domingo, 29 de noviembre de 2009

Pensamientos Célebres: Ibsen


El hombre más fuerte del mundo es aquel que permanece más solo.

Henrik Ibsen

La Expulsión de los Moriscos

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
29-11-09


El Grupo Socialista ha presentado en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley destinada a desagraviar a los descendientes actuales de los moriscos expulsados de España hace 400 años, en 1609. Los ponentes precisan que no se trata de ofrecer reparaciones económicas a los herederos de aquellas víctimas por los perjuicios de toda índole que padecieron sus antepasados, sino de un gesto simbólico y moral, algo así como una autocrítica pública del Estado español sobre un error histórico cometido hace cuatro siglos. La iniciativa tiene una apariencia bienintencionada y progresista que, en principio, solo un cavernario retrógrado podría objetar. ¿No se repara de este modo una injusticia histórica perpetrada por la intolerancia religiosa y el prejuicio racista?

Sin embargo, analizada con la cabeza fría y de cerca, la propuesta, a mi juicio, es precipitada, inútil y, en última instancia, fuente de confusiones múltiples. El pasado histórico debe ser analizado con una perspectiva crítica en las sociedades democráticas, desde luego, pero esa función corresponde a la sociedad abierta en general, a los historiadores, investigadores y científicos independientes, no a los gobiernos ni a los políticos profesionales que carecen de la objetividad, la competencia técnica y viven y obran enfeudados a la lucha política y a la actualidad, pésimas consejeras a la hora de ponderar y explicar los hechos históricos.

Las injusticias del pasado no pueden ni deben ser seleccionadas en función de las necesidades del presente. Lo ocurrido a comienzos del siglo XVII con los moriscos fue bárbaro y brutal, sin duda alguna. ¿Lo fue menos la expulsión de los judíos de España en 1492? Llevaban tantos o acaso más siglos en la península que aquellos y su desarraigo forzado, decidido por razones políticas y religiosas por los Reyes Católicos, acumuló todos los agravantes posibles: expropiación de sus bienes, maltratos, ser arrojados como perros sarnosos a un exilio incierto y, para muchos, mortal. ¿No merecen sus herederos un desagravio idéntico al de los moriscos? La lista de agraviados por el Estado español a lo largo de su vieja historia podría ser interminable. (Naturalmente, esto vale para todos los Estados, sin una sola excepción).

Los indios de América, por ejemplo. El próximo año comenzarán las celebraciones de los doscientos años de la emancipación colonial y nacimiento de las repúblicas hispanoamericanas. La ocasión será propicia para que, encabezada por Evo Morales, quien ya ha tasado las reparaciones que debería pagar España a las “naciones indias” por las atrocidades de los conquistadores en una vertiginosa suma de billones de dólares, haya una verdadera traca, de un confín al otro de América Latina, de vituperios y condenas contra España por parte de politicastros tan oportunistas y demagógicos como el mandatario boliviano (Se me hace agua la boca anticipando las efusiones fulminantes y las disquisiciones de Filosofía y Moral de la Historia que verterá al respecto el presidente Hugo Chávez en su programa “Aló, presidente”) Si lo hace con los moriscos, ¿no debería también arrepentirse, disculparse y hacer propósito de enmienda el Estado español con los indios de América?

¿Y qué de los protestantes, esos pobres luteranos, calvinistas, hugonotes, perseguidos como ratas apestosas, encarcelados y hasta quemados por no ser cristianos de buena ley? La primera víctima de la Inquisición en Lima se llamaba Mateo Salado, y, acusado, juzgado, sometido a tormento y condenado por pertenecer a “la maldita y diabólica secta luterana” fue quemado vivo en la Plaza de Armas de la Lima virreinal. ¿Cuántos pobres diablos como él sufrieron padecimientos parecidos por practicar el cristianismo reformado en todo el orbe hispánico? ¿No deberían ser también simbólicamente desagraviados por el Congreso de los Diputados? ¿Y los homosexuales? ¿Y los gitanos? ¿Y los esclavos africanos? ¿Y los brujos y brujas? ¿Y los ateos? Los días y las horas de muchos años no bastarían al Estado español para ponerse de rodillas y pedir perdón a Dios y los vivos por todas las injusticias cometidas por quienes gobernaron a lo largo de su antiquísima historia contra colectividades o individuos diversos. Y lo seguro es que nadie quedaría contento con lo que, por lo demás, no pasaría de ser una pantomima desprovista de contenido y seriedad.

La revisión crítica del pasado no es cometido del poder político sino de historiadores y estudiosos que, situando las ocurrencias del ayer en su contexto debido, y estableciendo las jerarquías y prelaciones indispensables, nos proporcionan las informaciones necesarias para poder juzgar nuestro pasado y nos ayudan a discernir, con un mínimo de objetividad, lo condenable, lo excusable, lo inevitable y lo admirable de los hechos y personajes que lo conforman. Este examen, para ser eficaz, debe ser individual, libre, independiente y plural. Demás está recordar que en una sociedad abierta coexisten versiones e interpretaciones muy diversas del devenir histórico. Esa diversidad es la mejor manera de aproximarse y conseguir atrapar a esa escurridiza y protoplasmática materia que es la verdad histórica. Desde luego que semejante aproximación no excluye la crítica; por el contrario, es la única que la hace a la vez posible y justa. En cambio, cuando la verdad histórica es monopolio del poder político, como ocurre en las sociedades totalitarias, aquella posibilidad de llegar a conocer la verdad se eclipsa y torna inalcanzable, pues la reemplazan las mentiras que el dictador y la pandilla gobernante imponen por razones de propaganda, para distraer o para autojustificar sus desafueros.

En un luminoso ensayo titulado “El recuerdo de nuestros muertos”, Carmen Iglesias explicaba hace algún tiempo por qué no había que confundir memoria e historia y por qué era bueno y sano para una sociedad que los políticos no se entrometieran en el dominio de los historiadores. Desde luego, es imprescindible que los ciudadanos de una sociedad democrática tengan conciencia crítica y conserven vivo el recuerdo de donde vienen, de lo bueno y lo malo que heredaron, para enfrentar con lucidez y determinación el futuro y no perseverar en el error. Pero el pasado no debe ser manipulado por razones políticas ni convertido en un comodín en el juego de malabares ideológicos en que se torna siempre la lucha por el poder. Estudiarlo, conocerlo e interpretarlo es una tarea intelectual que exige rigor, paciencia, probidad y talento, un esfuerzo sostenido a lo largo del tiempo por generaciones de investigadores de cuyo escrutinio va surgiendo una historia que nunca se está quieta, a la que los descubrimientos y análisis van todo el tiempo enriqueciendo con matices y a veces corrigiendo de manera radical.

Todos los países tienen muchas cosas que reprocharse cuando examinan su pasado. En todos hay una larguísima genealogía de víctimas. Pero semejante lastre no se borra con un decreto ley ni una moción parlamentaria sino mediante una toma de conciencia de aquella realidad y unas instituciones, un sistema de valores, una cultura y una conducta ciudadana que sean, de por sí, una permanente corrección y superación de ese triste legado.

Esa es la función de los museos de la memoria. No fomentar el masoquismo que suele producir una forma retorcida de placer a ciertos políticos e ideólogos cuando contemplan los horrores del pasado y tratan de explotarlos en provecho propio, sino educar a las nuevas generaciones de tal modo que todo aquello que abruma y avergüenza a una sociedad en su historia no vuelva a repetirse en el futuro. No hay mejor homenaje a esas víctimas de la intolerancia, el fanatismo, el prejuicio o la mera estupidez, que recordarlas, aprender de ellas e inculcar de este modo a la sociedad la cultura de la tolerancia, el respeto a la diversidad, al pluralismo político, religioso y cultural.

