eso que aman. Y eso es tan válido para su trabajo como para sus amores. Su trabajo va a llenar gran parte de sus vidas y la única manera de sentirse realmente satisfecho es hacer aquello que creen es un gran trabajo. Y la única forma de hacer un gran trabajo es amando lo que hacen. Si todavía no lo han encontrado, sigan buscando. No se detengan. Al igual que con los asuntos del corazón, sabrán cuando lo encuentren. Y al igual que cualquier relación importante, mejora con el paso de los años. Así que sigan buscando hasta que lo encuentren. No se detengan.

La tercera historia es sobre la muerte
Cuando tenía 17 años, leí una cita que decía algo parecido a “Si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día hagas lo correcto”. A mí me
impresionó y desde entonces, durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto: “Si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy?” Y cada vez que la respuesta ha sido “No” por varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.
Recordar que moriré pronto constituye la herramienta más importante que he
encontrado para ayudarme a decidir las grandes elecciones de mi vida. Porque casi todo – todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso – todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solamente aquello que es realmente importante. Recordar que van a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienen algo que perder. Ya están desnudos. No hay ninguna razón para no seguir a su corazón.
Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un scanner a las 7:30 de la
mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. Yo ni sabía lo que era el páncreas.
Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los tres a seis meses. Mi doctor me aconsejó irme a casa y arreglar mis asuntos, que es el código médico para prepararte para la muerte.
Significa intentar decirle a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, decirlo en unos pocos meses. Significa asegurarte que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte.
Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego al atardecer me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja mi páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien.
Fue lo más cercano que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas
cuantas décadas más. Al haber vivido esa experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era un útil pero puramente intelectual concepto:
Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá. La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la Muerte es muy probable que sea la mejor invención de la Vida. Es el agente de cambio de la Vida. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, ustedes son lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, gradualmente ustedes serán viejos y serán eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es muy cierto.
Su tiempo tiene límite, así que no lo pierdan viviendo la vida de otra persona. No se
dejen atrapar por dogmas – es decir, vivir con los resultados del pensamiento de otras personas. No permitan que el ruido de las opiniones ajenas silencien su propia voz interior. Y más importante todavía, tengan el valor de seguir su corazón e intuición, que de alguna manera ya saben lo que realmente quieren llegar a ser. Todo lo demás es secundario.
Cuando era joven, había una asombrosa publicación llamada The Whole Earth Catalog,
que era una de las biblias de mi generación. Fue creada por un tipo llamado Steward Brand no muy lejos de aquí en Menlo Park, y la creó con un toque poético. Fue a fines de los 60, antes de las computadoras personales y de la edición mediante microcomputadoras, por lo tanto, en su totalidad estaba editada usando máquinas de escribir, tijeras y cámaras polaroid. Era un tipo de Google en formato de edición económica, 35 años antes de que apareciera Google: era idealista y rebosante de hermosas herramientas y grandes conceptos.
Steward y su equipo publicaron varias ediciones del The Whole Earth Catalog, y luego
cuando seguía su curso normal, publicaron la última edición. Fue a mediados de los 70 y yo tenía la edad de ustedes. En la tapa trasera de la última edición, había una fotografía de una carretera en el campo temprano en la mañana, similar a una en que estarían haciendo dedo si fueran así de aventureros. Debajo de la foto decía: “Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados”. Fue su mensaje de despedida al finalizar. Manténganse hambrientos. Manténganse descabellados. Siempre he deseado eso para mí. Y ahora, cuando se gradúan para empezar de nuevo, es lo que deseo para ustedes.

Permanezcan hambrientos. Permanezcan descabellados.

Muchas gracias.

lunes, 8 de noviembre de 2010

No tan Campeones

Por: Richard Webb
EL COMERCIO
08-11-10


En la reciente conferencia internacional sobre corrupción, organizada por la Contraloría de la República, escuché dos afirmaciones que llaman a reflexión: que el Perú es un país especialmente corrupto y que esa corrupción es relativamente reciente e identificada en particular con los años noventa.

Vivimos una época de logros de estatura mundial –un Premio Nobel, tablistas, ajedrecistas, economía sobresaliente y, por supuesto, gastronomía–, pero en el arte de la corrupción no destacamos. Según los ránkings internacionales de los 179 países considerados por la entidad Transparencia Internacional, el Perú fue percibido en el 2010 como menos deshonesto que el promedio. El más limpio fue Dinamarca y, en América Latina, Chile, ubicándonos modestamente en el medio de la tabla con el puesto 78, en empate con China, Colombia y Tailandia. Aunque parezca difícil de imaginar, casi cien países nos sobrepasan en el arte de robar dineros públicos.

¿No obstante esa mediocridad, será cierto que la corrupción es una práctica relativamente moderna en el Perú y que viene aumentando rápidamente? Lo sorprendente de esa tesis es que implica un Perú anterior curiosamente honesto. La sentencias de Manuel González Prada cuando escribió que “la corrupción corre a chorro continuo” y que “los hombres se han convertido no solo en mercenarios sino en mercaderías”, incluidos el ministro, juez, parlamentario, regidor, prefecto, coronel y periodista, habrían sido una exageración.

Una forma de comprender la percepción de un pasado peruano menos corrupto es recordar que la corrupción, estrictamente hablando, es un mal de la democracia. Reemplaza al despojo y la violencia como medios de adquirir riqueza. Cuando hay un poder absoluto, como el ‘sultanismo’ de siglos anteriores descrito por Basadre, el autócrata no necesita recurrir a la corrupción. Simplemente se asigna las tierras, el palacio y el esclavo que se le antojan.

El avance sustancial de la democracia en el Perú ha limitado el margen para el despojo desnudo, pero posiblemente ha aumentado el abuso escondido del poder delegado. A diferencia del despojo que caracterizaba a los siglos anteriores, la corrupción de hoy abusa de un poder recibido en confianza. De allí el doble dolor de la corrupción: además de robo es una traición.

La corrupción es una enfermedad social, en esencia, un robo a la colectividad. En un país extremadamente dividido como el Perú, parte del remedio pasa por crear una verdadera colectividad. El robo existe, pero es menor entre los miembros de una familia.

sábado, 16 de octubre de 2010

La Tragedia del Oso Polar

Por: Augusto Townsend K Periodista*
EL COMERCIO
16-10-10


Ya es hora de matar al oso polar. No me refiero al animal, sino al símbolo de esa ominosa estrategia publicitaria que busca crear conciencia sobre el cambio climático alertando sobre la menos importante de sus víctimas. A las familias paquistaníes que vieron caer un diluvio inaudito sobre su país este año, a las chinas que acaban de sufrir la peor sequía en su historia, o a las rusas que vieron arder sus bosques con temperaturas –¡en Rusia!– mayores a los 40 °C, poco les importa si se ahoga o no el mentado plantígrado. Tampoco los peruanos que pierden su sistema de almacenamiento natural de agua dulce –los glaciares–, pues para ellos el cambio climático es algo que amenaza su subsistencia hoy, no en un futuro lejano.

Por desgracia, el discurso catastrofista se ha apoderado de la escena mediática, autoproclamándose como el llamado a convencer al mundo a punta de sustos de que el cambio climático es real. En un segundo plano ha quedado relegado aquel otro discurso –más inasible y aburrido– que pretende anclar el fenómeno en sus cimientos científicos y, sobre esa base, buscar un debate alturado, técnico y desapasionado sobre qué debería estar haciendo el mundo para enfrentarlo.

