domingo, 29 de noviembre de 2009

Pensamientos Célebres: Ibsen


El hombre más fuerte del mundo es aquel que permanece más solo.

Henrik Ibsen

La Expulsión de los Moriscos

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
29-11-09


El Grupo Socialista ha presentado en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley destinada a desagraviar a los descendientes actuales de los moriscos expulsados de España hace 400 años, en 1609. Los ponentes precisan que no se trata de ofrecer reparaciones económicas a los herederos de aquellas víctimas por los perjuicios de toda índole que padecieron sus antepasados, sino de un gesto simbólico y moral, algo así como una autocrítica pública del Estado español sobre un error histórico cometido hace cuatro siglos. La iniciativa tiene una apariencia bienintencionada y progresista que, en principio, solo un cavernario retrógrado podría objetar. ¿No se repara de este modo una injusticia histórica perpetrada por la intolerancia religiosa y el prejuicio racista?

Sin embargo, analizada con la cabeza fría y de cerca, la propuesta, a mi juicio, es precipitada, inútil y, en última instancia, fuente de confusiones múltiples. El pasado histórico debe ser analizado con una perspectiva crítica en las sociedades democráticas, desde luego, pero esa función corresponde a la sociedad abierta en general, a los historiadores, investigadores y científicos independientes, no a los gobiernos ni a los políticos profesionales que carecen de la objetividad, la competencia técnica y viven y obran enfeudados a la lucha política y a la actualidad, pésimas consejeras a la hora de ponderar y explicar los hechos históricos.

Las injusticias del pasado no pueden ni deben ser seleccionadas en función de las necesidades del presente. Lo ocurrido a comienzos del siglo XVII con los moriscos fue bárbaro y brutal, sin duda alguna. ¿Lo fue menos la expulsión de los judíos de España en 1492? Llevaban tantos o acaso más siglos en la península que aquellos y su desarraigo forzado, decidido por razones políticas y religiosas por los Reyes Católicos, acumuló todos los agravantes posibles: expropiación de sus bienes, maltratos, ser arrojados como perros sarnosos a un exilio incierto y, para muchos, mortal. ¿No merecen sus herederos un desagravio idéntico al de los moriscos? La lista de agraviados por el Estado español a lo largo de su vieja historia podría ser interminable. (Naturalmente, esto vale para todos los Estados, sin una sola excepción).

Los indios de América, por ejemplo. El próximo año comenzarán las celebraciones de los doscientos años de la emancipación colonial y nacimiento de las repúblicas hispanoamericanas. La ocasión será propicia para que, encabezada por Evo Morales, quien ya ha tasado las reparaciones que debería pagar España a las “naciones indias” por las atrocidades de los conquistadores en una vertiginosa suma de billones de dólares, haya una verdadera traca, de un confín al otro de América Latina, de vituperios y condenas contra España por parte de politicastros tan oportunistas y demagógicos como el mandatario boliviano (Se me hace agua la boca anticipando las efusiones fulminantes y las disquisiciones de Filosofía y Moral de la Historia que verterá al respecto el presidente Hugo Chávez en su programa “Aló, presidente”) Si lo hace con los moriscos, ¿no debería también arrepentirse, disculparse y hacer propósito de enmienda el Estado español con los indios de América?

¿Y qué de los protestantes, esos pobres luteranos, calvinistas, hugonotes, perseguidos como ratas apestosas, encarcelados y hasta quemados por no ser cristianos de buena ley? La primera víctima de la Inquisición en Lima se llamaba Mateo Salado, y, acusado, juzgado, sometido a tormento y condenado por pertenecer a “la maldita y diabólica secta luterana” fue quemado vivo en la Plaza de Armas de la Lima virreinal. ¿Cuántos pobres diablos como él sufrieron padecimientos parecidos por practicar el cristianismo reformado en todo el orbe hispánico? ¿No deberían ser también simbólicamente desagraviados por el Congreso de los Diputados? ¿Y los homosexuales? ¿Y los gitanos? ¿Y los esclavos africanos? ¿Y los brujos y brujas? ¿Y los ateos? Los días y las horas de muchos años no bastarían al Estado español para ponerse de rodillas y pedir perdón a Dios y los vivos por todas las injusticias cometidas por quienes gobernaron a lo largo de su antiquísima historia contra colectividades o individuos diversos. Y lo seguro es que nadie quedaría contento con lo que, por lo demás, no pasaría de ser una pantomima desprovista de contenido y seriedad.