Así como la conducta humana es rara vez rectilínea y unívoca, los hechos históricos, por lo general, cambian de significado y sobre todo de matices según el cristal con el que se los mire. Por eso, solo la perspectiva plural y totalizadora que permitan las sociedades abiertas autoriza un juicio crítico válido. Los matices no son excusas sino factores que hay que tener en cuenta para entender cabalmente por qué ocurrieron las cosas como ocurrieron y menoscabarlos o prescindir de ellos puede significar a veces seguir matando a los muertos a los que aparentemente se quiere resucitar.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Sé Tú quien Eres

Por Cristián Warnken
EL MERCURIO
26-11-09


Es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira.


Me entero por azar de que alguien, usando mi nombre, "twittea" mensajes -supuestamente míos- en internet. Creo que hasta he opinado -en realidad lo ha hecho mi falso otro yo- sobre el conflicto con Perú, la baja del dólar y qué sé yo... El Twitter parece ser el paraíso de los opinólogos, y ahora lo es de los usurpadores de identidad. Hasta hace poco no sabía lo que era "twittear" y el verbo me ha parecido siempre una de esas siutiquerías en spanglish que abundan hoy entre los "hiperconectados", los esclavos de Blackberry, los adictos de Facebook y otras yerbas.

Dos fenómenos aparentemente opuestos coexisten hoy en la red: un narcisismo exhibicionista desatado, por un lado, y un travestismo de identidades, por otro. En realidad, intuyo que son dos caras de una misma moneda.

Pero ése es tema para otra columna. Por ahora me centraré en esa subespecie de los travestis virtuales: los que usurpan una identidad o se refugian bajo un nombre falso, y practican el deporte de atacar y enlodar a otros impunemente. Son tiempos de cobardía, de no dar la cara, de espadachines de debates virtuales que, en la realidad, serían incapaces de discutir frente a frente con otro.

Nuestros tatarabuelos resolvían sus diferencias en duelos cuerpo a cuerpo. Hoy, muchos se dan "tunazos" en encendidos blogs , pero jamás se atreverían a pegar o recibir un buen combo, como en los viejos tiempos. Hay algo psicopático y esquizofrénico en todo esto. Alumnos -escudados en el anonimato o bajo falsas identidades- linchan públicamente a un profesor o a un compañero. Esto no es el "ágora" virtual, como algunos eufóricos del cibermundo han querido sugerir. Por favor, no ofendamos a los griegos, que sí supieron dialogar, con altura y estilo, al aire libre, en los jardines de la academia. Esto es la orgía de ociosos que se lo pasan pegados al computador, falsos héroes de guerras de mentira. Es la gran escuela de la cobardía, de la falta de virilidad.

De estas prácticas se están alimentando las nuevas generaciones: en no dar la cara, en no arriesgarse al intercambio directo, con voz, cuerpo, presencia, réplica y contrarréplica mirándose a los ojos. ¿Qué engendros saldrán de esta sopa de tecnología y cobardía? Bienvenidos al gran Carnaval 2.0, donde bajo máscaras de todo tipo muchos anónimos se sienten controlando el mundo con un zapping y un mouse , como en el circo romano.

Estamos ante un nuevo tipo de terrorismo virtual diseminado, una red de pequeños Bin Laden dispuestos a disparar a quemarropa, sin dios ni ley. Pero sin riesgo personal alguno. No estoy diciendo que internet y todos sus derivados sean malos ni buenos en sí mismos. El tema es quién los usa. No son lo mismo Oscar Wilde o la Madre Teresa de Calcuta opinando, que cualquier ocioso e incontinente verbal manejando estos nuevos medios de comunicación. Ése es el problema de fondo: hemos llegado al máximo desarrollo y disponibilidad de tecnología, pero sin un desarrollo espiritual y cultural acordes. Hoy tenemos circulando libremente a una legión de monos con navaja. Y las navajas son Facebook, Twitter y los blogs -estos últimos, extraordinarios medios de comunicación: he aprendido mucho de nuestros lectores leyendo sus opiniones.
En los blogs a veces asistimos a conversaciones enriquecedoras y estimulantes (un verdadero caleidoscopio de puntos de vista), pero que terminan siendo arruinadas por resentidos de todo tipo, psicópatas, hackers y toda una fauna más bizarra que la corte de los milagros.

El imperativo "Sé quien eres" fue formulado por Píndaro, el gran poeta griego, hace más de dos mil años. ¿No nos estaremos volviendo adictos a hablar desde las sombras, donde no llega la luz, como niños mentirosos y sin voluntad de ser lo que somos de verdad? Leo que los "twitteros" están eligiendo en estos días al "rey" o "reina" del Twitter. Lo único que faltaría es que mi usurpador me presente de candidato.

martes, 24 de noviembre de 2009

El Año 2012 (+38): un Real Motivo para Preocuparse

Por: Tomás Unger
EL COMERCIO
24-11-09


Los cines están anunciando para el 2012 el “el fin del mundo”, un cataclismo supuestamente pronosticado por los mayas. Astronómicamente, el asunto no tiene ni pies ni cabeza, pero debe ser divertido ver Los Ángeles hundirse en el mar, una ola gigante barrer los continentes y colapsar nuestra civilización en un despliegue de efectos especiales. A la gente le encanta y está dispuesta a pagar por asustarse.

No me entiendan mal. Un cataclismo puede ocurrir, como lo hizo hace 65 millones de años, cuando un meteorito extinguió más de la mitad de las especies. Las probabilidades de que ocurra en tres años, tal vez hoy, dentro de tres semanas o tres décadas son las mismas. Lo más probable es que suceda dentro de unos 100 millones de años o de repente antes. Como diría el super-agente 86 Maxwell Smart: “¿Me creerían dentro de 50 millones?” Dejémoslo en diez millones y preocupémonos de algo más inmediato que ocurrirá 32 años después del 2012.

LA BOMBA
Al “Homo sapiens”, desde que descubrió el fuego, le tomó más de 100 mil años alcanzar el primer millón de individuos, según los antropólogos. Para el año 400 antes de nuestra era, se estima que ya había unos 200 millones de humanos en el planeta. Quintuplicar esta cifra y alcanzar los mil millones demoró más de 2.000 años. Recién en la primera mitad del siglo XVIII, en plena revolución industrial, la humanidad alcanzó mil millones. De allí en adelante el crecimiento fue exponencial. Los mil millones se duplicaron en menos de 100 años. Los 2 mil millones pasaron a ser 4 mil millones en 1975, en menos de 70 años. Hoy, 34 años más tarde, somos 6.800 millones. Para el 2050 seremos 2.500 millones más (9.300 millones): ¡un aumento equivalente al total de la población mundial hace 50 años!

Eso no es todo. Acabo de leer que África ya pasó los mil millones. En el Sahel se está acabando el agua, la deforestación sigue; el sida está rampante; hay varios países al borde del colapso y al menos uno, Somalia, ya ha sido declarado país inoperante (por el momento es base de piratas). La reacción es la de toda especie ante una crisis de extinción: reproducirse. Muchos niños morirán, pero algunos sobrevivirán, sobre todo aquellos que nacen con el defecto genético de no tener proteasa, que los hace inmunes al sida. Una nueva selección darwiniana. Mientras tanto, los que pueden se van, remando botes y tratando de llegar a Europa.

En Asia sur oriental también va en aumento la población, en todos los lugares donde hay analfabetismo, subdesarrollo y pobreza. La deforestación se produce donde hay que sembrar más panllevar para alimentar a la creciente población o vender madera para comer. Mientras tanto, en el mundo desarrollado se sigue quemando cada vez más hidrocarburos. La extracción de materias primas y la tala de bosques han alterado ecosistemas más allá de la recuperación.

El crecimiento de la población humana y sus niveles de consumo tienen un ritmo que la evolución no puede compensar.

Por otra parte, irónicamente, se legisla contra el aborto y el control de la natalidad, sabiendo que esto solo empujará a la práctica ilegal. Habrá más pérdidas de vidas de madres y aumentarán los huérfanos. Aunque este tema ya ha sido tratado muy didácticamente por profesionales de la salud, no se necesita mucha perspicacia para darse cuenta que es algo de efecto negativo.