Al Gore demuestra lo tenue que es la línea divisoria que separa un discurso del otro. Los planteamientos del ex vicepresidente estadounidense tienen base científica, pero su propensión al activismo y a la exageración –natural en quien lleva décadas ejerciendo la política–, así como la inconsistencia entre lo que dice y lo que hace, llevan a que cualquier falibilidad en su argumentación sea el naipe que hizo colapsar al castillo. En su carrera como ‘gurú’ ambiental, Gore ha proferido –testarudamente incluso– varias inexactitudes, pero su advertencia –vista en su totalidad– está lejos de ser infundada.

VACUO SUSTENTO
Me sorprendió que Gore no fuera tan alarmista cuando habló el miércoles en Lima como lo fue en su filme “La verdad incómoda” o en sus declaraciones previas a la Cumbre de Copenhague. No obstante ello, las conversaciones que tuve la semana pasada con algunos empresarios peruanos me demostraron que todavía cunde entre ellos la creencia de que todo esto del cambio climático es pura charlatanería o, dicho de otro modo, un cuadro masivo de ingenuidad crónica.

Para mi preocupación, ninguna de las personas a las que escuché o leí desbaratando la “hipótesis” del cambio climático tenía una argumentación expresada en términos científicos, sino una puramente intuitiva o basada en lo que habían escuchado decir a economistas, periodistas o políticos (¿dónde están los científicos peruanos que no se les escucha?). En algunos casos, la defensa esgrimida ni siquiera respetaba las leyes de la lógica (“niego la existencia del fenómeno porque no estoy dispuesto a aceptar sus consecuencias”).

Vuelvo, entonces, a la idea original. El catastrofismo apocalíptico es nefasto (especialmente para los ambientalistas que han jurado lealtad a prueba de contradicciones) porque la exageración a la que tiende hace que cualquier error sea utilizado –con mucha argucia mediática y muchas veces sirviendo a intereses subalternos– para cuestionar la totalidad de la construcción científica y empíricamente demostrable que sustenta el cambio climático. Hace que el ciudadano de a pie pierda perspectiva de las cosas y reaccione a la defensiva. Genera un sentimiento de culpa que inhibe la acción (“¿por qué tendría yo que hacer algo si ya todo está perdido?”). Lleva a los que se resisten al cambio a escudarse en una elección antojadiza de la “evidencia”, priorizando aquella que confirma sus prejuicios y que descarta cualquier necesidad de hacer modificaciones en sus estilos de vida que puedan resultar engorrosas o caras.

LAVADO DE CARA
Repito, el símbolo del cambio climático no es un oso polar que se va a ahogar en algún escenario futuro eventual, sino un bangladesí que hoy –no mañana– ve cómo se salinizan los terrenos agrícolas que le dieron de comer a su familia por décadas, o quizá siglos. Este no pretende ser un planteamiento romántico: la tragedia de ese individuo, como la de millones de otros posibles “refugiados” climáticos, es empíricamente comprobable. Y la relación de causalidad entre ella y la creciente emisión de gases de efecto invernadero, si bien es compleja y dependiente también de otros factores (como las variaciones orbitales de la Tierra y su cercanía circunstancial al Sol), tiene un sólido respaldo científico frente al cual es intelectualmente deshonesto ser indiferente.

Pero despreocúpese, estimado lector, que aquí no le vamos a contar la historia del fin del mundo, sino una distinta en la cual el empresariado global advierte, en un futuro esperamos que no muy lejano, que le conviene más combatir esta realidad que dejarse llevar por ella. Entretanto, no se deje guiar ni por las exageraciones o la apelación al sentimentalismo de un extremo, ni por la inercia y el inmovilismo que profesa el otro. Nuestra recomendación final: preste atención a la ciencia.

(*) Editor del Departamento de Economía & Negocios de El Comercio

jueves, 14 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa: A Latin American liberal

THE ECONOMIST
Oct 14th 2010


A great writer who has become his region’s conscience

Scourge of dictators and utopians.THE literary reputation of Mario Vargas Llosa was established early in his prolific career. The Nobel prize for literature, bestowed on him this year, would have been deserved two decades or more ago. But back then the award would have been deplored by many Latin Americans who liked his novels but not his politics. For not only is Mr Vargas Llosa Latin America’s most accomplished living writer, he is also a thinker who battles for democracy, the market economy and individual liberty.

While his views have modulated over the years, their core has been constant ever since the mid-1960s, when he shook off a youthful enthusiasm for the Cuban revolution. Not long ago his was a brave and lonely stance for a Latin American intellectual. The widespread, if not universal, approval of the award in the region suggests that he is winning the argument.

In its citation the Swedish committee commended Mr Vargas Llosa for “his cartography of structures of power and his trenchant images of the individual’s resistance, revolt, and defeat.” This describes well two of his finest novels, written more than three decades apart. “Conversation in the Cathedral”, an early work of astonishing maturity, is set in his native Peru in the 1950s, during a dictatorship. “The Feast of the Goat”, published in 2000, explores the cruel regime of General Trujillo in the Dominican Republic. They are subtle studies of the psychology of power and its corruption of human integrity. (He returns to such themes in his new novel, “El Sueño del Celta”, about Roger Casement, an Anglo-Irish diplomat and early crusader for human rights, out in Spanish next month.)

The flip side of dictatorship in Latin America has been a recurrent search for Utopia. This is liberating when pursued as an artistic vision, but leads to bloodshed, disaster and tragedy when it becomes a political project. That is the implicit conclusion of a string of Mr Vargas Llosa’s books (such as “The War of the End of the World”, “The Real Life of Alejandro Mayta” and “The Way to Paradise”).

Paradoxically, perhaps, for a man of passions, he is unfailingly courteous and possessed of a disciplined work ethic, rising early every morning to write for several hours. His extraordinarily versatile output of more than 50 books includes comic and erotic novels and literary criticism, as well as a fortnightly newspaper column for Spain’s El País.

While Mr Vargas Llosa’s prose lacks the poetic intensity of Colombia’s Gabriel García Márquez, who won the prize in 1982, he more than makes up for this by his greater intellectual depth, subtlety and authorial rigour. His work is meticulously researched and carefully crafted.

Mr García Márquez has a house in Cuba, is a friend of Fidel Castro and espouses a Latin American nationalism. Such causes are anathemas to Mr Vargas Llosa. He abhors Mr Castro and Venezuela’s Hugo Chávez, as he does Chile’s General Pinochet (“a killer and a thief”) and Alberto Fujimori, Peru’s corrupt conservative ex-strongman. His liberalism is universal, inspired by such thinkers as Karl Popper and Isaiah Berlin. He hates nationalism, seeing it as a tool of demagogues; similarly he has criticised Bolivia’s Evo Morales, who claims to be leading a revolution on behalf of his country’s indigenous peoples, for turning race into a collectivist political tool (Mr Morales, along with Cuba’s government, was among the few to criticise the award).

But Mr Vargas Llosa is far from being a standard-bearer of the right. He criticised the invasion of Iraq (but later concluded it was worth overthrowing Saddam Hussein) and Israel’s war on Lebanon in 2006. He has often expressed sympathy for moderate centre-left governments. In Spain, where he lives for part of the year, he backs a small centrist party that opposes the petty nationalisms of the country’s periphery.