La revisión crítica del pasado no es cometido del poder político sino de historiadores y estudiosos que, situando las ocurrencias del ayer en su contexto debido, y estableciendo las jerarquías y prelaciones indispensables, nos proporcionan las informaciones necesarias para poder juzgar nuestro pasado y nos ayudan a discernir, con un mínimo de objetividad, lo condenable, lo excusable, lo inevitable y lo admirable de los hechos y personajes que lo conforman. Este examen, para ser eficaz, debe ser individual, libre, independiente y plural. Demás está recordar que en una sociedad abierta coexisten versiones e interpretaciones muy diversas del devenir histórico. Esa diversidad es la mejor manera de aproximarse y conseguir atrapar a esa escurridiza y protoplasmática materia que es la verdad histórica. Desde luego que semejante aproximación no excluye la crítica; por el contrario, es la única que la hace a la vez posible y justa. En cambio, cuando la verdad histórica es monopolio del poder político, como ocurre en las sociedades totalitarias, aquella posibilidad de llegar a conocer la verdad se eclipsa y torna inalcanzable, pues la reemplazan las mentiras que el dictador y la pandilla gobernante imponen por razones de propaganda, para distraer o para autojustificar sus desafueros.

En un luminoso ensayo titulado “El recuerdo de nuestros muertos”, Carmen Iglesias explicaba hace algún tiempo por qué no había que confundir memoria e historia y por qué era bueno y sano para una sociedad que los políticos no se entrometieran en el dominio de los historiadores. Desde luego, es imprescindible que los ciudadanos de una sociedad democrática tengan conciencia crítica y conserven vivo el recuerdo de donde vienen, de lo bueno y lo malo que heredaron, para enfrentar con lucidez y determinación el futuro y no perseverar en el error. Pero el pasado no debe ser manipulado por razones políticas ni convertido en un comodín en el juego de malabares ideológicos en que se torna siempre la lucha por el poder. Estudiarlo, conocerlo e interpretarlo es una tarea intelectual que exige rigor, paciencia, probidad y talento, un esfuerzo sostenido a lo largo del tiempo por generaciones de investigadores de cuyo escrutinio va surgiendo una historia que nunca se está quieta, a la que los descubrimientos y análisis van todo el tiempo enriqueciendo con matices y a veces corrigiendo de manera radical.

Todos los países tienen muchas cosas que reprocharse cuando examinan su pasado. En todos hay una larguísima genealogía de víctimas. Pero semejante lastre no se borra con un decreto ley ni una moción parlamentaria sino mediante una toma de conciencia de aquella realidad y unas instituciones, un sistema de valores, una cultura y una conducta ciudadana que sean, de por sí, una permanente corrección y superación de ese triste legado.

Esa es la función de los museos de la memoria. No fomentar el masoquismo que suele producir una forma retorcida de placer a ciertos políticos e ideólogos cuando contemplan los horrores del pasado y tratan de explotarlos en provecho propio, sino educar a las nuevas generaciones de tal modo que todo aquello que abruma y avergüenza a una sociedad en su historia no vuelva a repetirse en el futuro. No hay mejor homenaje a esas víctimas de la intolerancia, el fanatismo, el prejuicio o la mera estupidez, que recordarlas, aprender de ellas e inculcar de este modo a la sociedad la cultura de la tolerancia, el respeto a la diversidad, al pluralismo político, religioso y cultural.