LA DEPENDENCIA
Una de las características de este nuevo milenio es el cambio de la población rural a la urbana. Por primera vez más gente vive en las ciudades que en el campo. Las gigantescas aglomeraciones son totalmente dependientes de la energía. Los alimentos llegan de afuera, se procesan y conservan con energía eléctrica (generalmente generada con hidrocarburos). El agua se bombea y a los edificios se llega por ascensores. Las aguas servidas y el retiro de desperdicios requieren de energía. Una crisis energética seria paralizaría las ciudades y con ello a más de la mitad de la población mundial.

Ni siquiera he mencionado el efecto de la combustión de hidrocarburos sobre el clima. Hoy se tiende a dar prioridad a la crisis económica discutiendo si el cambio en nuestros hábitos de consumo tendría efecto negativo sobre la economía. Por otra parte, cuando la economía se recupere, el petróleo recuperará su precio. Ha tomado 300 millones de años formar los depósitos de hidrocarburos y menos de 150 años para llevarlos cerca del agotamiento. Hoy se discute si queda para 30 o para 50 años más; en verdad, al lado de los 300 los millones necesarios para reponerlos, la diferencia es irrelevante.

SALVAR EL PLANETA
Cada cierto tiempo oímos y leemos llamados para salvar el planeta. El planeta no necesita que lo salven; no tiene problemas y sobrevivirá. La naturaleza no es ni buena ni mala, solo es. Los adjetivos “bueno” y “malo” aplicados a la naturaleza siempre están referidos a nuestras posibilidades de sobrevivir. En términos generales. es bueno lo que nos facilita el sobrevivir y malo lo que lo dificulta. El planeta sobrevive siempre, con o sin osos polares, con o sin bosques y evidentemente con o sin gente.

Nuestra posición con respecto al planeta es la de hacerlo más habitable y menos hostil a nuestra supervivencia. Para ello hemos introducido una serie de modificaciones cuyas consecuencias no hemos medido. El equilibrio natural de los ecosistemas que encontró la humanidad cuando comenzó a multiplicarse, pasados ciertos límites de intervención humana, pierde su elasticidad. Algunos los hemos modificado más allá de toda recuperación. Europa, de una densa selva, se ha convertido en un gran campo agrícola sembrado de ciudades y cruzado por carreteras, puentes y líneas de ferrocarril.

En la mayoría de los casos los cambios han sido favorables a nuestra supervivencia, con lo cual hemos podido explosionar en números y simultáneamente aumentar nuestra expectativa de vida. Esto está cambiando bruscamente, en forma desequilibrada, afectando en primer lugar a las poblaciones más vulnerables. Estamos alcanzando niveles insostenibles de consumo, dependencia y alteración de ecosistemas. Frenar el crecimiento poblacional es indispensable, pero definitivamente no es lo único. Un cambio de la matriz energética por parte de los países del Primer Mundo es impostergable.

En nuestro caso, un cambio de hábitos de consumo sería muy conveniente, aunque no tendrá impacto en el mundo. Además de tratar de frenar la población, debemos dar prioridad a la conservación del agua. Me dicen los agricultores que nuestra producción de alimentos está directamente ligada a la disponibilidad y control del agua. También debemos evitar la destrucción por contaminación, por explotación de minerales, deforestación, etc. La dramática foto de los mineros informales en Madre de Dios es un recuerdo escalofriante de lo que está pasando en nuestro país.

Debemos recordar que no se trata de salvar el planeta, el planeta sobrevivirá de todas maneras, aunque nos caiga el meteorito o nos revienten los mayas en el 2012. Lo más probable es que, al paso que vamos, mucho antes del gran cataclismo, hagamos el planeta inhabitable para nosotros y todas las especies que hemos creado como dependientes. Hay mucho por hacer y queda poco tiempo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La Desaparición del Erotismo

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
01-11-09


Hay muchas formas de definir el erotismo, pero tal vez la principal sea llamarlo la desanimalización del amor físico, su conversión, a lo largo del tiempo y gracias al progreso de la libertad y la influencia de la cultura y las artes en la vida privada, de mera satisfacción de una pulsión instintiva en un quehacer creativo y compartido que prolonga y sublima el placer físico rodeándolo de rituales y refinamientos que llegan a convertirlo en obra de arte.

Tal vez en ninguna otra actividad se haya ido estableciendo una frontera tan evidente entre lo animal y lo humano como en el dominio del sexo, diferencia que, en un principio, en la noche de los tiempos, no existía y confundía a ambos en un acoplamiento carnal sin misterio, sin gracia, sin sutileza y sin amor. La humanización de la vida de hombres y mujeres es un largo proceso en el que intervienen el avance de los conocimientos científicos, las ideas filosóficas y religiosas, el desarrollo de las artes y las letras y en esa trayectoria nada se enriquece más ni cambia tanto como la vida sexual. Esta ha sido siempre un fermento ígneo de la creación artística y literaria y, recíprocamente, pintura, literatura, música, escultura, danza, todas las manifestaciones artísticas de la imaginación humana han contribuido al enriquecimiento del placer a través de la práctica sexual. Por eso, no es abusivo decir que el erotismo representa un momento elevado de la civilización y es uno de sus ingredientes determinantes. Para saber cuán primitiva es una comunidad o cuánto ha avanzado en su proceso civilizador nada tan útil, rompiendo sus secretos de alcoba, que averiguar cómo hace el amor.

El erotismo, sin embargo, no solo tiene esa función positiva y ennoblecedora de embellecer el placer físico y abrir un amplio espectro de sugestiones y posibilidades que permitan a los seres humanos satisfacer sus particulares deseos y fantasías. Es también un quehacer que saca a flote aquellos fantasmas escondidos en la irracionalidad que son de índole destructiva y mortífera. Freud los llamó la vocación tanática, que se disputa con el instinto vital y creativo —el Eros— la condición humana. Librados a sí mismos, sin freno alguno, aquellos monstruos del inconsciente que asoman y piden derecho de ciudad en la vida sexual si no son frenados de algún modo podrían acarrear la desaparición de la especie. Por eso el erotismo no solo encuentra en la prohibición un acicate voluptuoso, también un límite violado el cual se vuelve sufrimiento y muerte.

Nadie ha estudiado con más lucidez que Georges Bataille este aspecto dual —vida y muerte, placer y dolor, creación y destrucción— del erotismo y por eso ha hecho bien Guillermo Solana poniendo de título a la exposición que ha organizado en los locales del Museo Thyssen y Caja Madrid el que dio el gran ensayista francés al último libro que publicó en vida: “Lágrimas de Eros”. Se trata de una excelente muestra que con unos ciento veinte cuadros, esculturas, fotografías y videos ilustra la variedad temática y la excelencia formal que ha llegado a alcanzar la experiencia sexual en sus mejores expresiones artísticas. El asunto es tan vasto que una exposición de arte erótico solo puede aspirar a ser la punta del iceberg, pero, en este caso, la antología ha sido elegida con la sabiduría y el buen gusto necesarios para dar al espectador una idea clara de la exuberancia ilimitada de que ella es apenas un indicio.