In the Latin American tradition he believes that it is the writer’s role—and duty—to intervene in politics. He went farther than most. Fearing that Peruvian democracy was threatened by bank nationalisation and Maoist terrorism, he stood for the presidency in 1990. He lost (to Mr Fujimori). Once a polarising figure in Peru, he is now widely respected as his country’s conscience. That is increasingly true across Latin America.

The Americas

domingo, 10 de octubre de 2010

Libro Forrado, Autor Prohibido

Por: Yoani Sánchez
EL COMERCIO
10-10-10


La bloguera cubana no escapa a la noticia que el mundo difundió con profusión: la entrega del Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa, proscrito en la isla y disfrutado en la clandestinidad. Ella y muchos más festejaron como suyo el logro


El libro iba forrado con una de esas revistas de muchos colores y pocas verdades que intentan convencer a los turistas sobre las ventajas de nuestra utopía. Lo estaba leyendo un hombre muy joven –apenas se le advertía el bigote– y a pesar de los saltos del ómnibus y de las personas que se interponían entre aquellas páginas y mis ojos, reconocí que se trataba de “La tía Julia y el escribidor”. En Cuba, durante varias décadas, el truco de cubrir la portada de los libros censurados nos ha permitido hojear en sitios públicos a Mario Vargas Llosa y a otros autores desterrados de las librerías oficiales. Hemos devorado sus escritos buscando el porqué este peruano no ha sido incluido en los programas de las carreras de humanidades, en las lecturas de la enseñanza media ni en los catálogos de las editoriales. Sin embargo, las claves para el estigma que se cierne sobre él no están tanto en sus textos, sino en las declaraciones que ha hecho en torno a la revolución, el sistema, el proceso o –con la simplicidad con que lo llama la gente en la calle– “esto” que vivimos desde hace 50 años en esta isla.

Pero no ha sido el único condenado al silencio institucional. Nos han escamoteado nombres claves de las letras latinoamericanas y de nuestro exilio, como si extirpar la literatura fuera tan fácil. A través de las redes alternativas de distribución han circulado desde “La guerra del fin del mundo” hasta los poemas de Heberto Padilla.

Nada hay más atractivo que lo prohibido y en el caso de los autores proscritos por la censura, esa máxima se ha cumplido en su totalidad. De ahí que demostrar cultura literaria en La Habana de hoy, no pasa tanto por conocer a Alejo Carpentier o a Julio Cortázar, sino por haber tenido entre las manos la prosa de Reinaldo Arenas, Herta Müller o Guillermo Cabrera Infante. La seducción que generan los expulsados es infinitamente mayor a la provocada por los literatos autorizados. Hemos leído a Vargas Llosa no solo por su infinito talento como novelista o por la ingeniosidad de sus artículos, lo hemos hecho también como un acto de rebeldía. Junto a él desciframos las claves del autócrata en “La fiesta del Chivo”, con la convicción de que todos los caudillos se parecen muchísimo, llámense Rafael Leónidas Trujillo o Fidel Castro.

No hay vínculo más fuerte entre un autor y sus lectores que aquel que se establece en la clandestinidad, en la oscura zona de lo vedado. Quizás por eso los cubanos hemos sentido como nuestro el Nobel de Literatura recién otorgado a quien ha sido considerado por la propaganda ideológica como “la bestia negra” de las letras hispanas. Sin mencionarlo, lo han hecho más presente; satanizándolo solo han logrado que se nos vuelva irresistible. Tiene lógica entonces que desde hace varios días estemos felicitándonos como si el autor de “La ciudad y los perros” no hubiera nacido en Arequipa sino en el mismísimo corazón de Guantánamo. Pues con ese galardón, algo de gloria nos ha tocado también a quienes –por no perdernos sus historias– corrimos el riesgo de que nos llamaran desviados ideológicos o de perder nuestro empleo, ser marcados como conflictivos o dejar de obtener ciertos efímeros privilegios. Algo de ese susto a que nos descubrieran nos quedará frente a la obra de Mario Vargas Llosa, pero una buena parte del temor se nos va disipando. De un tiempo a esta parte he visto a algunos atrevidos que leen sus novelas –sin forrarlas– en un parque, una oficina, un aula universitaria.

sábado, 14 de agosto de 2010

La Pena de Muerte

Por: Andrés Bedoya Ugarteche
CORREO
14-08-10


La pena de muerte:- Nuestro bienamado director, don Aldo Mariátegui (que Dios guarde), es partidario de la pena de muerte y, sin querer, le está haciendo el tundete a Keiko. Según Aldo, la pena de muerte sí arredra, sí intimida al futuro y posible homicida. I beg to differ, que dicen los gringos. No estoy de acuerdo, aunque seas mi jefecito lindo.

Si el temor a la muerte intimidara al hombre, no existirían carreras de fórmula uno, ni paracaidismo, ni montañismo, ni esquí, ni bochas, ni habrían niñas que se echan entre los durmientes de un tren para que éste les pase por encima sin dañarlas -sólo para sentir la cercanía y posibilidad de morir- ni jóvenes brasileños que se suben a los techos de los vagones del ferrocarril y saltan sobre el vagón del tren que viene en sentido contrario. Allí ya ha muerto el 50% de estos "deportistas", y lo siguen haciendo.

El segundo punto es que un ciudadano, a las nueve de la mañana, no sabe que a las cinco de la tarde se convertirá en asesino y la mayor parte de las veces ocurre por reacción instintiva, por ira incontrolable o por terror puro. Y son estos los que tienen la desgracia de ser atrapados. Los sicarios, los asesinos a sueldo, los esbirros, esos lo hacen por vocación, por la adrenalina que produce, con frialdad completa y casi nunca los cogen. En la época de Velasco y sus hampones, se instituyó la pena de muerte. Ninguno de los tres o cuatro fusilados de entonces perdió los papeles a la hora de la verdad. Murieron con dignidad. Y uno de ellos, en Arequipa, hasta milagros hace.

El tercer punto es que el asesinato jamás -repito, jamás- debe ser legalizado. Un asesinato no deja de serlo por ser la consecuencia de un circo con juececitos, fiscalitos, secretaritos, escribanitos y toneladas de expedientes. Legalizar el homicidio es enviar un mensaje peligroso: que matar "puede ser bueno a veces". Con esa idea cualquiera puede tomar la ley en sus manos con la excusa de que le está ahorrando dinero al Estado, y esto termina convertido en el far west.

Otra cosita, Aldo: ¿de dónde me sacas ese número imposible de demostrar de que por cada ejecución se salvan siete vidas? ¿Es cabalístico o qué? ¿Y qué puede saber un Nobel en Economía de la sicología criminal? Que no me joda. ¿Por qué no le preguntamos a la Filomena Menchú sobre problemas de física cuántica?

¿No basta con que los encerremos de por vida? Claro, eso es muy caro, pero si de dinero se trata, entonces fusilemos a toda la población penal del Perú. Claro, los jueces son rosquetes y sueltan a los criminales. Para eso Fujimori inventó los jueces sin rostro. Retornemos a eso y dejémonos de cojudeces.

Y algo más. Si Keiko está pidiendo la instauración de la pena capital, no lo hace por tus motivos, Aldo. Lo hace porque sabe que el populacho, la chusma, la canalla, esto es, los electores, siempre están a favor de esa pena. Ocurre en cualquier lugar del mundo. Es genético. Por eso nos gustan las películas policiales y las de piratas. Pero no seamos hipócritas fusilando a las cinco de la mañana y sin la presencia de periodistas. Si somos machos, fusilemos en la Plaza Mayor a las doce del día. Demostremos que no nos avergonzamos de nuestras propias acciones.