Así como la conducta humana es rara vez rectilínea y unívoca, los hechos históricos, por lo general, cambian de significado y sobre todo de matices según el cristal con el que se los mire. Por eso, solo la perspectiva plural y totalizadora que permitan las sociedades abiertas autoriza un juicio crítico válido. Los matices no son excusas sino factores que hay que tener en cuenta para entender cabalmente por qué ocurrieron las cosas como ocurrieron y menoscabarlos o prescindir de ellos puede significar a veces seguir matando a los muertos a los que aparentemente se quiere resucitar.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Sé Tú quien Eres

Por Cristián Warnken
EL MERCURIO
26-11-09


Es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira.


Me entero por azar de que alguien, usando mi nombre, "twittea" mensajes -supuestamente míos- en internet. Creo que hasta he opinado -en realidad lo ha hecho mi falso otro yo- sobre el conflicto con Perú, la baja del dólar y qué sé yo... El Twitter parece ser el paraíso de los opinólogos, y ahora lo es de los usurpadores de identidad. Hasta hace poco no sabía lo que era "twittear" y el verbo me ha parecido siempre una de esas siutiquerías en spanglish que abundan hoy entre los "hiperconectados", los esclavos de Blackberry, los adictos de Facebook y otras yerbas.

Dos fenómenos aparentemente opuestos coexisten hoy en la red: un narcisismo exhibicionista desatado, por un lado, y un travestismo de identidades, por otro. En realidad, intuyo que son dos caras de una misma moneda.

Pero ése es tema para otra columna. Por ahora me centraré en esa subespecie de los travestis virtuales: los que usurpan una identidad o se refugian bajo un nombre falso, y practican el deporte de atacar y enlodar a otros impunemente. Son tiempos de cobardía, de no dar la cara, de espadachines de debates virtuales que, en la realidad, serían incapaces de discutir frente a frente con otro.

Nuestros tatarabuelos resolvían sus diferencias en duelos cuerpo a cuerpo. Hoy, muchos se dan "tunazos" en encendidos blogs , pero jamás se atreverían a pegar o recibir un buen combo, como en los viejos tiempos. Hay algo psicopático y esquizofrénico en todo esto. Alumnos -escudados en el anonimato o bajo falsas identidades- linchan públicamente a un profesor o a un compañero. Esto no es el "ágora" virtual, como algunos eufóricos del cibermundo han querido sugerir. Por favor, no ofendamos a los griegos, que sí supieron dialogar, con altura y estilo, al aire libre, en los jardines de la academia. Esto es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira. Es la gran escuela de la cobardía, de la falta de virilidad.

De estas prácticas se están alimentando las nuevas generaciones: en no dar la cara, en no arriesgarse al intercambio directo, con voz, cuerpo, presencia, réplica y contrarréplica mirándose a los ojos. ¿Qué engendros saldrán de esta sopa de tecnología y cobardía? Bienvenidos al gran Carnaval 2.0, donde bajo máscaras de todo tipo muchos anónimos se sienten controlando el mundo con un zapping y un mouse , como en el circo romano.

Estamos ante un nuevo tipo de terrorismo virtual diseminado, una red de pequeños Bin Laden dispuestos a disparar a quemarropa, sin dios ni ley. Pero sin riesgo personal alguno. No estoy diciendo que internet y todos sus derivados sean malos ni buenos en sí mismos. El tema es quién los usa. No son lo mismo Oscar Wilde o la Madre Teresa de Calcuta opinando, que cualquier ocioso e incontinente verbal manejando estos nuevos medios de comunicación. Ése es el problema de fondo: hemos llegado al máximo desarrollo y disponibilidad de tecnología, pero sin un desarrollo espiritual y cultural acordes. Hoy tenemos circulando libremente a una legión de monos con navaja. Y las navajas son Facebook, Twitter y los blogs -estos últimos, extraordinarios medios de comunicación: he aprendido mucho de nuestros lectores leyendo sus opiniones.
En los blogs a veces asistimos a conversaciones enriquecedoras y estimulantes (un verdadero caleidoscopio de puntos de vista), pero que terminan siendo arruinadas por resentidos de todo tipo, psicópatas, hackers y toda una fauna más bizarra que la corte de los milagros.