Una de las enseñanzas más flagrantes que se desprende de la exposición es que el erotismo no es tanto un hecho en sí, una entidad aislada y diferenciada de otras, sino más bien una mirada, una elección subjetiva, una pasión o una manía que se proyectan sobre todo lo existente, erotizando a veces cosas que parecerían serle totalmente ajenas y hasta írritas, como la religión. Es natural y obligatorio que la antigüedad pagana, con su amoralismo, haya sido una fecunda inspiradora de pintura y escultura eróticas —también lo ha sido de literatura— y que temas como el nacimiento de Venus, las esfinges y las sirenas, Apolo y Jacinto, Andrómada encadenada y Endimión dormido —salas de la exposición— hayan incitado a grandes artistas y debamos a ello un buen número de obras maestras. Pero no menos estimulante para la fantasía erótica lo ha sido el cristianismo, desde Eva y la serpiente, un tema recurrente a extremos de enloquecimiento de centenares de pintores, hasta la Magdalena, la pecadora arrepentida y penitente cuyas formas desnudas, ampulosas o góticas, son uno de los íconos del imaginario erótico en todas las épocas y para todas las escuelas. Y qué decir del martirio de San Sebastián y de las tentaciones de San Antonio en el desierto que a su vez han tentado a una numerosa genealogía de artistas que van de Brueghel a Picasso y Saura, pasando por Jan Wellens de Cock (su pequeño cuadro es uno de los más memorables de la muestra) y Paul Cézanne.

La religión sirvió de aguijón al vuelo creativo y, también, de coartada para sortear la censura eclesiástica. Si la exhibición de las formas desnudas de hombres y mujeres del común en nombre de la estricta belleza era censurable, no lo era tanto si quien exhibía sus pechos, muslos, nalgas y hasta el vello púbico y los órganos sexuales eran el mismísimo Redentor o una santa o un santo. De esta estrategia se valieron para saturar sus murales y lienzos de desnudos y discreta o descarada concupiscencia pintores tan respetados por el establecimiento y la jerarquía como un Rubens, un Ingres, un Rodin o un Gustave Doré.

Otra curiosa conclusión algo deprimente se desprende de “Lágrimas de Eros”, por cierto profetizada también por el propio Bataille. La desaparición de frenos y censuras, la permisividad total en el campo amoroso, en lugar de enriquecer el amor físico y elevarlo a planos superiores de elegancia, exquisitez y creatividad, lo banaliza, vulgariza y, en cierto modo, lo regresa a aquellos remotos tiempos de los primeros ancestros, cuando consistía apenas en el desfogue de un instinto animal. Un testimonio de ello es la extraordinaria pobreza del arte erótico contemporáneo que Guillermo Solano, pese a sus esfuerzos en la selección de obras para la muestra, no ha podido disimular. Es verdad que un Picasso o un Delvaux elevan considerablemente el promedio, pero la mayoría de las pinturas, videos o esculturas de artistas modernos representados son de una indigencia imaginativa lastimosa cuando no de una triste idiotez. Pasar del Endimión dormido de Antonio Canova al video David, de Sam Taylor-Wood en el que vemos al futbolista David Robert Joseph Beckham durmiendo beatíficamente apoyado en su diestra, no solo es un anticlímax sino un salto dialéctico del arte genuino al arte frívolo (o la simple tontería).

Este abaratamiento y degradación del erotismo en nuestros días es, vaya paradoja, consecuencia de una de las grandes conquistas de la libertad que ha experimentado el mundo occidental: la permisividad sexual, la tolerancia para prácticas y fantasías que antaño merecían el rechazo de la moral imperante y eran objeto de condena social y castigo judicial. Al desaparecer la prohibición desapareció también la transgresión, aquel aura temeraria, la sensación de violentar un tabú, de pecar, que condimentó la práctica del erotismo en el pasado y que atizó tanto la invención literaria y artística. Para la experiencia común de las gentes, que la vida sexual haya migrado de la existencia clandestina que tenía a la luz de la plaza pública (o poco menos) y que ahora el “erotismo” sea un ingrediente privilegiado de la publicidad comercial (la Eva y la serpiente fotografiada por Richard Avedon con Nastassja Kinski y el boa constrictor que la abraza son un ejemplo de lo que quiero decir) y de los avisos económicos en los diarios con que las prostitutas atraen clientes, significa pura y simplemente que el erotismo ya no existe, que pasó a ser caricatura y esperpento de lo que fue.

¿Es bueno o malo que haya ocurrido así? En términos sociales, bueno, sin la menor duda. La vigencia de prejuicios, prohibiciones y censuras trajo consigo atropellos, abusos, discriminación y sufrimiento para muchos (en este caso, sobre todo, para las mujeres y las minorías sexuales). Pero desde el punto de vista de las bellas artes y de la literatura ha significado que el placer físico se volvió un tema anodino y convencional, semejante al paisajismo, el retrato de caballete, las marinas o las odas patrióticas. Hacer el amor ya no es un arte. Es un deporte sin riesgo, como correr en la cinta del gimnasio o pedalear en la bicicleta estática.

[*] Mario Vargas Llosa, 2009.[*] Diario “El País”, SL/ Mario Vargas Llosa. Prisacom. [*] Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú

viernes, 23 de octubre de 2009

Los Ayatollahs del Tribunal Constitucional

Por: Aldo Mariátegui
CORREO
23 de Octubre del 2009


LIMA De confirmarse que el TC ha decidido interrumpir la distribución de la píldora del día siguiente en los hospitales públicos, la conclusión sería que estamos entrando a una especie de régimen semiteocrático, tipo el aparentemente extinto Virreinato del Perú, y que nunca más deberíamos criticar o asombrarnos de los musulmanes cuando nos llegan noticias de que el velo se volvió obligatorio, que lapidaron a una mujer por adúltera, que un fanático cometió un atentado suicida o que le cortaron el clítoris a una niña. ¡Bienvenidos a Perustán! Ya vamos a estar como los seculares israelíes que tienen que batallar diariamente para que su Estado siga siendo laico y un oasis democrático en el Medio Oriente frente a la ofensiva diaria de los fundamentalistas judíos, estos señores que quieren imponer el descanso sabatino y las patillas largas con ropa negra al resto. O como esos republicanos yanquis que tienen que soportar que el partido de Lincoln haya sido capturado por los extremistas religiosos. Me apenó que un tipo tan normal como McCain haya cometido el desa-tino de colocar a una insoportable extremista religiosa y una pueblerina ignorante como Sarah Palin de compañera de fórmula presidencial contra Obama. Ya suficiente fue oír recientemente esas sandeces sobre obligar -¡bajo pena de prisión!- a una violada a tener un hijo fruto de ese ataque sexual o que había que alumbrar niños con serios defectos congénitos para ahora enterarse que un tribunal compuesto de gente aparentemente cuerda y moderna ha bajado la cerviz frente a la cucufatería y ha decidido que quienes son seculares (mi caso) o no cristianos tengan que obedecer los criterios religiosos de otros en su vida diaria.

Parece que mucha gente no se ha dado cuenta de que vivimos en el siglo XXI (y ya en el siglo XX eran inadmisibles estos disparates tras el glorioso año 1968). ¿Qué sigue en el TC? ¿También van a declarar que no se enseñe la teoría de la evolución de Darwin en las escuelas, negar que el hombre desciende del mono y que nos hicieron de barro? ¿Prohibirán los condones? ¿Pondrán fuera de la ley a los gays? ¿Penarán con cárcel el sexo oral? ¿Encarcelarán a los adúlteros y fornicadores? ¿Atormentarán con supercherías a los adolescentes respecto a la masturbación? ¿Volverá la censura y otra vez se desalojarán a palos los cines que pasen las películas de Pasolini, como vergonzosamente sucedió en la dictadura de Velasco en el extinto cine Roma, o se pasará La última tentación de Cristo en trasnoche, como penosamente pasó en el primer gobierno aprista? ¿Otra vez nos van a obligar a ir a misa los domingos? ¿Por qué no le cambiamos el nombre al TC por "Consejo Supremo Islámico", tipo Irán o Arabia Saudita? Además, todo el concepto es tan clasista, tan discriminador. Si soy pobre y no puedo pagarme esa pastilla -que la venden en cualquier farmacia a quien tenga para comprarla-, pues no accederé a la última opción anticonceptiva que tengo antes de acudir al abortero con su gancho de ropa o su rodada de escalera con patadas al vientre. El poeta Quevedo recitaba: "En el rico es diversión y en el pobre es borrachera". Seguimos en las mismas? Increíble cómo pueden polarizar hasta a los seculares moderados que respetamos sus prácticas y que no tenemos nada en contra del Vaticano, reconociendo sus aportes históricos (por más polémicos que sean) en la identidad occidental. Estas cosas despiertan reacciones anticlericales en cualquiera.