Hasta más vernos.

sábado, 31 de julio de 2010

El Creador de un Hombrecito Extraordinario

Antoine de Saint Exupéry (1900-1944)

Por: Martha Meier M Q
Sábado 31 de Julio del 2010

Por más de cuarenta años no se tuvo idea de que pasó con la aeronave piloteada por el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Un día como hoy, 31 de julio de 1944 cayó al mar Mediterráneo. En el año 2000 los investigadores Lino von Gartzen y Luc Vanrell localizaron el desaparecido avión, a ochenta metros de profundidad. Y el rompecabezas empezó a armarse. Una cosa llevó a la otra, se siguieron, claves, pistas y datos hasta dar, en el año 2008, con un anciano alemán de 88 años llamado Horst Rippert, un periodista deportivo jubilado. Él les contó la historia.

Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial cuando Rippert —entonces un joven piloto alemán de 24 años— derribó un avión que cayó hundiéndose en el mar, cerca de la costa de Marsella, sobre el Mediterráneo. “A los días de mis disparos dijeron que era Saint-Exupéry. Esperé y espero que no fuera él”, les dijo. Pero el piloto de esa nave sí era por desdicha el autor de: “El aviador”, “Vuelo nocturno”, “Tierra de hombres”, “Piloto de guerra”, entre otras obras.

Saint-Exupéry era, paradójicamente, considerado un héroe por el hombre que lo abatió: “Todos lo habíamos leído, adorábamos sus libros. Describía admirablemente el cielo, los pensamientos y los sentimientos de los pilotos. Su obra produjo la vocación de volar en muchos de nosotros. Si lo hubiera sabido, jamás habría disparado”, comentó Rippert a un diario francés.

Así murió el hombre que legó a la humanidad uno de los personajes más inspiradores y lúcidos de todos los que pueblan la vasta literatura terrícola. Un año antes de que dispararan sobre su avión publicó su inmortal relato corto “El Principito” (1943), con dibujos de su propia factura. Una obra que ha sido traducida a más de 180 lenguas y dialectos, y es el segundo libro más leído del planeta, después de la Biblia.

“El Principito” es una metáfora del sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad y del amor. El extraordinario hombrecito que lo protagoniza le hace ver a otro de los protagonistas —el aviador—la estupidez humana, y la pérdida de la sabiduría, sencillez y sensibilidad de la infancia que padecen —padecemos— los adultos.

El escritor-aviador que fue derribado sobre el Mediterráneo quiso con esta historia reencontrarse consigo mismo, tratar de que los niños lo siguieran siendo siempre: libres, valientes, curiosos y soñadores. Quiso, también, despertar al adulto razonable de su mediocre modorra y darle el valor de sacar al niño que vive en su interior y busca respuestas sobre las cosas más simples y sencillas de la vida. Ese niño o niña que quiere “escuchar a las estrellas sonando como campanas” y entregar sus sueños, esperanzas e ilusiones sin esperar recibir nada a cambio.

“El Principito” es una crítica a la pedantería y erudición baratas, a la tentación por lo oscuro, al afán de acumular poder. Este niño de melena color del trigo, sueña y es el único amo de sus sueños y de sus fantasías. Y por eso aterroriza a personajes insoportables como el tal Hugo Chávez, quien lo ha vetado en la Venezuela cuya esperanza trata de destruir. Su Plan Revolucionario de Lectura —para “estimular la ideología socialista a través de libros revolucionarios para construir al hombre nuevo”— considera al extraordinario hombrecito de Antoine de Saint-Exupéry una amenaza.

“El Principito” es pues un poderoso símbolo político de libertad, de transparencia, de verdad. Así las cosas, quizá lo que nos haga falta para, en el 2021, llegar a ser esa nación del Primer Mundo de la que tanto nos habla el doctor Alan García son ciudadanos y líderes con la capacidad de convencernos de que: “Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo”, y que solo juntos podremos encontrar ese pozo de agua clara y vivificante.

Fuente: EL COMERCIO

domingo, 13 de junio de 2010

Israel: La Amistad Difícil

Por: Mario Vargas Llosa, Escritor
EL COMERCIO
13-06-10


Cada día es más difícil ser amigo de Israel, salvo para los incondicionales convencidos de que todo lo que hacen las autoridades israelíes es bueno, que todos los palestinos son terroristas y que las críticas a la política de Israel son siempre producto del antisemitismo. Yo sigo siéndolo, pese a la repugnancia que me inspira su Gobierno actual, la intransigencia fanática de sus colonos y los abusos y, a veces, crímenes que Israel comete en los territorios ocupados y en Gaza, o fuera de sus fronteras, como ocurrió hace poco con los nueve muertos y las decenas de heridos de la Flotilla de la Libertad.

Esta última es solo una de las caras de Israel. Hay otra, admirable y ejemplar, desdibujada por la primera, pero más permanente y representativa, la de un país democrático y pionero, que, en medio de un desierto y a la vez que libraba tres guerras, ha sido capaz de construir una sociedad del primer mundo, próspera, moderna, pluralista y de instituciones sólidas, y de integrar en su seno a gentes procedentes de todos los rincones del planeta, de costumbres, lenguas y tradiciones diferentes. Aunque no lo sea para los árabes, esta sociedad es para los israelíes absolutamente libre y en ella se ejerce, de manera sistemática, la crítica al poder, a todos los poderes, con una pugnacidad y virulencia que nunca ha conocido un país del Medio Oriente y que es infrecuente incluso entre las más avanzadas democracias del Occidente. Lo trágico, para mí, es que quienes se oponen a la política de Netanyahu y bregan por la paz y una solución negociada del problema palestino son, hoy por hoy, una minoría electoral.

Pero están allí, movilizados, inasequibles al desaliento. Yo acabo de pasar nueve días con algunos de ellos, y, por eso, pese a todo lo que ha ocurrido y puede ocurrir en un futuro inmediato, creo que todavía hay esperanzas de que se revierta la tendencia en la que parecen ganar terreno los halcones de Israel y los terroristas de Hamas, y resucite el espíritu de Oslo, cuando la paz estuvo tan cerca y la frustró el asesinato de Yitzhak Rabin.

Esta es la quinta vez que vengo a Israel. Llegué muy pocos días después de la torpeza que cometieron las autoridades impidiéndole el ingreso al país a Noam Chomsky —nadie como ellas para contribuir con sus metidas de pata al desprestigio de la imagen internacional de su país— y partí tres días después de que los comandos israelíes asaltaran en aguas internacionales el Mavi Marmara perpetrando unas violencias inútiles que han hecho tanto daño a la imagen de Israel en el mundo como la invasión del Líbano, lo han enemistado con Turquía, su único aliado entre los países musulmanes, y han atraído sobre él una tempestad de condenas y críticas que está lejos de cesar. Pero me consta que sobre todos estos temas ha habido en Israel protestas enérgicas de esa minoría de “justos” —en el sentido que daba Albert Camus al vocablo— que son la reserva moral de ese país.