El imperativo "Sé quien eres" fue formulado por Píndaro, el gran poeta griego, hace más de dos mil años. ¿No nos estaremos volviendo adictos a hablar desde las sombras, donde no llega la luz, como niños mentirosos y sin voluntad de ser lo que somos de verdad? Leo que los "twitteros" están eligiendo en estos días al "rey" o "reina" del Twitter. Lo único que faltaría es que mi usurpador me presente de candidato.

martes, 24 de noviembre de 2009

El Año 2012 (+38): un Real Motivo para Preocuparse

Por: Tomás Unger
EL COMERCIO
24-11-09


Los cines están anunciando para el 2012 el “el fin del mundo”, un cataclismo supuestamente pronosticado por los mayas. Astronómicamente, el asunto no tiene ni pies ni cabeza, pero debe ser divertido ver Los Ángeles hundirse en el mar, una ola gigante barrer los continentes y colapsar nuestra civilización en un despliegue de efectos especiales. A la gente le encanta y está dispuesta a pagar por asustarse.

No me entiendan mal. Un cataclismo puede ocurrir, como lo hizo hace 65 millones de años, cuando un meteorito extinguió más de la mitad de las especies. Las probabilidades de que ocurra en tres años, tal vez hoy, dentro de tres semanas o tres décadas son las mismas. Lo más probable es que suceda dentro de unos 100 millones de años o de repente antes. Como diría el super-agente 86 Maxwell Smart: “¿Me creerían dentro de 50 millones?” Dejémoslo en diez millones y preocupémonos de algo más inmediato que ocurrirá 32 años después del 2012.

LA BOMBA
Al “Homo sapiens”, desde que descubrió el fuego, le tomó más de 100 mil años alcanzar el primer millón de individuos, según los antropólogos. Para el año 400 antes de nuestra era, se estima que ya había unos 200 millones de humanos en el planeta. Quintuplicar esta cifra y alcanzar los mil millones demoró más de 2.000 años. Recién en la primera mitad del siglo XVIII, en plena revolución industrial, la humanidad alcanzó mil millones. De allí en adelante el crecimiento fue exponencial. Los mil millones se duplicaron en menos de 100 años. Los 2 mil millones pasaron a ser 4 mil millones en 1975, en menos de 70 años. Hoy, 34 años más tarde, somos 6.800 millones. Para el 2050 seremos 2.500 millones más (9.300 millones): ¡un aumento equivalente al total de la población mundial hace 50 años!

Eso no es todo. Acabo de leer que África ya pasó los mil millones. En el Sahel se está acabando el agua, la deforestación sigue; el sida está rampante; hay varios países al borde del colapso y al menos uno, Somalia, ya ha sido declarado país inoperante (por el momento es base de piratas). La reacción es la de toda especie ante una crisis de extinción: reproducirse. Muchos niños morirán, pero algunos sobrevivirán, sobre todo aquellos que nacen con el defecto genético de no tener proteasa, que los hace inmunes al sida. Una nueva selección darwiniana. Mientras tanto, los que pueden se van, remando botes y tratando de llegar a Europa.

En Asia sur oriental también va en aumento la población, en todos los lugares donde hay analfabetismo, subdesarrollo y pobreza. La deforestación se produce donde hay que sembrar más panllevar para alimentar a la creciente población o vender madera para comer. Mientras tanto, en el mundo desarrollado se sigue quemando cada vez más hidrocarburos. La extracción de materias primas y la tala de bosques han alterado ecosistemas más allá de la recuperación.

El crecimiento de la población humana y sus niveles de consumo tienen un ritmo que la evolución no puede compensar.

Por otra parte, irónicamente, se legisla contra el aborto y el control de la natalidad, sabiendo que esto solo empujará a la práctica ilegal. Habrá más pérdidas de vidas de madres y aumentarán los huérfanos. Aunque este tema ya ha sido tratado muy didácticamente por profesionales de la salud, no se necesita mucha perspicacia para darse cuenta que es algo de efecto negativo.