domingo, 18 de octubre de 2009

Desafueros de la Libido

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
18-10-09


El cineasta Roman Polanski fue detenido en Zúrich, durante un festival de cine que le rendía un homenaje, por la policía suiza, a pedido de la justicia de Estados Unidos, debido a una violación cometida en 1977 (hace 32 años) en Hollywood, delito que el propio Polanski reconoció, antes de fugar de California en pleno proceso cuando el tribunal que lo juzgaba aún no había pronunciado sentencia. Ahora, mientras espera que Suiza decida si acepta el pedido de extradición, se multiplican las protestas de cineastas, actores, actrices, intelectuales y escritores de Europa y América por el “atropello”, exigiendo su liberación. La moral de la historia es clara: emboscar, emborrachar, drogar y violar a una niña de 13 años, que es lo que hizo Polanski con su víctima, Samantha Geimer, a la que atrajo a la casa deshabitada de Jack Nicholson con el pretexto de fotografiarla, es tolerable si quien comete el desafuero no es un hombrecillo del montón sino un creador de probado talento (Polanski lo es, sin la menor duda).

Uno de los defensores más ruidosos del cineasta polaco-francés (tiene ambas nacionalidades) ha sido el ministro de Cultura de Francia, señor Frédéric Mitterrand, sobrino del presidente François Mitterrand y ex socialista que abandonó las filas de este partido cuando el presidente Nicolas Sarkozy lo llamó a formar parte de su gobierno. No sospechaba el ministro que poco después de formular aquella enérgica protesta se vería en el corazón de una tormenta mediática parecida a la del realizador de “El cuchillo en el agua” y “El pianista”.

En efecto, hace pocos días, la hija del líder del Front Nacional, Jean Marie Le Pen, Marine Le Pen, inició una ofensiva política contra el ministro Mitterrand, recordando que en el 2005 este publicó un libro autobiográfico, “La Mauvaise vie” (La mala vida), en el que confesaba haber viajado a Tailandia en pos de los chicos jóvenes de los prostíbulos de Patpong, en Bangkok. La confesión, muy explícita, venía adornada de consideraciones inquietantes, por decir lo menos, sobre los efectos turbadores que la industria sexual de adolescentes en el país asiático provocaba en el autor: “Todo ese ritual de feria de efebos, de mercado de esclavos, me excita enormemente”. La hija del líder ultra francés, y algunos diputados socialistas, unidos por una vez con este motivo, se preguntaban si era adecuado que fuera ministro de Cultura de Francia alguien que, con su conducta, desmentía de manera categórica los declarados empeños del Gobierno Francés por erradicar de Europa el “turismo sexual” hacia los países del Tercer Mundo como Tailandia donde la prostitución infantil, una verdadera plaga, golpea de manera inmisericorde sobre todo a los pobres.

El ministro Mitterrand, sin dejarse arredrar por lo que él y sus defensores consideran una conjura de la extrema derecha fascista y un puñado de resentidos del Partido Socialista, compareció en la hora punta de la Televisión Francesa. Explicó que “había cometido un error, no un delito” y que, naturalmente, no pensaba renunciar porque “recibir barro de la ultraderecha es un honor”. Aseguró que no practica la pedofilia y que los chicos tailandeses de cuyos servicios sexuales disfrutó ya no eran niños. “¿Y cómo sabía usted, señor ministro, que no eran menores de edad?”, le preguntó la entrevistadora. Desconcertado, el señor Frédéric Mitterrand optó por explicar a los televidentes la diferencia semántica entre homosexualidad y pedofilia.

La defensa que han hecho políticos e intelectuales franceses del ministro de Cultura se parece mucho a la que ha cerrado filas detrás de Polanski, y hermana también, cosa significativa, como a los críticos, a gente de la derecha y la izquierda. Se recuerda que, cuando el libro salió, el propio presidente Sarkozy alabó la franqueza con que el señor Mitterrand exponía a la luz pública los caprichos de su libido, y afirmó: “Es un libro valiente y escrito con talento”. Con todo este chisporroteo periodístico en torno a él, es seguro que “La Mauvaise vie” (La mala vida) se convertirá pronto en un “best seller”. Tal vez no obtenga el Prix Goncourt, pero quién puede poner en duda que lo leerán hasta las piedras. Nadie parece haberse preguntado, en todo este trajín dialéctico, qué pensarían en Francia de un ministro tailandés que confesara su predilección por los adolescentes franceses a los que vendría a sodomizar (o a ser sodomizado por ellos) de vez en cuando en las calles y antros pecaminosos de la Ciudad Luz. Moral de la historia: está bien practicar la pedofilia y fantasías equivalentes siempre que se trate de un escritor franco y talentoso y los chicos en cuestión sean exóticos y subdesarrollados.

Comparado con el cineasta Polanski y el ministro Mitterrand, el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi, es, en materia sexual, un ortodoxo y un patriota. A él lo que le gusta, tratándose de la cama, son las mujeres hechas y derechas y sus compatriotas, es decir, que sean italianas. Él ha hecho algo que de alguna manera lo emparenta con los doce Césares de la decadencia y sus extravagancias descritas por Suetonio: llenar de profesionales del sexo no solo su suntuosa residencia de Cerdeña llamada Villa Certosa sino, también, el Palacio que es la residencia oficial de la jefatura de Gobierno, en Roma. Los entreveros sexuales colectivos y seudopaganos que propicia han dado la vuelta al mundo gracias al fotógrafo Antonello Zappadu, que los documentó y vendió por doquier. Al estadista le gustaba disfrutar en compañía y en una de esas extraordinarias fotografías de Villa Certosa ha quedado inmortalizado el ex primer ministro checo Mirek Topolanek, quien, de visita en Italia, fue invitado por su anfitrión a una de aquellas bacanales, donde aparece dando un salto simiesco, desnudo como un pez y con sus atributos viriles en furibundo estado de erección (¿lanzaba al mismo tiempo el alarido de Tarzán?), entre dos ninfas, también en cueros. ¿La moraleja en este caso? Que si usted es uno de los hombres más ricos de Italia, dueño de un imperio mediático, y un político que ha ganado tres elecciones con mayorías inequívocas, puede darse el lujo de hacer lo que a sus gónadas les dé la reverendísima gana.

Hablar de escándalo en estos tres casos sería impropio. Solo hay escándalo cuando existe un sistema moral vulnerado por el hecho escandaloso. Eso es lo que subleva a toda o parte de la sociedad. Lo que vemos, en estos episodios, es más bien el eclipse de toda moral, simples espectáculos, utilizados, por quienes los defienden o los condenan, no en nombre de principios y valores sobre los que existiría alguna forma de consenso social, sino de intereses políticos, reflejos condicionados ideológicos, frivolidad y una chismografía mediática que los redime de toda connotación ética y los convierte en diversión para el gran público. Para la cultura imperante, solo es lícito condenarlos desde un punto de vista estético y sostener, sin caer en el ridículo, que es una vulgaridad violar niñas, ir a Tailandia como hace la plebe a alquilar muchachos y contratar hetairas para las fiestas palaciegas ¡y luego hacerlas candidatas al Parlamento europeo! Todo eso revela mal gusto, una imaginación sexual burda y cochambrosa.