El día que di una conferencia en la Universidad Hebrea de Jerusalén vi partir de allí una manifestación de estudiantes árabes e israelíes, con carteles contra las tomas de viviendas efectuadas por los colonos en la localidad de Sheikh Jarrah y, al día siguiente, estuve en la plaza vecina a este barrio donde, todos los viernes, se manifiestan varios centenares de personas en contra de este último intento del movimiento colonizador extremista Gush Emunim de invadir y ocupar casas y terrenos palestinos. Allí me encontré con viejos amigos, como el escritor David Grossman, que perdió un hijo en la guerra de Líbano y sigue, impertérrito, con su poderosa autoridad intelectual y moral, liderando las campañas a favor de la paz y de la sensatez política frente a quienes, víctimas de la paranoia y la arrogancia, creen que solo la fuerza bruta garantizará la seguridad de Israel. Estaban también Amira Hass, la periodista israelí que desde hace años vive en los territorios ocupados —lo hizo primero en Gaza y ahora en Ramallah— desde donde, gracias a sus crónicas en “Haaretz”, mantiene un puente vivo de comunicación con la sociedad palestina, y mi amigo Meir Margalit, dirigente de una organización de voluntarios israelíes que reconstruyen las casas de los árabes dinamitadas por el Tsahal por pertenecer a parientes de palestinos acusados de terrorismo. Meir es ahora concejal del Ayuntamiento de Jerusalén donde da una diaria batalla con su compañero de partido, Yosef Alalu, profeta laico de barbas bíblicas, a favor del diálogo, la negociación y la paz.

También estaba allí Yehuda Shaul, fundador de Breaking the Silence (Rompiendo el Silencio), organización integrada por ex soldados del ejército de Israel, empeñados (son sus palabras) en “abrir los ojos de israelíes y extranjeros sobre los excesos y violencias que comete nuestro Ejército con los palestinos”. Yehuda es religioso, no político. El fuego que lo anima es moral y cívico, como a sus compañeros. Las exposiciones que organiza —ahora hay una en el Círculo de Bellas Artes de Madrid— muestran, a base de fotos, videos y testimonios de militares, el vía crucis palestino. Con Yehuda estuve todo un día recorriendo las cuevas del sur del Monte Hebrón, espectáculo deplorable de campesinos y pastores árabes que, despojados de sus tierras por los colonos de Gush Emunim, se aferran desesperados a un territorio, cercado por puestos militares, donde los escasos pozos de agua que existían han sido cegados por los invasores para obligarlos a partir. La inmensa mayoría de los israelíes, que han alcanzado tan altos niveles de vida como los de los países más avanzados, no sospechan siquiera que, a muy poca distancia de sus higiénicas viviendas, lindos jardines, fértiles tierras e industrias de alta tecnología, malvive una sociedad miserable condenada —si no cambian antes las cosas— a la desaparición.

Pero todavía es peor el espectáculo que ofrece Gaza, adonde volví luego de cinco años, un día después del asalto de los comandos israelíes al Mavi Marmara. Las casas bombardeadas en los barrios de Beit Lahiya, al norte de la Franja, y de Ezbt Abed Rabbo, lucen sus interiores desventrados, sus muñones de fierros y sus escombros por doquier. Lo peor no es la desolación del panorama, sino advertir que, en esas ruinas a punto de desplomarse, viven familias enteras, nubes de chiquillos desarrapados y descalzos que trepan y saltan entre los derrumbes con total inconsciencia del peligro que corren. Bernard-Henri Levy niega, en un artículo publicado en “El País” el 8 de junio, que en Gaza haya hambre, pues Israel, dice, permite entrar camiones con alimentos diariamente a la franja. Está muy mal informado. En Gaza hay hambre, desnutrición, enfermedades que no se pueden curar y gente que muere por falta de medicinas y por falta de repuestos para los equipos médicos, como lo descubre cualquiera que visita el Al-Shifa Hospital y habla con sus médicos y se horroriza con las condiciones en que trabajan.

El bloqueo de Gaza no tiene excusa alguna pues condena a su millón y medio de habitantes a una muerte lenta. Las principales víctimas no son los terroristas de Hamas sino los seres más desvalidos: los viejos, las mujeres, los enfermos y los niños. El bloqueo no les permite exportar ni importar, ni siquiera pescar pues apenas se les autoriza a hacerlo dentro de las tres millas marinas de la playa ¡donde no hay casi peces! Quienes viven en esas condiciones difícilmente pueden evitar llenarse del odio y resentimiento que hizo posible la victoria electoral de los fanáticos de Hamas. ¿Volvería ahora a ganar las elecciones la organización terrorista? Casi todas las personas con las que hablé en Gaza me aseguraron que hay una decepción muy extendida con las autoridades actuales y que Al Fatah ha recuperado la popularidad que tuvo en tiempos de Arafat. Este fenómeno se debe, en gran parte, al auge económico que han tenido en este último tiempo las ciudades palestinas de Cisjordania, gracias a la política del primer ministro Salam Fayyad.

Una de las grandes paradojas de lo que ocurre ahora en Israel es que, por primera vez en los 35 años que vengo visitando el país, todos los israelíes con los que conversé —y fueron muchos— aceptaban como principio, algunos con alegría y otros con resignación, la fórmula de dos estados independientes como solución del problema regional. ¿Cuál es la razón, entonces, de que no haya negociaciones? Los colonos. Son solo unos cuatrocientos mil, pero activos, recalcitrantes y fanatizados. Sin embargo, en una cena donde el periodista Gideon Levy, a la que asistían dos escritores que yo admiro, A. B. Yehoshúa y Amos Oz, este último me aseguró que solo una fracción de unos pocos miles de colonos resistirían con las armas un acuerdo palestino-israelí. Lo que falta no son ideas ni buena voluntad, sino un líder lúcido y valiente que actúe. ¡Ah, si los justos de Israel estuvieran en el poder!

TEL AVIV, JUNIO DEL 2010

lunes, 29 de marzo de 2010

El Buen Temblor

Por: Richard Webb
EL COMERCIO
29-03-10


Hoy todos tenemos algo de sismólogos y sabemos que es preferible que la tierra desfogue energías mediante temblores ocasionales a que acumule presión sísmica hasta producir un terremoto catastrófico. El movimiento sísmico es ineludible porque vivimos sentados sobre platos tectónicos que se desplazan continuamente. Los que estamos en la superficie podemos pagar la factura de esos reacomodos subterráneos a plazos, con temblores, o de golpe, con un gran terremoto. Esta verdad geológica aplica también en la vida personal. Cuando un hijo transgrede el buen comportamiento para expresar una frustración agradecemos enterarnos del problema antes de que se convierta en encono y eventual explosión. Igual sucede en la economía, donde la vida se ve afectada por cambios de fondo, como las nuevas tecnologías o los ciclos de la economía mundial, que traen consecuencias incómodas: pagar más por la gasolina, sufrir pérdidas en algún ahorro o perder el trabajo. Cuando los políticos intentan impedir o paliar esos temblores económicos poniendo topes legales a los precios, fijando el precio del dólar o creando subsidios, el efecto es acumular desequilibrios y eventualmente provocar un terremoto en la forma de un shock o mayúscula devaluación de la moneda, como los terremotos económicos que tumbaron a Bustamante y Rivero, Belaunde y al gobierno militar. Ha sido un proceso de aprendizaje acostumbrarnos a tolerar los temblores económicos en vez de acumular presiones.