LA DEPENDENCIA
Una de las características de este nuevo milenio es el cambio de la población rural a la urbana. Por primera vez más gente vive en las ciudades que en el campo. Las gigantescas aglomeraciones son totalmente dependientes de la energía. Los alimentos llegan de afuera, se procesan y conservan con energía eléctrica (generalmente generada con hidrocarburos). El agua se bombea y a los edificios se llega por ascensores. Las aguas servidas y el retiro de desperdicios requieren de energía. Una crisis energética seria paralizaría las ciudades y con ello a más de la mitad de la población mundial.

Ni siquiera he mencionado el efecto de la combustión de hidrocarburos sobre el clima. Hoy se tiende a dar prioridad a la crisis económica discutiendo si el cambio en nuestros hábitos de consumo tendría efecto negativo sobre la economía. Por otra parte, cuando la economía se recupere, el petróleo recuperará su precio. Ha tomado 300 millones de años formar los depósitos de hidrocarburos y menos de 150 años para llevarlos cerca del agotamiento. Hoy se discute si queda para 30 o para 50 años más; en verdad, al lado de los 300 los millones necesarios para reponerlos, la diferencia es irrelevante.

SALVAR EL PLANETA
Cada cierto tiempo oímos y leemos llamados para salvar el planeta. El planeta no necesita que lo salven; no tiene problemas y sobrevivirá. La naturaleza no es ni buena ni mala, solo es. Los adjetivos “bueno” y “malo” aplicados a la naturaleza siempre están referidos a nuestras posibilidades de sobrevivir. En términos generales. es bueno lo que nos facilita el sobrevivir y malo lo que lo dificulta. El planeta sobrevive siempre, con o sin osos polares, con o sin bosques y evidentemente con o sin gente.

Nuestra posición con respecto al planeta es la de hacerlo más habitable y menos hostil a nuestra supervivencia. Para ello hemos introducido una serie de modificaciones cuyas consecuencias no hemos medido. El equilibrio natural de los ecosistemas que encontró la humanidad cuando comenzó a multiplicarse, pasados ciertos límites de intervención humana, pierde su elasticidad. Algunos los hemos modificado más allá de toda recuperación. Europa, de una densa selva, se ha convertido en un gran campo agrícola sembrado de ciudades y cruzado por carreteras, puentes y líneas de ferrocarril.

En la mayoría de los casos los cambios han sido favorables a nuestra supervivencia, con lo cual hemos podido explosionar en números y simultáneamente aumentar nuestra expectativa de vida. Esto está cambiando bruscamente, en forma desequilibrada, afectando en primer lugar a las poblaciones más vulnerables. Estamos alcanzando niveles insostenibles de consumo, dependencia y alteración de ecosistemas. Frenar el crecimiento poblacional es indispensable, pero definitivamente no es lo único. Un cambio de la matriz energética por parte de los países del Primer Mundo es impostergable.

En nuestro caso, un cambio de hábitos de consumo sería muy conveniente, aunque no tendrá impacto en el mundo. Además de tratar de frenar la población, debemos dar prioridad a la conservación del agua. Me dicen los agricultores que nuestra producción de alimentos está directamente ligada a la disponibilidad y control del agua. También debemos evitar la destrucción por contaminación, por explotación de minerales, deforestación, etc. La dramática foto de los mineros informales en Madre de Dios es un recuerdo escalofriante de lo que está pasando en nuestro país.

Debemos recordar que no se trata de salvar el planeta, el planeta sobrevivirá de todas maneras, aunque nos caiga el meteorito o nos revienten los mayas en el 2012. Lo más probable es que, al paso que vamos, mucho antes del gran cataclismo, hagamos el planeta inhabitable para nosotros y todas las especies que hemos creado como dependientes. Hay mucho por hacer y queda poco tiempo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La Desaparición del Erotismo

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
01-11-09


Hay muchas formas de definir el erotismo, pero tal vez la principal sea llamarlo la desanimalización del amor físico, su conversión, a lo largo del tiempo y gracias al progreso de la libertad y la influencia de la cultura y las artes en la vida privada, de mera satisfacción de una pulsión instintiva en un quehacer creativo y compartido que prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte.