La generación a la que pertenezco dio varias batallas: por la revolución, el comunismo, la emancipación de la mujer, la libertad religiosa y la libertad sexual. Parecía que, habiendo perdido todas las otras, por lo menos en Occidente habíamos ganado esta última. Episodios como los que resumo en esta nota muestran que creer semejante cosa es una ilusión. ¿Qué clase de libertad sexual hay detrás de las villanías de este trío? Abusar de una niña de 13 años, gozar con adolescentes que son esclavos sexuales por culpa del hambre y la violencia y convertir en un burdel el poder al que se ha llegado mediante el voto de millones de ingenuos, son acciones que hacen escarnio de la libertad que precisamente clama porque en la vida sexual desaparezca esa relación de amo y esclavo que, en estos tres casos, se manifiesta de manera flagrante. La libertad sexual es en ellos una patente de corso que permite a quienes tienen fama, dinero o poder, materializar de manera impune sus deseos degradando a los más débiles. Apuesto mi cabeza que los tres héroes de estas historias reprobaron escandalizados las violaciones y abusos sexuales de niños en los colegios religiosos que han llevado al borde de la ruina a la Iglesia Católica en países como Estados Unidos e Irlanda, por las sumas enormes con que han debido compensar a las víctimas. Ni ellos ni sus defensores parecen conscientes de que sus proezas son todavía menos excusables que las de los curas pedófilos por la posición de privilegio que tienen y de la que abusaron, envileciendo con sus actos la noción misma de libertad. Cuánta razón tenía Georges Bataille cuando pronosticaba que la supuesta sociedad “permisiva” serviría para acabar con el erotismo pero no con la brutalidad sexual.

MADRID, OCTUBRE DEL 2009

domingo, 27 de septiembre de 2009

Aprendiendo Modales en el Supermercado

Por: Rosa Montero, Periodista
EL COMERCIO
27-09-09


Hace algunos días, una amiga mía estaba haciendo cola delante de la caja de un supermercado. Era una hora punta y había mucha gente. Cuando llegó su turno, mi amiga, que ya había vaciado su cesta sobre la cinta, dijo: “Buenas tardes”. La cajera, una chica de aspecto andino, levantó sobresaltada la cabeza de su afanoso marcar y marcar. “Ay, señora, perdone, buenas tardes”, dijo con su suave acento ecuatoriano: “Es que una termina perdiendo los modales”. Y, mientras cobraba, le contó a mi amiga que llevaba cinco años en España y que, cuando llegó, se le habían saltado las lágrimas en más de una ocasión por la rudeza del trato de la gente: no pedían las cosas por favor, no daban las gracias, a menudo ni contestaban sus saludos. “Al principio pensaba que estaban enfadados conmigo, pero luego ya vi que eran así”. De todos es sabido que el español tiene modales de bárbaro. Aún peor: consideramos nuestra grosería un rasgo idiosincrásico y hasta nos enorgullecemos de ella. “Somos ásperos pero auténticos”, he oído decir en más de una ocasión.

Resulta sorprendente que nos hayamos convertido en un pueblo tan áspero y tan zafio, porque, en mi infancia, a los niños se nos enseñaba todavía a saludar, a dar las gracias, a ceder el asiento en el autobús a las embarazadas, a sostener la puerta para dejar pasar a un incapacitado, por ejemplo. Hoy todos esos usos corteses, esas convenciones amables que las sociedades fueron construyendo a lo largo de los siglos para facilitar la convivencia, parecen haber desaparecido en España barridos por el huracán del desarrollo económico y de una supuesta modernización de las costumbres. En no sé qué momento de nuestra reciente historia se llegó a la tácita conclusión de que ser educado era una rémora, una práctica vetusta e incluso un poco de derechas. Me temo que defender los buenos modales, como hago en este artículo, puede parecerles a muchos una reivindicación casposa y obsoleta. Pero en realidad los buenos modales no son sino una especie de gramática social que nos enseña el lenguaje del respeto y de la ayuda mutua. Alguien cortés es alguien capaz de ponerse en el lugar del otro. Dentro de esta educación en la mala educación que estamos llevando a cabo de modo tan eficiente, son los chicos más jóvenes quienes, como es natural, aprenden más deprisa. No solo es bastante raro que un muchacho o una muchacha levanten sus posaderas del asiento para ofrecerle el sitio a la ancianita más renqueante y temblorosa que imaginarse pueda, sino que además empieza a ser bastante común ver a una madre por la calle cargada hasta las cejas de paquetes y flanqueada por el gamberro de su hijo adolescente, un grandullón de pantalones caídos que va tocándose las narices con las manos vacías y tan campante.

Algunas de estas madres llenas de impedimenta y acompañadas por hijos caraduras son emigrantes, lo que demuestra la inmersión cultural de la gente extranjera: las nuevas generaciones crecidas aquí enseguida se hacen tan maleducadas como nosotros. Pero, por fortuna, también sucede lo contrario. Quiero decir que, en los últimos años, muchos de los trabajos que se realizan de cara al público, como los empleos de cajero o de dependiente en una tienda, han sido cubiertos por personas de origen latinoamericano. Dulces, amables y educados, esas mujeres y esos hombres siguen insistiendo en dar los buenos días, en pedir las cosas por favor y en decir gracias. Algunos, sobre todo aquellos que vinieron hace años, como la cajera que se encontró mi amiga, tal vez hayan relajado un poco su disciplina cortés, contaminados por nuestra rudeza. Pero la mayoría continúa siendo gentil con encomiable tenacidad, y así, poco a poco, están ayudando a desasnar al personal celtíbero. ¿No se han dado cuenta de que estamos volviendo a saludar a las dependientas? Yo diría que en el último año la situación parece haber mejorado. Las colas de los supermercados, con sus suaves y atentas cajeras latinoamericanas, son como cursillos acelerados de educación cívica. Quién sabe, quizá los emigrantes consigan civilizarnos.

domingo, 23 de agosto de 2009

El Matrimonio Gay

Por: Mario Vargas Llosa
LA NACION
23-08-09


Después de Holanda y Bélgica, España es el tercer país en el mundo que legaliza el matrimonio entre personas del mismo sexo, con todos los deberes y derechos incluidos, entre ellos el de poder adoptar niños. Es un extraordinario paso adelante en el campo de los derechos humanos y la cultura de la libertad que muestra, de manera espectacular, cuánto y qué rápido se ha modernizado esta sociedad donde, recordemos, hace unos cuantos siglos los homosexuales eran quemados en las plazas públicas y donde, todavía en los tiempos de la dictadura de Franco, el homosexualismo era considerado un delito y reprimido como tal.

Esta medida es un acto de justicia que reconoce el derecho de los ciudadanos a elegir su opción sexual en ejercicio de su soberanía, sin ser discriminados ni disminuidos por ello, y que reconoce a las parejas homosexuales el mismo derecho de unirse y formar una familia y tener descendencia que las leyes reconocen a las parejas heterosexuales.

Aunque esta medida constituye un desagravio a una minoría sexual que a lo largo de la historia ha sido objeto de persecuciones y marginaciones de todo orden, obligando a quienes la conformaban a vivir poco menos que en la clandestinidad y en el permanente temor al descrédito y al escándalo, ella no bastará para cancelar de una vez por todas los prejuicios y falacias que demonizan al homosexual, pero, sin la menor duda, constituye un gran avance hacia la lenta, irreversible aceptación por el conjunto de la sociedad -por la gran mayoría, al menos- de la homosexualidad como una manifestación perfectamente natural y legítima de la diversidad humana.

La ley, como era lógico que ocurriera, ha tenido adversarios encarnizados y ha generado movilizaciones diversas, entre ellas, en Madrid, una multitudinaria manifestación, convocada por distintas asociaciones católicas, respaldada por la jerarquía de la Iglesia, a la que asistieron dieciocho obispos y a la que dio su respaldo el Partido Popular, el principal partido de la oposición al gobierno de Rodríguez Zapatero. Pero todas las encuestas son inequívocas: casi las dos terceras partes de los españoles aprueban el matrimonio gay , y, aunque esta aprobación disminuye algo en las adopciones de niños por las parejas homosexuales, también este aspecto de la ley es convalidada por una mayoría. Buen indicio de que la democracia ha echado raíces en España y de que, por más denostada que esté de la boca para afuera, la cultura liberal va impregnando poco a poco a la sociedad española.