Donde todavía falta aprender la lección del cambio gradual es en la vida política. Se ha producido una ola de temblores sociales, en la forma de huelgas, manifestaciones, invasiones de tierras y tomas de carreteras. Para entender esa proliferación debemos mirar los fuertes cambios que se vienen produciendo en las bases de la sociedad. En poco tiempo nos hemos transformado de un país campesino en uno urbano, la escolarización se ha generalizado, han aparecido nuevas fuentes de riqueza en casi todo el territorio, ha surgido una vasta economía de pequeña empresa, y las telecomunicaciones y el transporte físico nos han integrado. Al mismo tiempo, los partidos, los sindicatos y la Iglesia han perdido su capacidad para ordenarnos. No debe sorprender entonces que se produzcan temblores; estos preocupan porque por leves que sean son una inestabilidad que puede generar una dinámica que los aumentan o dañan una estructura débil. Pero si se manejan sin pánico y se usan como señal indicativa de la dirección hacia donde el país está obligado a cambiar, los temblores nos pueden salvar de un cataclismo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Cuba sin Salida

Por: Alejandro Deustua, Internacionalista
EL COMERCIO
22-03-10


En Cuba, como en otros estados, alguna gente se suicida para protestar. Pero en el Estado totalitario a ese extremo recurso no se llega por motivaciones existencialistas, ni económicas, ni mucho menos por ánimo terrorista. Quizás se recurra a él para llamar la atención internacional sobre el carácter represivo de un régimen en el que el disenso es un delito que cometió el que se mata.
Sin embargo, “Granma” —el vocero del Partido Comunista de Cuba— considera que la muerte de un “preso común”, Orlando Zapata, fue producto de una manipulación; y la eventual del periodista Guillermo Fariñas, un chantaje probablemente avalado por el imperialismo.

Si bien el suicidio como instrumento político es éticamente reprobable, quien lo ejerce sin causar más daño que la terrible supresión de su propia vida, probablemente, considere que este es el único medio de influencia posible en ausencia de otro mecanismo de expresión organizada.

Tal instrumentación de la desesperanza puede no ser común en Cuba. Pero sus variantes son innumerables. Si ahora se ejerce individualmente poniendo en evidencia a un régimen que prohíbe constitucionalmente ejercer acciones que cuestionen al Estado socialista, antes se ejerció de modo grupal mediante la fuga colectiva a riesgo de la propia vida. En efecto, si decenas de miles de balseros cubanos se han arrojado al mar en embarcaciones trágicamente ridículas en búsqueda de esperanza lo hicieron porque, además de la privación de otros derechos esenciales, el régimen cubano impide la libre la salida del país.

El consecuente deseo de fugar, que ha hecho del Caribe un corredor de la muerte, tuvo quizás su punto culminante en 1980 cuando miles de cubanos invadieron la embajada del Perú en búsqueda de cualquier destino menos el que padecían. Luego de repudiarlos e infiltrarlos con criminales comunes y desquiciados, el dictador permitió apenas que una flotilla extranjera se encargarse del traslado de los “indeseables” a Florida.

Y para confirmar que del paraíso socialista no se escapa nadie con impunidad, en 1994, guardacostas cubanos hundieron, con frialdad homicida, un transbordador repleto de personas que se arriesgaban a todo, como lo hicieron los que quedaron atrapados en el Muro de Berlín.

Si el totalitarismo cubano apelaba entonces a la razón de Estado para justificar la exposición de grupos enteros al peligro extremo, desde sus orígenes empleó la razón ideológica para justificar el terror.

Así, a la manera de Robespierre y de Stalin, el Che Guevara advirtió, en 1964, a la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) que el fusilamiento era una necesidad revolucionaria. “Sí, hemos fusilado y lo seguiremos haciendo mientras sea necesario”, dijo sin asegurar juicio justo a nadie.

Tal disposición represiva está instalada en el Estado totalitario cubano, en sus leyes y en su indisposición para administrar justicia de acuerdo con estándares universales. A cambio, exhibe avances económicos y sociales.

Para llamar la atención sobre esa “asimetría” eventualmente macabra, modestos cubanos ponen hoy su propia muerte a consideración de la comunidad internacional. Si ello es un exceso, lo es más la indisposición de la dictadura cubana a liberar a su población.

lunes, 8 de marzo de 2010

Lula y los Castro

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
Domingo 7 de Marzo del 2010


Mi capacidad de indignación política se embota algo los meses del año que paso en Europa. La razón, supongo, es que vivo allá en países democráticos en los que, no importa los problemas que padezcan, hay un amplio margen de libertad para la crítica, y los medios, los partidos, las instituciones y los individuos suelen protestar con entereza y ruido cuando se suscita un hecho afrentoso y despreciable, sobre todo en el campo político.

En América Latina, en cambio, donde paso tres o cuatro meses al año, aquella capacidad de indignación retorna siempre, con la furia de mi juventud, y me hace vivir en el quién vive, desasosegado y alerta, esperando (y preguntándome de dónde vendrá esta vez) el hecho execrable que, generalmente, pasará inadvertido para el gran número, o merecerá el beneplácito o la indiferencia general.

Esta mañana he vivido una vez más esa sensación de asco e ira, viendo al risueño presidente Lula del Brasil, abrazando cariñosamente a Fidel y Raúl Castro, en los mismos momentos en que los esbirros de la dictadura cubana correteaban a los disidentes y los sepultaban en los calabozos para impedirles asistir al entierro de Orlando Zapata Tamayo, el albañil opositor y pacifista de 42 años, del Grupo de los 75, al que la satrapía castrista dejó morir de hambre —luego de someterlo en vida a confinamiento, torturas y condenarlo con pretextos a más de 30 años de prisión— tras 85 días de huelga de hambre.

Cualquier persona que no haya perdido la decencia y tenga un mínimo de información sobre lo que ocurre en Cuba espera del régimen castrista que actúe como lo ha hecho. Hay una absoluta coherencia entre la condición de dictadura totalitaria de Cuba y una política terrorista de persecución a toda forma de disidencia y de crítica, la violación sistemática de los más elementales derechos humanos, procesos amañados para sepultar a los opositores en cárceles inmundas y someterlos allí a vejaciones hasta enloquecerlos, matarlos o empujarlos al suicidio. Los hermanos Castro llevan 51 años practicando esa política y solo los idiotas podrían esperar de ellos un comportamiento distinto.

Pero de Luiz Inácio Lula da Silva, gobernante elegido en comicios legítimos, presidente constitucional de un país democrático como Brasil, uno esperaría, por lo menos, una actitud algo más digna y coherente con la cultura democrática que en teoría representa, y no la desvergüenza impúdica de lucirse, risueño y cómplice, con los asesinos virtuales de un disidente democrático, legitimando con su presencia y proceder la cacería de opositores desencadenada por el régimen en los mismos momentos en que él se fotografiaba abrazando a los verdugos de Orlando Zapata Tamayo.

El presidente Lula sabía perfectamente lo que hacía. Antes de viajar a Cuba, 50 disidentes cubanos le habían pedido una audiencia durante su estancia en La Habana y que intercediera ante las autoridades de la isla por la liberación de los presos políticos martirizados como Zapata en los calabozos cubanos. Él se negó a ambas cosas. Tampoco los recibió ni abogó por ellos en sus dos anteriores visitas a la isla, cuyo régimen liberticida siempre elogió sin el menor eufemismo.

Por lo demás, esta manera de proceder del mandatario brasileño ha caracterizado todo su mandato. Hace años que, en su política exterior, desmiente de manera sistemática su política interna, en la que respeta las reglas del Estado de derecho, y, en economía, en vez de las recetas marxistas que proponía cuando era sindicalista y candidato —dirigismo económico, nacionalizaciones, rechazo a la inversión extranjera, etcétera—, promueve una economía de mercado y de libre empresa como cualquier estadista socialdemócrata europeo.

Pero, cuando se trata del exterior, el presidente Lula se desviste de los atuendos democráticos y se abraza con el comandante Chávez, con Evo Morales, con el comandante Ortega, es decir, con la hez de América Latina, y no tiene el menor escrúpulo en abrir las puertas diplomáticas y económicas del Brasil a la satrapía teocrática integrista de Irán. ¿Qué significa esta duplicidad? ¿Que el presidente Lula nunca cambió de verdad? ¿Que es un simple travestido, capaz de todos los volteretazos ideológicos, un politicastro sin espina dorsal cívica y moral? Según algunos, los designios geopolíticos para Brasil del presidente Lula están por encima de pequeñeces como que Cuba sea, con Corea del Norte, una de las dictaduras donde se cometen los peores atropellos a los derechos humanos y donde hay más presos políticos. Lo importante para él serían cosas más trascendentes como el puerto de Mariel, que Brasil está financiando con 300 millones de dólares, así como la próxima construcción por Petrobras de una fábrica de lubricantes en La Habana. Ante realizaciones de este calado ¿qué puede importarle al “estadista” brasileño que un albañil cubano del montón, y encima negro y pobre, muera de hambre clamando por nimiedades como la libertad?

En verdad, todo esto significa, ay, que Lula es un típico mandatario “democrático” latinoamericano. Casi todos ellos están cortados por la misma tijera y casi todos, unos más, otros menos, aunque —cuando no tienen más remedio— practican la democracia en el seno de sus propios países, en el exterior no tienen reparo alguno, como Lula, en cortejar a dictadores y demagogos tipo Chávez o Castro, porque creen, los pobres, que de este modo aquellos manoseos les otorgarán una credencial de “progresistas” que los libre de huelgas, revoluciones, acoso periodístico y de campañas internacionales acusándolos de violar los derechos humanos. Como recuerda el analista peruano Fernando Rospigliosi, en un admirable artículo, “Mientras Zapata moría lentamente, los presidentes de América Latina —incluido el sátrapa cubano— se reunían en México para formar una organización —¡otra más!— regional. Ni una palabra salió de allí para demandar la libertad o un mejor trato para los más de 200 presos políticos cubanos”. El único que se atrevió a protestar —un justo entre los fariseos— fue el presidente electo de Chile, Sebastián Piñera.

De manera que la cara de cualquiera de estos jefes de Estado hubiera podido reemplazar a la de Luiz Inácio Lula da Silva, abrazando a los hermanos Castro, en la foto que me retorció las tripas al leer la prensa de esta mañana.

Esas caras no representan la libertad, la limpieza moral, el civismo, la legalidad y la coherencia en América Latina. Estos valores se encarnan en personas como Orlando Zapata Tamayo, las Damas de Blanco, Oswaldo Payá, Elizardo Sánchez, la bloguera Yoani Sánchez, y demás cubanos y cubanas que, sin dejarse intimidar por el acoso, las agresiones y vejaciones cotidianas de que son víctimas, se siguen enfrentando a la tiranía castrista. Y se encarnan, asimismo, en principalísimo lugar, en los centenares de prisioneros políticos y, sobre todo, en el periodista independiente Guillermo Fariñas, que, cuando escribo este artículo, lleva ya ocho días de huelga de hambre en Cuba para protestar por la muerte de Zapata y exigir la liberación de los presos políticos.

Curiosa y terrible paradoja: que sea en el seno de uno de los más inhumanos y crueles regímenes que haya conocido el continente donde se hallen hoy los más dignos y respetables políticos de América Latina.

LIMA, 4 DE MARZO DEL 2010

miércoles, 27 de enero de 2010

martes, 26 de enero de 2010

Coluche

Por: Aldo Mariátegui
CORREO
26-01-10


LIMA Yerran aquellos que consideran que la probable aventura electoral de Jaime Bayly es inédita. Pues sí hay un referente de un showman que remeció a un sistema político mucho más avanzado y estructurado que el nuestro, pero también igual de anquilosado y de alienado del electorado. Me refiero a Michel Colucci, el showman galo conocido como Coluche que remeció a Francia con su postulación en las presidenciales de 1981 (aquellas en las que Mitterrand derrotó al reeleccionista Giscard), de las cuales se retiró justo cuando estaba posicionándose con una intención de voto del 10% al 16%. Su eslogan de campaña era "Todos juntos con Coluche para darles por culo. ¡Coluche es el único candidato que no tiene motivos para mentir!". Se dice que se apeó por las numerosas amenazas de muerte, el hostigamiento del ministro del Interior y el extraño deceso de su mano derecha.

De allí se dedicó a crear la exitosa cadena de restaurantes "Restos del corazón" (para alimentar mendigos), a ganar premios como actor, a romper el récord mundial de velocidad de motos en la categoría 750 cc, a competir en el París-Dakar y a matarse finalmente tras chocar su moto contra un camión en 1986, hecho que aún muchos piensan que fue un asesinato. Su muerte fue muy sentida y el músico francés Rene Sechan compuso por ello la inolvidable canción "¡Puto camión!". Tan sólo tenía 41 años.

Vicioso, díscolo y brillante, Coluche fue uno de los primeros showman que utilizó lisuras, junto a su infaltable camisa amarilla y su overol azul a rayas. Tuvo muchas frases célebres, de humor muy francés (ácido y racional), como:

"Soy siempre grosero, nunca vulgar". "Aparte de gángster o político, la única carrera que te queda en la vida sin saber hacer nada es artista". "El astronauta ruso Yuri Gagarin fue un hombre desafortunado. ¡Después de darle 17 órbitas a la Tierra cayó de regreso en la URSS!". "El comunismo es una de las pocas enfermedades graves que no hemos experimentado antes con los animales". "Un sándwich en Rusia consiste en un cupón para hacer cola para el jamón metido entre dos cupones para hacer cola para el pan". "No soy un nuevo rico. Soy un viejo pobre". "La dictadura es cállate. La democracia es habla sin parar". "¡Camaradas, el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre. El socialismo es lo contrario!". "Dejaré de hacer política cuando los políticos dejen de hacer comedias. Ellos me roban mi trabajo, yo robo el de ellos (dicho durante la campaña cuando le preguntaron por qué había entrado a la política)". "El gobierno no tendría déficit si le pusiesen un impuesto a la estupidez". "Yo no soy racista... ¡Mi perro es negro!". "Dicen que los ricos son los malos y los pobres son los buenos. ¿Entonces por qué todos quieren ser los malos?". "La mitad de los políticos no saben hacer nada y la otra mitad son capaces de hacer cualquier cosa". "El crédito a largo plazo consiste en que pagarás más cuanto menos puedes pagar". "Existen dos clases de justicia: la del abogado que sabe todo acerca de la ley y la del abogado que sabe todo acerca de los jueces". "A la izquierda le gusta tanto la gente pobre que no deja de crearla". "Sean buenos con los niños. Ellos son los que un día escogerán su asilo". "El amor es como la gripe: la pescas en la calle y la curas en la cama". "Los hombres mentiríamos muchísimo menos si las mujeres no hiciesen preguntas".