Tal vez en ninguna otra actividad se haya ido estableciendo una frontera tan evidente entre lo animal y lo humano como en el dominio del sexo, diferencia que, en un principio, en la noche de los tiempos, no existía y confundía a ambos en un acoplamiento carnal sin misterio, sin gracia, sin sutileza y sin amor. La humanización de la vida de hombres y mujeres es un largo proceso en el que intervienen el avance de los conocimientos científicos, las ideas filosóficas y religiosas, el desarrollo de las artes y las letras y en esa trayectoria nada se enriquece más ni cambia tanto como la vida sexual. Esta ha sido siempre un fermento ígneo de la creación artística y literaria y, recíprocamente, pintura, literatura, música, escultura, danza, todas las manifestaciones artísticas de la imaginación humana han contribuido al enriquecimiento del placer a través de la práctica sexual. Por eso, no es abusivo decir que el erotismo representa un momento elevado de la civilización y es uno de sus ingredientes determinantes. Para saber cuán primitiva es una comunidad o cuánto ha avanzado en su proceso civilizador nada tan útil, rompiendo sus secretos de alcoba, que averiguar cómo hace el amor.

El erotismo, sin embargo, no solo tiene esa función positiva y ennoblecedora de embellecer el placer físico y abrir un amplio espectro de sugestiones y posibilidades que permitan a los seres humanos satisfacer sus particulares deseos y fantasías. Es también un quehacer que saca a flote aquellos fantasmas escondidos en la irracionalidad que son de índole destructiva y mortífera. Freud los llamó la vocación tanática, que se disputa con el instinto vital y creativo —el Eros— la condición humana. Librados a sí mismos, sin freno alguno, aquellos monstruos del inconsciente que asoman y piden derecho de ciudad en la vida sexual si no son frenados de algún modo podrían acarrear la desaparición de la especie. Por eso el erotismo no solo encuentra en la prohibición un acicate voluptuoso, también un límite violado el cual se vuelve sufrimiento y muerte.

Nadie ha estudiado con más lucidez que Georges Bataille este aspecto dual —vida y muerte, placer y dolor, creación y destrucción— del erotismo y por eso ha hecho bien Guillermo Solana poniendo de título a la exposición que ha organizado en los locales del Museo Thyssen y Caja Madrid el que dio el gran ensayista francés al último libro que publicó en vida: “Lágrimas de Eros”. Se trata de una excelente muestra que con unos ciento veinte cuadros, esculturas, fotografías y videos ilustra la variedad temática y la excelencia formal que ha llegado a alcanzar la experiencia sexual en sus mejores expresiones artísticas. El asunto es tan vasto que una exposición de arte erótico solo puede aspirar a ser la punta del iceberg, pero, en este caso, la antología ha sido elegida con la sabiduría y el buen gusto necesarios para dar al espectador una idea clara de la exuberancia ilimitada de que ella es apenas un indicio.

Una de las enseñanzas más flagrantes que se desprende de la exposición es que el erotismo no es tanto un hecho en sí, una entidad aislada y diferenciada de otras, sino más bien una mirada, una elección subjetiva, una pasión o una manía que se proyectan sobre todo lo existente, erotizando a veces cosas que parecerían serle totalmente ajenas y hasta írritas, como la religión. Es natural y obligatorio que la antigüedad pagana, con su amoralismo, haya sido una fecunda inspiradora de pintura y escultura eróticas —también lo ha sido de literatura— y que temas como el nacimiento de Venus, las esfinges y las sirenas, Apolo y Jacinto, Andrómada encadenada y Endimión dormido —salas de la exposición— hayan incitado a grandes artistas y debamos a ello un buen número de obras maestras. Pero no menos estimulante para la fantasía erótica lo ha sido el cristianismo, desde Eva y la serpiente, un tema recurrente a extremos de enloquecimiento de centenares de pintores, hasta la Magdalena, la pecadora arrepentida y penitente cuyas formas desnudas, ampulosas o góticas, son uno de los íconos del imaginario erótico en todas las épocas y para todas las escuelas. Y qué decir del martirio de San Sebastián y de las tentaciones de San Antonio en el desierto que a su vez han tentado a una numerosa genealogía de artistas que van de Brueghel a Picasso y Saura, pasando por Jan Wellens de Cock (su pequeño cuadro es uno de los más memorables de la muestra) y Paul Cézanne.