Los argumentos contra el matrimonio gay no resisten el menor análisis racional y se deshacen como telarañas cuando se los examina de cerca. Uno de los más utilizados ha sido el de que, con esta medida, se da un golpe de muerte a la familia. ¿Por qué? ¿De qué manera? ¿No podrán seguir casándose y teniendo hijos todas las parejas heterosexuales que quieran hacerlo? ¿Alguien, con motivo de esta nueva ley, va a forzar a alguien a no casarse o a casarse de manera distinta de la tradicional? Por el contrario, la ley, al permitir a las parejas gay contraer matrimonio y adoptar niños, va a inyectar una nueva vitalidad a una institución, la familia, que -¿alguien no lo ha advertido todavía?- padece desde hace ya un buen tiempo una profunda crisis en la sociedad occidental, al extremo de que, contabilizando el número de divorcios, que crece cada año, y la multiplicación de parejas de hecho que rehúsan resueltamente pasar por el altar o por el registro civil, hay quienes le auguran una obsolescencia irremediable. La paradoja es que, probablemente, sólo entre los homosexuales, que, como todas las minorías perseguidas desean ardientemente salir del gueto en que la sociedad los ha confinado, despierta la familia esa ilusión y ese respeto que en un número muy grande de heterosexuales, sobre todo entre los jóvenes, parece haber perdido. Por eso, no hay ninguna ironía en decir -yo lo creo firmemente- que es muy posible que, dentro de veinte o treinta años, las familias más estables las descubran las estadísticas entre los matrimonios gay .

Un prejuicio idéntico sostiene que los niños adoptados por parejas homosexuales sufrirán y tendrán una formación deficiente y anómala, ya que un niño para ser "normal" necesita un padre y una madre, no dos padres o dos madres. A esta afirmación dogmática y sin el menor sustento psicológico ha respondido Edurne Uriarte de manera inmejorable: un niño lo que necesita es amor, no abstracciones. También padecen de una ceguera contumaz quienes no se han enterado de que, entre las parejas heterosexuales, cada día se descubren casos atroces de violencias ejercidas contra los niños, y, entre ellas, sinnúmero de abusos sexuales. Que los padres sean hetero u homosexuales no presupone de por sí nada; cada pareja es única y puede ser admirable o tiránica, amorosa o cruel en lo que concierne a la educación de sus hijos. Y también en este campo cabe suponer que entre quienes han luchado tanto por poder adoptar niños, ahora que lo han adquirido, asumirán este derecho con ilusión y responsabilidad.

En verdad, detrás de todos estos argumentos no hay razones, sino prejuicios inveterados, una repugnancia instintiva hacia quienes practican el amor de una manera que siglos de ignorancia, estupidez, oscurantismo dogmático y retorcidos fantasmas del inconsciente, han satanizado llamándolo anormal. En verdad, la ciencia -la biología, la antropología, la psicología, la historia, sobre todo- ha puesto las cosas en su sitio ya hace tiempo y ha establecido que hablar de anormalidad en el dominio de la vocación sexual de los seres humanos es riesgoso y alienante. Salvo casos extremos, que entrañan criminalidad, y que de ninguna manera se pueden identificar con una opción sexual específica, en el universo del sexo hay variedades, una constelación de vocaciones y predisposiciones de las que de ninguna manera da cuenta cabal la demarcación entre heterosexualidad y homosexualidad, pues se refracta y multiplica en el seno de cada una de estas grandes opciones, como ocurre en tantos otros campos de la personalidad individual: las aptitudes, las preferencias, los gustos, las incompatibilidades, las facultades físicas e intelectuales, etcétera.

El gobierno que ha dado esta ley en España es socialista y hay que reconocerle todo el mérito que ello tiene. Pero, para evitar confusiones, conviene recordar que se trata de una medida de profunda entraña democrática y liberal, y nada socialista. El socialismo ha sido a lo largo de toda su historia, en materia sexual, tan puritano y prejuicioso como la Iglesia Católica. Si de él hubiera dependido, la gazmoñería y la pudibundez hubieran dictado la norma aceptable en materia de costumbres sexuales y ésta se hubiera impuesto a la sociedad por la fuerza. Por eso, en las sociedades comunistas la discriminación y persecución del homosexual fue, en ciertos períodos, tan feroz como en la Alemania nazi, donde en las cámaras de la muerte de los campos de concentración perecieron muchos millares de homosexuales. También en el Gulag soviético padecieron y murieron gran número de seres humanos cuyo único delito era practicar una opción sexual que la "ciencia comunista" del temible Pavlov consideraba una "perversión urbano-burguesa".

Carlos Franqui cuenta que cuando él, como director del diario Revolución, asistía a los consejos de ministros de Cuba, a principio de los años sesenta, Fidel y sus lugartenientes preguntaron a los "países hermanos" qué política aconsejaban para enfrentar "el problema homosexual". La respuesta de la China Popular de Mao Tse Tung fue la más meridiana: "Ya no tenemos ese problema. Los fusilamos a todos". Sin llegar a esos extremos, Fidel creó las UMAP (Unidades Movilizables de Apoyo a la Producción), es decir, campos de concentración donde eran acarreados homosexuales de ambos sexos junto con criminales comunes y disidentes políticos.

Han sido las sociedades democráticas, impregnadas de cultura liberal, como los países escandinavos y los Estados Unidos, donde se ganaron las primeras batallas contra la discriminación de los gay y donde poco a poco se les ha ido reconociendo tal cual son: seres humanos normales y corrientes cuya opción sexual debe ser aceptada y reconocida como perfectamente legítima por el conjunto de la sociedad.

Es difícil para mí entender las razones por las que el Partido Popular ha apoyado la manifestación contra el matrimonio gay . Aunque es verdad que su dirigente máximo no asistió y que tampoco estuvieron presentes sus principales líderes, que el partido la hubiera respaldado sólo puede haber contribuido a confundir y lastimar no sólo a los homosexuales que hay en sus filas, sino, sobre todo, a su sector liberal, y a dar argumentos a quienes lo presentan como una formación política ultraconservadora. El oportunismo político da beneficios muy pasajeros y superficiales.

Hay muchas razones para criticar al gobierno de Rodríguez Zapatero. Su desastrosa política internacional, por ejemplo, que ha abolido a España de la escena mundial, donde llegó a figurar entre los países de vanguardia; sus ventas de armas al gobierno demagógico del comandante Chaves, en Venezuela, que alienta y subvenciona a grupos subversivos; su acercamiento, que linda con la alcahuetería, a la satrapía de Fidel Castro, a la que trató de salvar de la condena que ha merecido de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, o sus concesiones sistemáticas a los nacionalismos, que rompen una tradición de defensa de la unidad de España del socialismo democrático de la que el gobierno de Felipe González nunca se apartó. Pero no tiene sentido atacar a un gobierno por todo lo que hace y, mucho menos, por haber hecho avanzar, con esta ley, la democratización y modernización de la sociedad española.

El Mundo en que Vivimos

Por: Mario Vargas Llosa
EL COMERCIO
23-08-09


El filósofo francés Michel Foucault llegó a la deprimente conclusión de que “el hombre no existe”, que cada ser humano no es sino una larga secuencia de simulacros variopintos hechos, deshechos y rehechos por las circunstancias variables de la realidad en la que transcurre su existencia. Todavía más audaz, y acaso más frívolo, Jean Baudrillard fue más lejos y concluyó que aquello que creemos la realidad cuando abrazamos al ser amado o sopamos la pluma en un tintero, tampoco existe, porque la verdadera realidad en la que vive el bípedo contemporáneo no es el mundo que cree pisar sino las imágenes que fingen reflejarlo y que no son sino las interesadas y manipuladas versiones que dan de él los medios audiovisuales al servicio de los poderosos de este mundo.

Estas divertidas, brillantes y falaces fabricaciones intelectuales —así las creía yo al menos— acaban de recibir un sorprendente respaldo, una indicación concreta de que si las cosas no son así todavía, podrían llegar a serlo pronto, dadas las inquietantes características que va adoptando, aquí y allá, la civilización que nos rodea. Voy a referirlo a mi manera, que no es la del filósofo, claro está, sino la, más modesta, de un contador de historias. Trasladémonos, allende el Atlántico, al centro de la Amazonía, hasta Manaos, capital del Estado brasileño de Amazonas, famosa porque, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue uno de los centros principales del “boom” del caucho, del que queda como recuerdo una ópera barroca donde cantó —o se dice que cantó— Caruso.

Hasta hace relativamente poco tiempo el rey de la pequeña pantalla, en Manaos y toda la vasta región amazónica, era un periodista y productor llamado Wallace Souza, que, fiel a su nombre detectivesco, dirigía en la televisión local un programa policíaco llamado “Canal Libre”. En él se ventilaban, con descarnado realismo, los crímenes, asaltos, violaciones y demás ferocidades cotidianas, con que, tanto en Brasil como en el resto del mundo, los canales de televisión suelen asegurar su codiciado ráting halagando el morbo y los peores instintos del gran público televidente.

El éxito del programa era tal que Wallace Souza se hizo célebre y decidió, aprovechando la popularidad de que gozaba, saltar del periodismo audiovisual sensacionalista y truculento a la política (ambos no están tan lejos, después de todo). Lo consiguió con rapidez vertiginosa: en las últimas elecciones salió elegido diputado con la más alta votación en todo el Estado de Amazonas. Este es el momento de máximo apogeo en la carrera pública de Wallace Souza, personaje fortachón, mostachudo y barbado, de ternos entallados y, según la prensa, gesticulador y carismático.

Cambio de escenario, dentro de la misma exótica y asfixiante ciudad amazónica. La policía local detiene a un rufiancillo del lugar, ex policía y asesino a sueldo, de apelativo pomposo: Moacir Moa Jorge da Costa, sospechoso de un rosario de fechorías y hechos de sangre, entre ellos asesinatos. Interrogado y ablandado con los métodos que no es imposible imaginar, confiesa. Sí, ha matado, pero no por maldad ni por codicia, sino profesionalmente, por encargo del flamante diputado y estrella mediática de la Amazonía: ¡Wallace Souza! Después de sacudirse el trauma que semejante revelación les produce, los investigadores comienzan a atar cabos y las piezas encajan, como en un rompecabezas.

Todos los crímenes que ha cometido o en los que ha participado Moacir Moa Jorge da Costa figuraron de manera estelar en los programas de “Canal Libre” y, en todos ellos, las cámaras ubicuas y omniscientes del diputado llegaron al lugar del crimen al mismo tiempo que los asesinos.

La investigación produce este pasmoso resultado: Wallace Souza llevaba a cabo espeluznantes crímenes con el único designio de poder filmarlos antes de que lo hiciera alguno de sus competidores, para obtener las primicias que tenían enganchada a la vasta teleaudiencia a la que alimentaba en cada programa con sangre, verismo y pestilencia a raudales. Para ello, había montado toda una infraestructura de colaboradores, diestros en la pistola y el cuchillo, seleccionados entre las propias fuerzas de la policía a la que —otra revelación— había estado asimilado.

Quince de ellos están ya en los incómodos calabozos de Manaos, pero no el héroe del macabro aquelarre, pues, siendo legislador y gozando de impunidad, la Asamblea Legislativa tiene antes que despojarlo de aquella para que pueda ser encarcelado y juzgado. ¿Lo será? Paciencia: lo dirá el futuro, y con abundancia de derivaciones y detalles, porque mi instinto me asegura que esta historia tiene para mucho rato.

Hasta aquí los hechos objetivos. Ahora, las conjeturas, acápites y especulaciones. Desde el punto de vista ético ¿cómo juzgar a Wallace Souza? Es imposible negar que tenía una conciencia profesional desmesurada. Delinquió, sí, pero con la noble intención de servir a su público, de no defraudarlo, de seguir suministrándole aquel horror sanguinario que era su alimento preferido, lo que llevaba a todo Manaos a prender el televisor y buscar “Canal Libre” con la ansiedad con que escarba su cajetilla el fumador o se lleva el trago a la boca el alcohólico.

¿Tiene Wallace Souza la entera responsabilidad de haber llegado a esos excesos punibles o la comparte con la miríada de morbosos, subnormales, pervertidos e imbéciles a los que ver mujeres desventradas, chiquillos decapitados, ancianos degollados, arreglos de cuentas de pandillas que se tasajean y entrematan hace pasar una noche divertida?

No es difícil, para cualquier aficionado a la esgrima intelectual, demostrar que Wallace Souza es un producto del siglo XXI, en el que la cultura predominante, en gran parte por la miseria que ha generado la televisión en su frenética carrera por conquistar audiencia escarbando en las sentinas de la vida, destruyendo la privacidad, explotando sin el menor escrúpulo las experiencias más indignas y degradantes, ha pulverizado todos los valores, trastocándolos, de manera que “divertir”, “entretener”, ha pasado a ser el valor supremo, la prioridad de prioridades, aunque, para conseguirlo, como hizo Wallace Souza, haya que disparar y hundir puñales en el prójimo.

Desde este punto de vista, asesino y todo, el director y productor de “Canal Libre” es un héroe, o un mártir, de la cultura que, con ayuda de la prodigiosa revolución audiovisual, hemos fabricado para nuestra época.

Desde otro punto de vista, el del “principio de realidad” pascaliano, hago mi autocrítica y reconozco que lo ocurrido en Manaos convierte las teorías (que antes me parecieron delirantes y sofistas) de un Foucault y un Baudrillard en algo que empieza a tener confirmación objetiva en este extraordinario mundo que nos ha tocado.

Si Wallace Souza cometió esos crímenes solo para convertirlos en imágenes, es evidente que, para él y para sus espectadores —aunque estos fueran menos conscientes de ello que él— la realidad real era menos importante, meramente subsidiaria o pretexto, de la realidad reflejada por las cámaras, las que, con su perfecta adecuación a los gustos del público, la recomponía, purgaba y recreaba de tal modo que fuera algo que la realidad real lo es solo muy de cuando en cuando: excitante, terrible, divertida.

Wallace Souza es la primera demostración palpable de que el hombre no es una totalidad definida sino una materia modelable y cambiante, una melcocha o greda al que la dimensión imaginaria de la vida propulsada por el sistema educativo más universal y todopoderoso de la historia —las pantallas— va dando forma, realidad y cambiando al capricho de las modas.

Una última reflexión sobre las infortunadas víctimas inmoladas en el ara televisiva por los pistoleros a sueldo de Wallace Souza. ¿Cómo las elegía? ¿Con qué criterio? No se puede descartar que, si quedaba en él un residuo de escrúpulos morales de la época en que todavía era un ser humano, no uno de celuloide o plasma, las escogiera entre la ralea prostibularia, la fauna del ergástulo, para darse así una cierta coartada de justiciero.

Pero lo más probable es que no, que, para alguien tan teratológicamente identificado con su profesión, el único criterio consistiera en señalar a las víctimas privilegiando a las que tenían mayor poder de atracción televisiva. Y no hay duda que el asesinato de un truhán conmueve menos que el de una niña inocente, un ciudadano intachable o una señora embarazada.

¿No les gusta el mundo en que vivimos? Peor para ustedes, porque todo indica que ya no nos queda el antiguo recurso de apagar el aparato de televisión. Ahora, la televisión comienza a ser la vida misma y, nosotros, sus inexistentes comparsas.

Diario “El País”, SL/ Mario Vargas LlosaPrisacom.
Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú
MARBELLA, AGOSTO DE 2009