"Para evitar tener hijos tírate a tu cuñada. Así tendrás sólo sobrinos".

domingo, 10 de enero de 2010

El Otro Estado

Por: Mario Vargas Llosa Escritor
EL COMERCIO
10-01-10


Hace algún tiempo escuché al presidente de México, Felipe Calderón, explicar a un grupo reducido de personas, qué lo llevó hace tres años a declarar la guerra total al narcotráfico, involucrando en ella al Ejército. Esta guerra, feroz, ha dejado ya más de quince mil muertos, incontables heridos y daños materiales enormes.

El panorama que el presidente Calderón trazó era espeluznante. Los cárteles se habían infiltrado como una hidra en todos los organismos del Estado y los sofocaban, corrompían, paralizaban o los ponían a su servicio. Contaban para ello con una formidable maquinaria económica, que les permitía pagar a funcionarios, policías y políticos mejores salarios que la administración pública y una infraestructura de terror capaz de liquidar a cualquiera, no importa cuán protegido estuviera. Dio algunos ejemplos de casos donde se comprobó que los candidatos finalistas de concursos para proveer vacantes en cargos oficiales importantes relativos a la seguridad habían sido previamente seleccionados por la mafia.

La conclusión era simple: si el gobierno no actuaba de inmediato y con la máxima energía México corría el riesgo de convertirse en poco tiempo en un narcoestado. La decisión de incorporar al Ejército, explicó, no fue fácil, pero no había alternativa: era un cuerpo preparado para pelear y relativamente intocado por el largo brazo corruptor de los cárteles.

¿Esperaba el presidente Calderón una reacción tan brutal de las mafias? ¿Sospechaba que el narcotráfico estuviera equipado con un armamento tan mortífero y un sistema de comunicaciones tan avanzado que le permitiera contraatacar con tanta eficacia a las Fuerzas Armadas? Respondió que nadie podía haber previsto semejante desarrollo de la capacidad bélica de los narcos. Estos iban siendo golpeados, pero, había que aceptarlo, la guerra duraría y en el camino quedarían por desgracia muchas víctimas.

Esta política de Felipe Calderón que, al comienzo, fue popular, ha ido perdiendo respaldo a medida que las ciudades mexicanas se llenaban de muertos y heridos y la violencia alcanzaba indescriptibles manifestaciones de horror. Desde entonces, las críticas han aumentado y las encuestas de opinión indican que ahora una mayoría de mexicanos es pesimista sobre el desenlace y condena esta guerra.

Los argumentos de los críticos son, principalmente, los siguientes: no se declaran guerras que no se pueden ganar. El resultado de movilizar al Ejército en un tipo de contienda para la que no ha sido preparado tendrá el efecto perverso de contaminar a las Fuerzas Armadas con la corrupción y dará a los cárteles la posibilidad de instrumentalizar también a los militares para sus fines. Al narcotráfico no se le debe enfrentar de manera abierta y a plena luz, como a un país enemigo: hay que combatirlo como él actúa, en las sombras, con cuerpos de seguridad sigilosos y especializados, lo que es tarea policial.

Muchos de estos críticos no dicen lo que de veras piensan, porque se trata de algo indecible: que es absurdo declarar una guerra que los cárteles de la droga ya ganaron. Que ellos están aquí para quedarse. Que, no importa cuántos capos y forajidos caigan muertos o presos ni cuántos alijos de cocaína se capturen, la situación solo empeorará. A los narcos caídos los reemplazarán otros, más jóvenes, más poderosos, mejor armados, más numerosos, que mantendrán operativa una industria que no ha hecho más que extenderse por el mundo desde hace décadas, sin que los reveses que recibe la hieran de manera significativa.

Esta verdad vale no solo para México sino para buena parte de los países latinoamericanos. En algunos, como en Colombia, Bolivia y el Perú avanza a ojos vista y en otros como Chile y Uruguay de manera más lenta. Pero se trata de un proceso irresistible que, pese a las vertiginosas sumas de recursos y esfuerzos que se invierten en combatirlo, sigue allí, vigoroso, adaptándose a las nuevas circunstancias, sorteando los obstáculos que se le oponen con una rapidez notable, y sirviéndose de las nuevas tecnologías y de la globalización como lo hacen las más desarrolladas transnacionales del mundo.

El problema no es policial sino económico. Hay un mercado para las drogas que crece de manera imparable, tanto en los países desarrollados como en los subdesarrollados, y la industria del narcotráfico lo alimenta porque le rinde pingües ganancias. Las victorias que la lucha contra las drogas puede mostrar son insignificantes comparadas con el número de consumidores en los cinco continentes. Y afecta a todas las clases sociales. Los efectos son tan dañinos en la salud como en las instituciones. Y a las democracias del Tercer Mundo, como un cáncer, las va minando.

¿No hay, pues, solución? ¿Estamos condenados a vivir más tarde o más temprano, con narcoestados como el que ha querido impedir el presidente Felipe Calderón? La hay. Consiste en descriminalizar el consumo de drogas mediante un acuerdo de países consumidores y países productores, tal como vienen sosteniendo “The Economist” y buen número de juristas, profesores, sociólogos y científicos en muchos países del mundo sin ser escuchados. En febrero del 2009, una Comisión sobre Drogas y Democracia creada por tres ex presidentes, Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, propuso la descriminalización de la marihuana y una política que privilegie la prevención sobre la represión. Estos son indicios alentadores.

La legalización entraña peligros, desde luego. Y, por eso, debe ser acompañada de un redireccionamiento de las enormes sumas que hoy día se invierten en la represión, destinándolas a campañas educativas y políticas de rehabilitación e información como las que, en lo relativo al tabaco, han dado tan buenos resultados. El argumento según el cual la legalización atizaría el consumo como un incendio, sobre todo entre los jóvenes y niños, es válido, sin duda. Pero lo probable es que se trate de un fenómeno pasajero y contenible si se lo contrarresta con campañas efectivas de prevención. De hecho, en países como Holanda donde se han dado pasos permisivos en el consumo de las drogas, el incremento ha sido fugaz y luego de un cierto tiempo se ha estabilizado. En Portugal, según un estudio del CATO Institute, el consumo disminuyó después que se descriminalizara la posesión de drogas para uso personal.

¿Por qué los gobiernos, que día a día comprueban lo costosa e inútil que es la política represiva, se niegan a considerar la descriminalización y a hacer estudios con participación de científicos, trabajadores sociales, jueces y agencias especializadas sobre los logros y consecuencias que ella traería? Porque, como lo explicó hace 20 años Milton Friedman, quien se adelantó a advertir la magnitud que alcanzaría el problema si no se lo resolvía a tiempo y a sugerir la legalización, intereses poderosos lo impiden. No solo quienes se oponen a ella por razones de principio. El obstáculo mayor son los organismos y personas que viven de la represión de las drogas, y que, como es natural, defienden con uñas y dientes su fuente de trabajo. No son razones éticas, religiosas o políticas sino el crudo interés el obstáculo mayor para acabar con la arrolladora criminalidad asociada al narcotráfico, la mayor amenaza para la democracia en América Latina, más aún que el populismo autoritario de Hugo Chávez y sus satélites.

Lo que ocurre en México es trágico y anuncia lo que empezarán a vivir tarde o temprano los países que se empeñen en librar una guerra ya perdida contra ese otro Estado que ha ido surgiendo delante de nuestras narices sin que quisiéramos verlo.

LIMA, ENERO DEL 2010