La religión sirvió de aguijón al vuelo creativo y, también, de coartada para sortear la censura eclesiástica. Si la exhibición de las formas desnudas de hombres y mujeres del común en nombre de la estricta belleza era censurable, no lo era tanto si quien exhibía sus pechos, muslos, nalgas y hasta el vello púbico y los órganos sexuales eran el mismísimo Redentor o una santa o un santo. De esta estrategia se valieron para saturar sus murales y lienzos de desnudos y discreta o descarada concupiscencia pintores tan respetados por el establecimiento y la jerarquía como un Rubens, un Ingres, un Rodin o un Gustave Doré.

Otra curiosa conclusión algo deprimente se desprende de “Lágrimas de Eros”, por cierto profetizada también por el propio Bataille. La desaparición de frenos y censuras, la permisividad total en el campo amoroso, en lugar de enriquecer el amor físico y elevarlo a planos superiores de elegancia, exquisitez y creatividad, lo banaliza, vulgariza y, en cierto modo, lo regresa a aquellos remotos tiempos de los primeros ancestros, cuando consistía apenas en el desfogue de un instinto animal. Un testimonio de ello es la extraordinaria pobreza del arte erótico contemporáneo que Guillermo Solano, pese a sus esfuerzos en la selección de obras para la muestra, no ha podido disimular. Es verdad que un Picasso o un Delvaux elevan considerablemente el promedio, pero la mayoría de las pinturas, videos o esculturas de artistas modernos representados son de una indigencia imaginativa lastimosa cuando no de una triste idiotez. Pasar del Endimión dormido de Antonio Canova al video David, de Sam Taylor-Wood en el que vemos al futbolista David Robert Joseph Beckham durmiendo beatíficamente apoyado en su diestra, no solo es un anticlímax sino un salto dialéctico del arte genuino al arte frívolo (o la simple tontería).

Este abaratamiento y degradación del erotismo en nuestros días es, vaya paradoja, consecuencia de una de las grandes conquistas de la libertad que ha experimentado el mundo occidental: la permisividad sexual, la tolerancia para prácticas y fantasías que antaño merecían el rechazo de la moral imperante y eran objeto de condena social y castigo judicial. Al desaparecer la prohibición desapareció también la transgresión, aquel aura temeraria, la sensación de violentar un tabú, de pecar, que condimentó la práctica del erotismo en el pasado y que atizó tanto la invención literaria y artística. Para la experiencia común de las gentes, que la vida sexual haya migrado de la existencia clandestina que tenía a la luz de la plaza pública (o poco menos) y que ahora el “erotismo” sea un ingrediente privilegiado de la publicidad comercial (la Eva y la serpiente fotografiada por Richard Avedon con Nastassja Kinski y el boa constrictor que la abraza son un ejemplo de lo que quiero decir) y de los avisos económicos en los diarios con que las prostitutas atraen clientes, significa pura y simplemente que el erotismo ya no existe, que pasó a ser caricatura y esperpento de lo que fue.

¿Es bueno o malo que haya ocurrido así? En términos sociales, bueno, sin la menor duda. La vigencia de prejuicios, prohibiciones y censuras trajo consigo atropellos, abusos, discriminación y sufrimiento para muchos (en este caso, sobre todo, para las mujeres y las minorías sexuales). Pero desde el punto de vista de las bellas artes y de la literatura ha significado que el placer físico se volvió un tema anodino y convencional, semejante al paisajismo, el retrato de caballete, las marinas o las odas patrióticas. Hacer el amor ya no es un arte. Es un deporte sin riesgo, como correr en la cinta del gimnasio o pedalear en la bicicleta estática.

[*] Mario Vargas Llosa, 2009.[*] Diario “El País”, SL/ Mario Vargas Llosa. Prisacom. [*] Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú